La Jornada 17 de febrero de 1997

La Montaña, del olvido a foco rojo para autoridades

Roberto Garduño E., enviado /I, La Montaña, Gro Ť Corredor declarado de la siembra de amapola; foco rojo para las autoridades federales y estatales al ser considerado como centro de operación del Ejército Popular Revolucionario (EPR), y terreno agreste donde se bifurcan abandono, miseria y excesos de las fuerzas de seguridad, la Montaña de Guerrero es una zona cuyos pueblos son un monumento a la indiferencia. La violencia aprisiona a los indígenas tlapanecos, mixtecos y nahuas.

Al descuido de las políticas y los políticos del estado y la federación se suma la presencia creciente de efectivos del Ejército Mexicano y de agentes de las policías Judicial Federal y Motorizada, cobijados con el argumento de fortalecer la campaña permanente contra el narcotráfico.

El despliegue de seguridad en esa región coincide con un ``fenómeno'' de delación que se ha materializado en una lista de 106 personas ``presuntamente vinculadas'' al EPR. En estos días ni las cabeceras municipales son sitios seguros para nadie, menos para los campesinos e indígenas.

Ninguna relación entre maestros y el EPR

Casi noventa indígenas nahuas sobreviven en Tecospocingo. La mayoría son niñas y niños que se pasan el día en la escuela Vicente Guerrero, donde devoran el mejor bocado del día: el desayuno escolar del DIF. ``Déme otro, tengo hambrita'', claman, y estiran el brazo con la palma de la mano bien extendida. La respuesta del maestro Magencio Abad Zeferino ya la conocen; la repite cada día: ``están contados, les toca de a uno''.

Tecospocingo está encaramado en una loma seca y terregosa. Al comenzar el año, la mayoría de los hombres emigran, cientos de kilómetros al norte, a los campos de cultivo del Valle del Yaqui, y otros tantos se van hasta Nueva York, donde sirven de mozos en los restaurantes de Manhattan. El encargado de cuidar a los que se quedan es Constantino Sulplicio, segundo comisario del lugar.

El aula de la primaria Vicente Guerrero sobresale de los cuartos de adobe y las cocinas de cañuela. En el interior de la construcción de mampostería, 16 niñas y niños cursan del primero al cuarto grado. Dividen su atención entre la clase y el ``cerrito de desayunos escolares'' que tienen enfrente. El maestro Magencio Abad, nativo de Olinalá, sonríe frente a la distracción de los infantes: ``los niños están atrasaditos''.

La historia de ese maestro rural y conductor de un taxi --a quien se identifica como integrante del EPR-- cambió el 27 de diciembre de 1996. Entrada la madrugada, ``se presentaron a las afueras de mi domicilio unos sujetos, preguntando por mí, para que les hiciera un viaje; les contesté que no podía hacerlo porque el carro se encontraba mal de los frenos; les respondí que no podía y que le dieran por donde salieron''.

``Media hora después regresaron; insistieron en que saliera para hacer el viaje. Mi hijo de 14 años, Miguel Antonio Zeferino Aquino, les dijo que no podíamos. Con dos disparos en la cerrajería abrieron la puerta y aprovechando la oscuridad nos levantaron de la cama y nos treparon a una camioneta tipo suburban. Con los ojos vendados nos llevaron a Tlapa; supe que era Tlapa porque yo soy taxista y conozco el camino.

``Los que nos llevaron tenían el corte de cabello tipo militar, eso sí lo puede ver. A mi hijo y a mí nos desnudaron y amarraron a una tabla y a una lámina donde comenzaron a echarnos agua en la nariz y la boca. Después a mí me empezaron a mojar y me pusieron toques eléctricos en los dedos de los pies; me introdujeron objetos como alfileres en las uñas de los dedos de los pies.

``Querían que les hablara del EPR, de unas armas, de dónde hacían los entrenamientos los del EPR, a qué grupo pertenezco, pues argumentaban que yo pertenecía a ese grupo. Querían saber cuántos elementos lo conformaban y quiénes son.

``Todo ello con el propósito de que les dijera que yo había repartido algunos volantes con propaganda del EPR. Al ya no poder soportar las torturas, tanto físicas como morales de que fui víctima, y para evitar seguir padeciendo esos sufrimientos, les dije que yo había repartido algunos volantes pero, la realidad de las cosas, nunca lo he hecho''.

Al maestro Magencio Abad se le llenaron los ojos de lágrimas: ``Míreme, no puedo recuperarme, por más que he ido ocho veces con los médicos tradicionales para que me agarren la sombra''.

De Tlapa de Comonfort, ombligo de La Montaña de Guerrero, los raptores condujeron al maestro y a su hijo a Chilpancingo. Magencio hace memoria y se acuerda que le quitaron la venda y pudo ver al señor Luis Gonzaga Lara, vecino de Olinalá, y también señalado como integrante del EPR. ``Pude ver que se trataba de ese señor'', indica.

En la capital del estado el maestro dedujo que se encontraba en la comandancia de la policía, porque escuchó un grito varias veces: ``¡Policías, para acá!''

``Más tarde, los agresores nos levantaron a mí y a mi hijo, subiéndonos a un carro, dándose la siguiente plática: `vámonos, se los va a cargar la jodida; se los va a llevar la chingada. ¿Saben nadar?, porque se los van a comer los tiburones'.

``El 28 de diciembre nos bajaron en un lugar solitario que se llama El Peral, no sin antes amenazarnos con lo siguiente: ya no sigan denunciando, porque si lo hacen los vamos a matar a ti y a toda tu familia''.

Ese profesor rural asegura que entre los maestros de La Montaña y el EPR ``no hay ninguna relación''. Adelgazado, pues los pantalones ``le bailan en la cintura'', Magencio Abad denuncia que hay un prejuicio manifiesto contra ellos: el gobierno nos relaciona con el EPR y en algunos pueblos nos llaman perros del gobierno.

Ejército Justiciero del Pueblo Indefenso

Por La Montaña ronda un raro ambiente de violencia. En Oztocingo y Ocotequila, la población fue sorprendida la mañana del 1o. de enero por dos grupos armados que, en una extraña forma de hacer justicia, asesinaron a cuatro conocidos asaltantes y delincuentes que se dedicaban a atracar a los indígenas tlapanecos de la zona.

Se conoció entonces en la región la existencia de un nuevo grupo armado: ``Al Pueblo de México. El pueblo indefenso ha sufrido el más cruel, despiadado y brutal embate del sistema de gobierno mexicano (NEOLIBERALISMO), que se expresa en crisis económica permanente y el pueblo indefenso es el que paga siempre.

``En todo el territorio nacional no hay leyes ni justicia para el más pobre que es asesinado, robado, engañado, despojado. Por eso, el Ejército Justiciero del Pueblo Indefenso (EJPI) les ha aplicado la justicia a los rateros de Oztocingo y Ocotequila, Guerrero.

``Y les seguirá aplicando a todos los rateros, asesinos, violadores, madrinas, autoridades rateras y corruptas, si es que siguen perjudicando al pueblo trabajador. ¡¡Hasta la Victoria Siempre!!.