Las recientes revelaciones que anticipan un juicio promovido por la justicia norteamericana en contra de Mario Ruiz Massieu por cargos de narcotráfico, y que involucran, mediante testimonios de agentes, investigadores y testigos protegidos, a las familias Salinas de Gortari y Ruiz Massieu, darán lugar a un nuevo capítulo en la interminable secuencia de escándalos. En espirales cada vez más espectaculares, los escándalos se han sucedido produciendo la sensación desagradable de que cada día será más difícil reconstruir alguna verdad sobre los hechos que dieron origen a las primeras pesquisas.
La historia de la justicia norteamericana no es precisamente la más pulcra; la invención de testimonios, el secuestro de testigos y hasta el racismo han estado presentes en más de un caso que se ha enderezado en contra de personajes mexicanos (recuérdese Alvarez Machain). No hay garantía alguna de limpieza, sin embargo se puede dar por descontado que habrá materia para alimentar grandes titulares: el espectáculo está garantizado. Circularán detalles de grandes bacanales o discretos encuentros en los que los personajes más encumbrados del narcotráfico y la política cerraban sus tratos.
Acaso se vayan desmintiendo, pero en realidad eso es lo que menos importa: las dudas habrán quedado debidamente sembradas. No importa que tenga lugar un juicio por complicidad entre autoridades y narco, es posible que la temida certificación del gobierno norteamericano se dé; no importa que en un juzgado de Texas se involucre a los personajes más encumbrados del pasado reciente, seguramente el presidente Clinton no suspenderá su visita. Acaso con el tiempo el caso vaya perdiendo rating pero para entonces ya se habrán formado clubes y fraternidades en torno a la culpabilidad o inocencia de los mártires y villanos que desfilarán en el proceso. Una nueva comedia suplirá la desgastada secuencia de filtraciones y suposiciones en que se ha convertido la Procuraduría General de la República. El reparto multiestelar se mantiene, se actualizará la trama, aparecerán nuevos móviles y se hará una más adecuada difusión de los mensajes. El espectáculo está garantizado.
Y mientras transcurre la nueva representación, la crisis en el sistema de justicia mexicano alcanza registros dramáticos. El éxito de los escándalos, la costumbre de la crucifixión de personalidades, los tan repentinos como cotidianos intercambios de papeles entre perseguidores y perseguidos, se explican por la incapacidad de la justicia para ofrecer averiguaciones serias que acoten el terreno de la especulación.
Quedarse con la sospecha de que a cada nuevo giro en la espiral del escándalo, más nos alejamos de la posibilidad de esclarecer los crímenes cometidos, es sin duda una conclusión dolorosa. Cada nueva revelación es un nuevo golpe a un avispero cada vez más fiero. Los demonios, filtraciones, revanchas e incompetencias siguen sueltos. Por lo pronto parece que en la justicia lo que cuenta es la representación, el espectáculo; lo demás no importa.