La Jornada lunes 17 de febrero de 1997

Iván Restrepo
Culpar a la víctima

Con frecuencia la gente pobre es acusada de destruir su entorno. Así se intentan justificar las políticas que después amenazan la propia existencia de los grupos sociales tradicionales y de sus sistemas productivos. Su incapacidad de adaptarse a la modernidad refuerza la idea de que son la causa del atraso social y económico. Aun en las sociedades más modernas, ``culpar a la víctima'' de su propia situación y de su falta de progreso colectivo es un fenómeno bastante común. Si los pobres mal utilizan recursos naturales es por la falta de una distribución equitativa de la riqueza social disponible y por la forma despiadada con que los poderosos defienden su control. Es la disparidad en los sistemas sociales y productivos prevalecientes en el campo y las ciudades lo que realmente está conduciendo al desastre.

Por eso quienes toman decisiones que afectan económica y políticamente a la población soslayan los efectos perversos de un modelo de crecimiento (que no de desarrollo) que está acabando con los recursos, con la paz y la tranquilidad de amplios sectores de la población y con la posibilidad de una adecuada calidad de vida para las mayorías. Ese modelo global está incrementando la polarización entre pobres y ricos. Ahora, un grupo pequeño de países domina la estructura de poder internacional, guía la producción y determina cómo se distribuyen los elementos de bienestar. La realidad en que viven millones de seres en el mundo muestra el fracaso de la teoría convencional del desarrollo que busca soluciones a la desigualdad en los cambios estructurales producidos por el libre mercado.

Como una estrategia distinta para solucionar los desajustes anteriores, en la reciente Cumbre Internacional de Educación se expuso la necesidad de impulsar un modelo de desarrollo alternativo, sostenible, democrático, que requiere de nuevas formas de participación de las comunidades campesinas e indígenas y de los marginados de las ciudades, en programas de creación de empleos que incrementen la producción y los ingresos y mejoren los niveles de vida de las mayorías. Con recursos naturales limitados, hace falta centrar las tareas de la sociedad en superar el atraso con programas de gestión local y participación directa de los actualmente excluidos en la toma de decisiones que los afectan. Al respecto, la experiencia muestra que cuando a los pobres se les da oportunidad y acceso a los recursos, más que otros grupos sociales emprenden acciones directas para proteger y mejorar el ambiente.

En tan importante reunión se hizo igualmente énfasis en la urgencia de luchar por la participación popular y democrática, el desarrollo económico equilibrado e incluyente, el respeto a la naturaleza y el aprovechamiento de los recursos que ésta brinda para el bienestar humano.

Desde tiempo atrás los maestros han aceptado estas metas como suyas; sin embargo, recientemente el sistema educativo ha sufrido los efectos de la división del conocimiento en disciplinas, y los procesos cognoscitivos se han convertido en funciones especializadas.

Muchos han perdido la noción de la importancia del desarrollo como un proceso integrador que requiere de ciudadanos responsables del funcionamiento de la sociedad en su conjunto.

También los maestros han reconocido la primacía del desarrollo comunitario. Pero en la situación actual, la educación debe enriquecerse con un nuevo cuerpo de conocimientos sobre el funcionamiento de los sistemas productivos, las estructuras sociales que permitan participar a todos los grupos sociales y la relación entre los mecanismos del mercado y los de la sociedad. La educación ambiental es parte integral de este proceso. Mas la historia ofrece evidencias de que las tareas del cuidado ambiental y de la producción más responsable no son suficientes: exigen la incorporación de todos los grupos sociales en la labor de reconsiderar lo que se va a producir, lo que vamos a consumir y cómo asegurar el cumplimiento del derecho de todos a tener una vida digna en un planeta amenazado por prácticas irracionales, inmediatistas, concentradoras del poder y la riqueza. Es en este sentido que en la Cumbre se entendió la educación para el desarrollo sostenible: como un instrumento de progreso tecnológico y de equidad social.

Un punto de partida para estas tareas es revertir las actuales políticas neoliberales, globalizadoras, que impiden a los pobres transitar junto al resto de la sociedad hacia el camino de la autosuficiencia sostenida: volver a producir los alimentos, las telas, los materiales de construcción que generan productos e ingresos, reducen importaciones superfluas y nos hacen menos dependientes. En fin, crear condiciones para retomar un camino de desarrollo incluyente. En esta tarea, las escuelas del más variado nivel y su personal tienen una enorme responsabilidad: ayudar a vencer los esfuerzos de las élites por sumarnos a su proyecto minoritario y excluyente, y ,en cambio, establecer uno democrático y participativo.