Ugo Pipitone
Izquierda y economía

Cuando la democracia es débil, la demagogia es fuerte. Los gobiernos critican a sus críticos en nombre de los valores superiores de la nación (patria --en los casos más graves de desvergüenza pública). Los críticos de izquierda fingen, por su parte, vivir en un mundo de hadas donde todo es posible sin costos. Buenos y malos, rigurosamente separados, se enfrentan en un juego a suma cero en el cual la víctima es siempre, infaltablemente, la inteligencia.

Escuché hace unos días afirmaciones de ``izquierda'' de un asombroso atraso cultural y aún me pregunto si corresponden al estado actual de la cultura económica de la izquierda latinoamericana, o no. Es posible que se trate de casos aislados de fundamentalismo --esa idea de que la verdad preexiste siempre a la reflexión libre-- pero es posible que no. Y me lo estoy preguntando.

Veamos estas ideas. Primera: la globalización económica de estos años es una patraña para dividir a los trabajadores y engañar a todos. Segunda: el neoliberalismo es expresión de fuerzas reaccionarias que conspiran para exterminar millones de seres humanos. Tercera: el desempleo no tiene nada que ver con el grado de capacitación de los trabajadores y quien busque mejorarlo ayudará inconscientemente a la sobrevivencia del capitalismo. Frente a estas simplificaciones, con el inconfundible olor a incienso de viejas misas, me pregunto cuánto espacio queda para una izquierda que quiera reflexionar seriamente sobre las razones de sus derrotas y sobre la necesidad de su recuperación en el terreno de las ideas y de la acción política concreta.

La globalización económica de nuestro tiempo no es producto de un complot imperialista como tampoco lo fue la industrialización inaugurada en Inglaterra hace dos siglos. Es expresión de una marcha de los tiempos que necesita ser gobernada en lugar que satanizada. ¿Tenía un sentido hace doscientos años destruir la maquinaria para defender los empleos? ¿Tiene un sentido hoy encerrarse en la nación porque el mundo se ha vuelto un lugar incómodo? ¿Es tolerable regresar al caballo porque el ferrocarril contamina y es ruidoso? El cambio o se niega o gobierna. Negarlo es propio de las armonías utópicas que necesitan sistemas autoritarios para fingir unanimismos inexistentes. Gobernarlo en nombre de las necesidades de la mayoría es la (endiabladamente compleja) razón de ser de cualquier izquierda. La solidaridad no se construye en el vacío histórico --en una misión jesuita o en una isla-- sino en los vaivenes de realidades cambiantes que imponen siempre nuevos retos y la necesidad de nuevas ideas.

A propósito de neoliberalismo ¿no valdría la pena entender que cuando una empresa pública produce pérdidas para todos o que cuando un sistema de seguridad social resulta diseñado con fines clientelares y de corrupción institucional, estas realidades necesitan alguna intervención para evitar daños mayores?

La satanización ideológica con la cual la izquierda latinoamericana sustituye a menudo a la reflexión, implica una pérdida de legitimidad a los ojos de aquéllos que en la izquierda buscan capacidad dirigente real en un mundo real y no utopías de bienestar automático y encierros autoritarios. Pero no se construye una nueva clase dirigente sobre la demagogia, la ira primaria y la irreflexión.

Si, como decía alguien hace tiempo, el extremismo es una enfermedad infantil, habrá que añadir que la demagogia y las satanizaciones altisonantes constituyen tentaciones pueriles de una izquierda que rehusa vivir su propio tiempo con nuevas ideas y nuevas propuestas. ¿A qué punto está la izquierda latinoamericana frente a los retos gigantescos de este subcontinente? ¿Cuál es el grado de su comprensión de aquello que ocurre en estos años? ¿Cuáles son sus nuevas ideas y propuestas? Habría que pensarlo. Aunque fuera sólo como un ejercicio de salud mental. Tal vez para desbrozar el campo; enterrar seguridades muertas y comenzar a reconstruir antes que la derrota se convierta en condición crónica de una impotencia interminable.