Jorge Alberto Manrique
Cabildo catedral de Valladolid

Todo el que se haya acercado a la historia de Nueva España ha tropezado, al querer o no, con los cabildos eclesiásticos y no habrá podido no percatarse de la importancia de esos cuerpos colegiados para la vida novohispana, así como del sitio preponderante que sus miembros, los canónigos, tuvieron en la sociedad novohispana y en la cultura de aquellos siglos.

Para un historiador del arte es un hecho constante la presencia central de los cabildos en la fábrica de las catedrales, en las decisiones sobre la ornamentación interna, los concursos publicados en diversas ciudades para que los artistas presentaran sus proyectos, así como los referidos al maestro de música y al organista, etcétera. Pero el conocimiento de los cabildos es de primera importancia para el estudioso de la Iglesia, de las relaciones de ésta con el Estado, y lo es también para el que indaga sobre las estructuras sociales y para el que hace historia económica. Y éstos no son sino unos pocos de los ámbitos a los que toca el cabildo catedral.

Pese a eso, no se habían realizado estudios concretos sobre los cabildos --aunque haya antecedentes importantes-- sino hasta el recién aparecido libro de Oscar Mazín, El cabildo catedral de Valladolid de Michoacán, editado por El Colegio de Michoacán, donde él es investigador.

En esta voluminosa obra, Mazín empieza por señalar que historia una especie en extinción, el cabildo, que de contar tanto en la vida de los siglos pasados y tener un peso mayúsculo en los gobiernos de las diócesis, equilibrando la autoridad episcopal, ha quedado, sobre todo después del Concilio Vaticano II, en un cuerpo de escasa importancia y presencia. Resume el proceso de constitución y afianzamiento de los cabildos en la Edad Media y pasa al de Michoacán, a partir del primer obispo, don Vasco de Quiroga.

Después de un capítulo de historia geográfica de la diócesis, divide su trabajo en tres tramos mayores, uno, de 1580 a 1666, que corresponde a la consolidación de cuerpo colegiado; de 1667 a 1775 es el mayor esplendor del cabildo, que coincide con la construcción de la famosa catedral y su ornamentación, como con la mayor injerencia del cabildo en la recaudación de diezmos y el manejo de los dineros, así como el mayor brillo de sus miembros y su mayor prestigio y relación con otros cabildos dentro y fuera de Nueva España. Entre 1776 y 1810 (fecha límite del estudio) se da una época de tensión, correspondiente al nuevo orden de las cosas por las reformas borbónicas, donde el cabildo combate el centralismo y lucha por sus prerrogativas y la autonomía de Michoacán.

Oscar Mazín acude para su trabajo a los modos tradicionales de historiar. Además de una amplísima bibliografía se apoya en una rica investigación documental en archivos de México y España, especialmente en los de la catedral (compulsó todas las actas de cabildo a partir de 1586). Siguió las biografías de un gran número de canónigos. Pero también echa mano de modos de historiar modernos, sobre todo en el tipo de preguntas que se hace para beneficiar la lectura de los documentos y relacionar entre sí y con la más amplia realidad de Valladolid, del obispado y de la Nueva España las diversas esferas de acción del cabildo, e incluso se sirve de los recursos electrónicos para establecer gráficas de ingresos o de composición del cuerpo de canónigos.

El cabildo de Michoacán, tercero en importancia en Nueva España, después de México y Puebla --a donde sus miembros solían ser promovidos-- tuvo la peculiaridad de que su sede fuera bastante débil desde el punto de vista de la administración civil; eso le dio un espacio amplio a su actuación.

Entre las --para mí-- revelaciones del trabajo está el hecho de que en la composición del cuerpo predominan los criollos y especialmente los michoacanos: es un reducto de poder local, y de ahí en parte su dura y habilidosa defensa de la institución.

Mazín, que ha hecho incursiones valiosas en la historia del arte, muestra cómo la catedral de Morelia, símbolo de la diócesis y del cabildo mismo, corresponde en su grandeza artística a la madurez y brillo del cuerpo colegiado, lo prestigia y prestigia a la ciudad, el obispado y la provincia. El gran esfuerzo de levantar la monumental iglesia, obra de Vicencio Barroso (o Baroccio) de la Escayola, las esbeltas torres ya dieciochescas, de José de Medina, quien también realizó las peculiares portadas, las ornamentación interna del templo, la organización de la escoleta y capilla de musica, la platería y ornamentos sagrados, etcétera, son el resultado de una situación favorable encabezada por el cabildo catedral. Destaca también la influencia de la obra catedralicia en el barroco vallisoletano. Es su estudio, en muchos aspectos, ejemplar. Ojalá sea el principio de otros trabajos sobre los cabildos.