Junto con Abdalá Bucaram cayó la primera utopía posmoderna del trópico americano. La racionalidad de lo espontáneo y lo popular estuvo por primera vez en el poder. De allí que Bucaram no estaba nada loco. Era un siniestro experimento de la ``ideología de barrio'' en el gobierno, que se venía ofreciendo cumplir desde la ultraderecha con Jaime Nebot, candidato opositor a Bucaram y delfín del fascismo sudamericano. Nuestro destituido mandatario era una locura que en lenguaje popular era el opuesto a la implacable y opresiva razón de los políticos convencionales de saco y corbata, de promesas frías sin arrojo imaginativo: Ministerio del Zapato, guerra a Perú y hacer de Ecuador una potencia, eran las tres ofertas básicas de campaña de Bucaram en sus respectivos tres intentos de llegar al poder (1988, 1992, 1996).
Cuando en Europa apenas se estaba digiriendo a Fukuyama con el ``fin de las ideologías'' y el ``desencanto de la política'', en un anónimo país bananero ya se estaba preparando el asalto a la razón. Un asalto que tiene que ver con populismo, pero más con la lógica del desesperado: los marginados ``fuertes de espíritu'' resistirán al paquetazo de enero del 97 (alzas del 600 por ciento); los marginados ``débiles de esperanza'' se joderán por los siglos de los siglos e ``irán a enlistar la larga espera de las promesas de la derecha bananera y la utopía idiota de las izquierdas'' (Bucaram).
Así tiene sentido el brutal aumento en los servicios, con aquel tinte de absurdo y desesperación, pues Bucaram no era la derecha recalcitrante que hubiera dado el oro y el moro por ser la primera en ahorcar a su pueblo con las alzas de enero. Bucaram quería que Ecuador fuera Chile en un año, lo había dado a entender en su campaña; para eso pedía a su pueblo la última e histórica abstinencia de pan, digna de monjes.
La ira del padre
Según versiones de sus allegados, Bucaram no había leído en toda su vida más de 10 libros por iniciativa propia. De allí que eran su elocuencia y aleteos folclóricos los que regían. Su improvisada copia del plan neoliberal tenía una carga de desquite, al estilo de las pandillas de barrio, para con una parte del pueblo: Bucaram pensaba compensar con subsidios especiales por las medidas de shock a los simpatizantes más leales a él y su partido --el Roldocista Ecuatoriano--: cientos de miles de hacinados en favelas; mientras castigaba a los que, según sus informantes, estaban con Nebot, logrando con ello tener bien clasificada a la población en ``buenos'' y ``latentes desleales''. Haber ganado las elecciones sobre su rival, también de Guayaquil, con una diferencia de sólo 6 por ciento no le aseguraba un suelo de gobernabilidad muy sólido: ``O se vienen de mi lado o comen guineos --bananas-- de la derecha mientras dura mi mandato''.
La venganza
Bucaram no es tan fascista como Nebot o León Febres Cordero, que gobernó de 1982 al 86 con el peor autoritarismo y represión vividos en los últimos 20 años en Ecuador: estudiantes asesinados en las calles, comunistas y guerrilleros exterminados como moscas, alzas en los víveres del 300 por ciento. Las protestas en las calles eran dignas de la toma de la Bastilla. ¿Por qué no cayó Febres Cordero a pesar de la virulencia del descontento? Simple: las fuerzas armadas estaban a gusto con el terrateniente y exterminador. Y porque a Bucaram nunca le perdonaron las declaraciones que hizo desde el exilio hace 12 años, en las que dijo que el ejército no servía para nada. La respuesta militar de entonces fue ``ese cabrón no vuelve a pisar Ecuador''. El perdón posterior fue a medias; las armas del desquite seguirían cargadas.
El Parlamento sólo dio la pauta al destituir a Bucaram. En la hora del desquite, los milicos dieron un aséptico golpe de Estado al negarle obediencia a Bucaram y reconocer una orden inconstitucional del Congreso. Para no mancharse demasiado, tampoco reconocieron a Fabián Alarcón, proclamado presidente por el Congreso. Al parlamentazo le siguió un desleal carajazo militar.
Consuelo idiota
Es falso que hayan sido las protestas callejeras las que legitimaron el fin de Bucaram y el reparto de poderes. En Ecuador se sale a tirar piedras y bombas por todo: porque llueve, porque el presidente llama indios a las etnias y no indígenas. Eso sin contar cuando la derecha acarrea a los manifestantes con una facilidad que, claro está, hace ver a los ecuatorianos como ejemplo de movilización y rebeldía ante la opresión. En el fondo la sociedad civil ecuatoriana fue utilizada cínicamente para llenarla de un orgullo que muy en su fuero interno la deja ver más mancillada que nunca.
Bucaram nunca debió llegar al poder; en él sólo hay un híbrido populista-fascista sin horizonte, que pagó con creces su bestialismo político, la traición recurrente de su ciudad, Guayaquil, la de los militares y la de Domingo Cavallo, que tiene negada la entrada al país. El único triunfador aquí es la extrema derecha que ya tenía tomada políticamente a la patria; que Bucaram les haya ganado las elecciones sólo les advirtió sobre la urgencia de ajustar un par de tuercas. Bucaram era el absurdo, es cierto, fascistoide también, pero absurdo al fin. Y dentro del absurdo hay lugar al menos para la piedad. Con Nebot, que es un hecho será el próximo presidente electo de Ecuador, ínclito discípulo de Ronald Reagan, sobrará tiempo para la nostalgia por lo que Bucaram representaba: un Rambo social y el sentimiento de Julio Jaramillo. Gran nación Ecuador que ha logrado construir dos horizontes históricos: el caos barroco y el fascismo bananero.
* Analista y periodista ecuatoriano.