Margo Glantz
¿Qué quería la señora Nabokov?

¿Se podrá aún aseverar, como pensaba Virginia Woolf, que la diferencia sexual está inextricablemente conectada ``con los problemas de la lengua y la confusión del cuerpo''? Y quizá si a esa frase le agregamos otra, la que al final de su carrera pronunció Freud, podría volver a plantearse la cuestión. El gran psicoanalista austriaco dijo literalmente: ``La gran pregunta que nunca se ha contestado y que yo tampoco he sido capaz de responder, a pesar de los treinta años que he pasado tratando de entender el alma femenina, es: `¿Qué quiere una mujer?'''.

En uno de los últimos números del New Yorker aparece un curioso reportaje sobre Vera Nabokov, la hermosa mujer de pelo plateado y piel alabastrina, esbelto cuerpo de huesos finos, elegantemente vestida, que aparecía siempre acompañando a su esposo a sus clases de literatura rusa en la Universidad de Cornell entre 1948 y 1959. Cuando Vladimir Nabokov y Vera Slomin se conocieron en Berlín, en 1923, ella tenía 20 años y aspiraciones literarias; hija de una rica familia judía arruinada, desde que se casó con Nabokov, tuvo que mantenerse de su trabajo como secretaria y traductora. Para mediados de los años treinta, los Nabokov advirtieron que no podían seguir en Europa y partieron hacia Estados Unidos con su hijo de 6 años y allí empezaron su nueva carrera y una nueva manera de escribir, en otra lengua.

Esa mujer a quien Nabokov llamaba simplemente mi asistente, la mujer que le ayudaba a corregir los trabajos de sus estudiantes, la mujer que lo protegía del mundo exterior, la que contestaba sus cartas, corregía su prosa, mecanografiaba sus trabajos, leía las pruebas de sus libros, arreglaba sus negocios, se entendía con los editores y hasta en ocasiones parecía que escribía parte de sus libros, ¿era solamente eso, la mujer de Nabokov?, o, para ponerlo más claramente, en el contexto de la pregunta de Freud: ¿qué quería Vera Nabokov?, es decir, ¿qué quería como mujer? ¿Ser una musa o un modelo? ¿Formar parte inextricable de la obra y la vida de su marido, al grado de que su personalidad y hasta su escritura parecieron confundirse? ¿Es esa la respuesta? Quizá, ¿acaso no era estupenda la memoria de Vera para la poesía?

Sabemos que recitaba de memoria largos poemas épicos, por ejemplo casi todo Eugenio Oneguin, y sin excepción --¿cómo habría podido ser de otra manera?-- casi toda la obra poética de su marido. Su ruso era estupendo, estaba extraordinariamente dotada para la literatura, apreciaba las frases bellas y bien hechas, compartía con Nabokov el sentido de las minucias y también, cosa indispensable, tenía la misma pasión que él por cazar ejemplares excepcionales de mariposas, una afición que compartían con varios de los más importantes escritores surrealistas, como si cazar mariposas fuese uno de los eslabones entre la realidad y la palabra. Algo me llama sobre todo la atención, tiene que ver tanto con la literatura y su producción como con cuestiones personales. Stacy Schiff, quien escribe el artículo del New Yorker, asevera: ``Se ha dicho que los Nabokov refinaron su matrimonio hasta convertirlo en una obra de arte, o más valdría decir, su matrimonio se había refinado gracias a la obra de arte''. Es decir, su arte había transformado su vida a tal punto que se habían convertido en literatura, es más, en personajes de las novelas que Nabokov había escrito, esas novelas que al ser traducidas, ella afinaba cuando estaban escritas en francés o en alemán o traducía si se trataba del idioma ruso.

Insisto, casi no había distancia entre sus personajes y ellos mismos, se habían reinventado y recreado en la literatura, y lo más excepcional se habían confundido el uno en el otro, formaban casi un solo ser, ¿fueron la manifestación perfecta del andrógino, ese ser añorado por Aristófanes y por Platón? ¿Dónde dejaron extraviada la famosa diferencia? ¿En la lucha por la lengua y la confusión del cuerpo, si regresamos a lo que dijo Virginia Woolf?

No puedo contestarlo, lo dejo abierto, pero termino por lo pronto con una breve nota personal, algo que me conmueve, quizá se deba a que lo asocio, como dije más arriba, con mi propia genealogía.

La relación de los Nabokov me recuerda a la de mis padres --toute proportion gardée. Y me la recuerda por un dato solamente, como los Nabokov, mis padres fueron emigrantes; como ellos, mis padres habían perdido tanto su tierra como su lengua, como ellos también, encontraron la palabra, su cuerpo y su territorio en el cuerpo y la palabra del otro.