Si bien es muy discutible la obligatoriedad de que el teatro exprese los graves problemas por los que atraviesa el país (y habría que recordar las certeras palabras de Herman Broch acerca de que el arte no ha convertido a nadie, ni el público se volvió socialista con Brecht, católico con Claudel o anglicano con Eliot), porque deja de lado otros temas que los dramaturgos consideran importante expresar, cuando un autor tiene la gran inquietud política y al mismo tiempo la traduce en obras de calidad dramatúrgica, el resultado es un diálogo óptimo con el espectador. Tal es el caso de Sabina Berman, quien elabora meditadas metáforas acerca del poder, sus abusos y la consecuente corrupción; incluso en una obra que trata el tema de la pareja, como Entre Villa y una mujer desnuda, Sabina tocó marginalmente el momento en que la Revolución fue institucionalizada.
En La grieta, con un disfraz de farsa del absurdo, como es presentada en el programa de mano, la autora ofrece una de las más feroces críticas que se pueden hacer a nuestro sistema. Ese edificio a punto del derrumbe por las corruptelas del Licenciado que ostenta un poder omnímodo, y cuya contabilidad ha estado en manos de un invidente, puede parecer una metáfora muy obvia, y de hecho lo sería si no tuviera los agregados de todo el ingenio y la inteligencia que Berman puso a su servicio; no sólo la obsecuente actitud de Rodríguez y Narváez, no sólo el eficaz final que va más allá de la crítica al salinato. Sabina Berman pone el acento en la adaptación de ese matrimonio joven, que en un principio presupone la mirada atónita ``desde afuera'', a esa situación degradante e inverosímil. El, calificado de ``imbécil poeta, intelectual pasivo'' por uno de los personajes, lo es en realidad y encarna uno de los blancos favoritos de la autora --ya lo había manejado de alguna manera en Krisis-- que es el intelectual captado desde el poder; el proceso de captación, desde la negativa primera hasta la entrega final, es el discurso fundamental de la farsa, a mi manera de ver, y lo que la hace alejarse de cualquier obviedad. (Y habría que volver a Broch, con la categórica sentencia que el autor vienés aplica a los personajes de su novela Los inocentes y que puede extenderse a cualquier ámbito: ``En política, la indiferencia es indiferencia ética, y está emparentada, en definitiva, con la perversión ética.'')
Carlos Haro dirige por segunda ocasión una obra de Berman, esta vez con mayor fortuna en cuanto al manejo de los actores, quizás porque ya no intentan incorporar a seres reales como en Rompecabezas, y sin el recurso de manejar diferentes espacios. Aquí, su trazo es también nítido --con el excelente rejuego de las tres puertas, un tanto vaudevillescas-- y su ritmo muy bien calculado, incluso en las pausas. Sobre todo, destaca una inteligente lectura del provocador texto; separa los tonos actorales en totalmente fársicos en cuanto al Licenciado y sus empleados y en casi realistas para el matrimonio de El y Ella, sobre todo al principio. El reparto colabora de manera eficaz con obra y dirección, aunque podría reprocharse que la linda Claudia Cañedo se muestre algo desorientada en algún momento, como aquel en que habla burlonamente de la reencarnación, que en Ella se supone un tema tomado en serio, una de las pocas señas que la autora da de su identidad.
Alejandro Luna diseñó, con su habitual solvencia artística, no sólo la escenografía sino un nuevo espacio que resuelve las dificultades que ofrecía el escenario del pequeño Foro de la Conchita y que servirá para las sucesivas obras de este ciclo de cinco dramaturgos mexicanos, con sus correspondientes cinco directores. Ojalá sirviera para todos los montajes que en adelante ofrezca este Foro, que cobra renovados bríos con este proyecto. La infatigable Olga Martha Dávila acoge el ciclo y lo coordina junto con Carlos Haro, con el padrinazgo de Hugo Argüelles: la autogestión, la búsqueda de apoyos de varias instituciones que se ha procurado este grupo de teatristas constituye una de las bienvenidas y nuevas formas del quehacer teatral, del que ya hablaba en alguna nota anterior, y que se presenta como una sólida respuesta a la aguda crisis que atravesamos.