Adolfo Sánchez Rebolledo
Hora difícil
El alto mando militar quiso subrayar la gravedad de los hechos delictivos cometidos por el general Gutiérrez Rebollo, responsable hasta hace unas horas del Instituto Nacional para el Combate a las Drogas, afirmando categóricamente que éste había atentado con su conducta contra la seguridad nacional, hecho doblemente deleznable tratándose de un general de división con fama de hombre honrado y eficaz. Cervantes Aguirre dijo textualmente que el general Gutiérrez ``engañó a sus superiores, defraudó la confianza en él depositada, atentó contra la seguridad nacional y vulneró el esfuerzo conjunto de las instituciones en contra del narcotráfico''. Y así es.
Propuesto para ocupar el cargo por el mismo secretario de la Defensa, Gutiérrez Rebollo había demostrado destreza en la persecución de uno de los cárteles de la droga, pero esa habilidad sólo podía explicarse porque se hallaba al servicio de una banda competidora, dirigida por el llamado ``Señor de los cielos'', el traficante Amado Carrillo Fuentes. El golpe es duro, seco y a la cabeza.
Sería una injusticia, y un error imperdonable, juzgar a la institución castrense por la conducta de uno de sus elementos, pero la verdad es que la situación pone los pelos de punta, pues si las redes de la corrupción y el narcotráfico pueden sentar sus reales en, y actuar desde, el vértice de los aparatos que están para combatirlo, ¿de qué no serán capaces para poner bajo su servicio a los organismos subordinados o subalternos que llevan la carga diaria de los enfrentamientos contra el crimen organizado? Si ya es grave la indefensión ante el delito en la que nos hallamos los ciudadanos, peor todavía resulta la evidencia de nuestra vulnerabilidad como Estado, amenaza que, desde hace años y en diversos frentes, contribuye a cuestionar la seguridad nacional. ¿Dónde están los órganos encargados de protegerla?
Por eso, la inmediata decisión del secretario de la Defensa de enfrentar abiertamente la situación es loable, toda vez que las actividades ilícitas de Gutiérrez arrojan una sombra de duda sobre la conveniencia de involucrar crecientemente a los mandos militares en la lucha contra las bandas que han hecho de México un verdadero botín. Se espera, en consecuencia, que las autoridades civiles y militares abran una investigación que vaya hasta la raíz de estos lamentables sucesos, a fin de cumplir con la promesa de ajustar los actos al derecho, ``decir la verdad y no ocultar conductas ilícitas en aras de evitar situaciones que pudieran deshonrarnos y llenarnos de vergüenza''.
El tema es delicado y debe analizarse sin afán de instrumentalizar un asunto que a todas luces representa un foco de alarma roja en el ya de por sí deteriorado ambiente nacional. Nos recuerda, por si alguien lo había olvidado, que el narcotráfico es un verdadero poder y una amenaza real para la sociedad en su conjunto; que en la guerra contra las redes internacionales delictivas estamos en desventaja y, a veces, en franca retirada. Y lo que es peor, sometidos a la presión corruptora de los mismos traficantes pero también, y al mismo tiempo, a las indecibles maniobras y chantajes de nuestros socios en la tarea de perseguir a los delincuentes. Así pues, no conforme con actuar debidamente ante el incremento de la acción delictiva, México tiene que dar señales inequívocas de cooperación y buen comportamiento si no quiere verse excluido de la llamada ``certificación'' de Estados Unidos, que es el arma injerencista de los intereses estadunidenses en esta época de buena vecindad y libre comercio.
Las afirmaciones del secretario Cervantes Aguirre no dejan lugar a dudas en cuanto a que se trata de un incidente que sacude a todo el entramado institucional comprometido en la acción contra el crimen organizado, cuyas consecuencias no hemos comenzado a calibrar. Ojalá y estos hechos permitan reflexionar sobre la urgente necesidad de ventilar, y suscribir, la reforma de la justicia que el país reclama, con el ánimo de ir a las cuestiones de fondo, por dolorosas o complicadas que parezcan.
No deseo especular sobre el asunto, pero por lo pronto la realidad nos hizo ver, de nuevo, la enorme fragilidad de las entidades encargadas de la lucha contra el narco, que nos revela los límites de un estado de cosas que ya es inmanejable e impresentable. Es hora, me parece, de bajarle el tono a la estridencia para tratar de ir al fondo de esta crisis, antes de que sea demasiado tarde.