José Cueli
Evita

El genio creador halló en Eva Duarte de Perón --Evita-- la arcilla de lo melancólico y de una existencia humilde y marginal, materia dúctil para ser un mito. Evita demostró que nada es imposible y no hay nada insignificante. En todos late y alienta la esencia de la vida. El sueño de la trascendencia y la inmortalidad. Su liderazgo fue al fin un misterio. Personaje del mundo vivía un cuerpo que tenía la llama de la vida y buscaba prolongar su espíritu. Lo que consigue después de muerta --en la actualidad-- con la película Evita, de Alan Parker, promotora de protestas sociales en Argentina.

Descubrir esa luz, percibir en esa llama las profundas raíces de que se nutrió su dramática existencia que la caracterizó, la aisló y dio relieve, destacarse fue su privilegio.

El talento que la llevó al liderazgo con el que defendía su vida en el margen, en los márgenes, en la exclusión, exiliada de su cuerpo, alma y dolor. Dolor vivido con intensidad que transmitía a los descamisados que la glorificaron y la siguen glorificando y despertando pasiones en la tierra del tango.

Evita personaje arrancado al arrabal que, gracias a su liderazgo, capacidad de persuasión --lo mismo erótica que linguística-- con los demás sacó lo que en sí misma tenía: su esencia insuflada con el soplo de la genialidad. Más allá de lo que su rostro mostraba y delataban sus manos al caer con triste dejadez o sus párpados ocultos entre las pestañas que encerraban la pupila depresiva que parecía contemplar la visión interior de su drama, vivido en la exclusión independiente del coro argentino que confundió Evita con Argentina.

Evita con la barbilla alzada sobre el cuerpo, al ritmo de su simpatía, hablaba de su melancolía y los vapores negros de la tristeza.

La boca sonreía conservando algo del sonreír infantil e ingenuo que las mujeres sensuales guardan más que el resto de los humanos. Su rostro sólo expresaba ideas generales, difusas, sin necesidad de complicárselas con gesticulaciones y demás matalage sicológico.

En Evita latió siempre un ser humilde y sencillo, a quien el destino escogió y la reveló, proyectándola sobre el mundo. Misteriosa mujer con la virtud dramática natural, no aprendida, que encerraba la esencia de un estilo que la definió. Por si fuera poco, muere en pleno triunfo y este final dramático cierra una carrera que dispuso de todas las vicisitudes que se necesitan para impresionar los resortes del alma de un pueblo; cuando el personaje llega en el momento preciso.

Muere Evita rodeada del fervor popular, en pleno ejercicio del poder, que tenía que ser dictatorial --omnipotente y sádico-- para cubrir su vacío, afiliada a los de su género. Así, tocada por un designio trágico se convierte en trascendente, en mito.

El enigma de lo desaparecido, de lo que se nos escapa, se desmorona y se va de las manos.

Vía la hollywoodense película de Alan Parker, Evita hace su entrada triunfal ya muerta, al mito. Actúa su propia vida, desaparece su yo íntimo y vive sus máscaras que ofrece con la espectacularidad de su poder persuasivo que hizo del sentimiento por lo mortal, una verdadera manifestación pública, lista para la exportación que ni en sus días de éxtasis, soñó Marilyn Monroe. Evita logró convertir lo privado en público, lo selecto en mayoritario, lo silencioso en vociferante. Mientras, desaparecía y regresaba a su marginada zona de ilegalidad para seguir cumpliendo su sino de inadaptada.