¿Qué pasa con esos dos gigantes que son el ex Ejército soviético y el Ejército chino? Los dos han sido engendrados por la revolución y moldeados por las misma doctrinas político-militares: los dos corresponden, por su tamaño, a las dimensiones de potencias continentales con ambiciones superiores. Los dos, a su manera, enfrentan un porvenir inseguro en países inmersos en cambios profundos.
El caso del Ejército ruso es más claro. Después de sufrir la revolución que significaron la caída del muro de Berlín (fin del Pacto de Varsovia y del ``bloque socialista'', retirada de Europa Central) y la caída de la URSS (segmentación en 15 repúblicas, retirada del Báltico y de parte del Cáucaso) las antiguamente privilegiadas fuerzas armadas han sido las primeras víctimas de la crisis económica.
Las restricciones presupuestales y la falta de reformas han vuelto la vida imposible en los cuarteles y han puesto el Ejército en la incapacidad de cumplir con su misión. Se acabaron el dinero, el material, la disciplina, el prestigio. Los barcos se oxidan en los puertos, cuando no se hunden. Durante el año pasado, las fuerzas aéreas no pudieron comprar un solo avión; las tropas retiradas de Chechenia acampan a la intemperie, los sueldos se pagan con seis meses de retraso, los oficiales se suicidan: 100 en 1995, 130 en 1996. Treinta mil oficiales han renunciado en los últimos seis meses.
Empobrecida, humillada por la pérdida de sus privilegios, desamparada en el contexto de un nuevo mundo en el cual sus misiones no han sido redefinidas, el antiguo Ejército Rojo no es sino la sombra de lo que fue. Ni el secretario de la Defensa sabe con cuántos hombres puede contar. Posiblemente un millón 500 mil, que viven en la miseria y no reciben instrucción ni entrenamiento. Sería necesario un general Lebed para realizar las hazaña de Hércules de reformar las FFAA. La meta de transformar ese ejército de conscriptos en un Ejército profesional había sido anunciada para el año 2000. Hoy se habla del 2005, pero no se ha dado ni el primer paso. Las fuerzas estratégicas (20 mil cabezas nucleares y 40 submarinos) han sido más o menos preservadas en el desastre general. La repugnancia de los oficiales a intervenir en la vida política es una constante en la historia rusa y soviética, pero no se puede descartar una explosión social en los cuarteles, ni tragedias como la guerra de Chechenia.
Aparentemente el Ejército chino está mucho mejor con sus tres millones de efectivos --el Ejército más grande del mundo-- y sus 4 mil aviones de combate. Sin embargo, sigue equipado como una fuerza de los años 50 y le falta una verdadera flota. Su poderío nuclear es comparable al de Francia. De todos modos el resto de Asia tiene buenas razones para preocuparse, dada la creciente importancia política de los militares chinos y su papel en la crisis con Taiwan, en marzo pasado, cuando lanzaron misiles balísticos en forma de advertencia para los electores de la gran isla.
A diferencia de Rusia, China ve crecer a la hora de la sucesión de Deng Xiao Ping; el papel político de los militares y su dinamismo económico le permite aumentar, año tras año, el presupuesto de unas fuerzas armadas que se pueden modernizar y quieren hacerlo. China acaba de firmar importantes programas de compra de armamentos sofisticados a una Rusia capaz de concebirlos y fabricarlos, pero demasiado pobre para darlos a su Ejército.
Cuando la batalla está abierta para saber quiénes van a ser los próximos líderes de China, cuando la situación se tensa en el Tibet y brotan algunos focos guerrilleros en el Xin-Jiang, los militares manifiestan cada día su fuerza e intervienen en todas las cuestiones de soberanía: Taiwan, Hong Kong, Tibet, las islas Spratleys, la Iglesia católica. La fuerza militar es un instrumento de la diplomacia china y podría convertirse en un factor decisivo de política interna. En todo eso el Ejército chino no se parece en nada al ex Ejército soviético, que fue alguna vez su padrino, y podría volver a ser su arsenal después de una interrupción de 37 años.