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A un año de la firma de los Acuerdos de San Andrés sobre Derechos Indígenas ¿quién, señor Presidente, ha demandado una ``reforma que fragmente a la nación mexicana''? ¿Quién puede calificar de genuinas y verdaderas las reformas constitucionales en materia indígena? ¿Usted, señor Zedillo, y su mayoría? ¿Por qué construir fantasmas y argumentos que los pueblos indígenas no hemos dado?
Nada en este momento es más útil que la firme intención de hablar con argumentos sólidos y fundados en la realidad, y no en caprichos políticos de intereses de grupos ajenos al sentir común indígena. Y el acercamiento más importante que puede fundar las pretensiones de los actores que estamos involucrados en este proceso, pero fundamentalmente el gobierno y el EZLN, son sin duda los Acuerdos de San Andrés sobre Derecho y Cultura Indígena, que hoy cumplen un año de haberse suscrito.
Dichos Acuerdos constituyen un primer paso para cambiar la relación entre los pueblos indígenas y el Estado mexicano a fin de empezar la compleja labor de reconstitución de nuestros pueblos, en tanto sujetos colectivos y por tanto, portadores de derechos específicos. Este hecho, inédito en la historia de los países latinoamericanos, ha dado aliento de esperanza a la sociedad mexicana y en particular a nuestros pueblos indígenas. Pero para llegar a estos primeros Acuerdos la historia es larga.
1. En la década de los 70 surgen en México las primeras organizaciones indígenas que empiezan a poner en el centro de su reflexión la cuestión de los derechos indígenas. Entre otras razones porque el asistencialismo gubernamental nos llevaba invariablemente a la pérdida de nuestra vida colectiva en tanto comunidades y pueblos. Dicen entonces nuestros compañeros que el problema de nuestros pueblos no es sólo ``un problema de ricos y pobres, sino va más allá, pues se trata de que nos reconozcan el derecho a la diferencia''.
Así, frente al asistencialismo empiezan a gestarse una serie de exigencias sobre la necesidad de reconocer en el plazo legal y social la existencia de pueblos indígenas en estas tierras, y como consecuencia lógica de lo anteior el reconocimiento de los derechos a la autonomía, a las tierras y territorios, a la cultura y sistemas normativos propios, entre otras.
2. Lo anterior empiezan a ser las ideas fundamentales que habrían de nutrir el ``renacimiento indígena'' en la década de los 80 y a principios de los 90. Ante el impulso cada vez más creciente del Movimiento Indígena --en ocasión de los 500 años de la llegada de los españoles a estas tierras-- y con una fuerte presión internacional, el gobierno mexicano intenta callar las voces indígenas con una adición al artículo 4o constitucional reconociendo algunos de nuestros derechos culturales, pero no más allá. Esto nos habría de recordar el intento de cooptación que el gobierno de Luis Echeverría cristalizó con la creación del Consejo Nacional de Pueblos Indígenas para corporativizar al Movimiento Indígena Nacional.
3. Nuestras voces no podían callarse. El grito del ¡ya basta! en enero de 1994 de los hermanos zapatistas, pondría nuevamente el asunto indígena en la conciencia nacional e internacional. Las razones de su levantamiento son fundamentalmente las mismas que cualquier pueblo indígena tiene en los más apartados rincones de México. Lo único que cambió fue el camino que cada quien siguió para hacerse oír. Así con justeza el subcomandante Marcos en aquella ocasión afirmó: podrán cuestionar las vías, pero las causas nunca.
4. San Andrés es el punto de encuentro entre lo que podíamos llamar el Movimiento Indígena Civil y el Movimiento Indígena Armado y juntas nuestras voces plantean al gobierno una nueva relación entre nuestros pueblos y el Estado mexicano. Es así como la firma zapatista en estos primeros Acuerdos tiene la legitimidad surgida desde nuestras comunidades y pueblos, y por tanto el respaldo nuestro. De esta manera no resulta un hecho aislado que, en la Consulta sobre Derechos y Participación Indígena organizada por el Ejecutivo federal y el Congreso de la Unión, nuestros pueblos hayan respaldado en su gran mayoría dichos Acuerdos.
5. Para infortunio de todos, la delegación gubernamental firmó con el ánimo de acotar y restringir al máximo las reivindicaciones planteadas en las distintas fases de los Diálogos en San Andrés. Como ha afirmado el señor Zedillo, la firma gubernamental sí estuvo avalada por ``falsos redentores'' bajo la careta de proteger intereses nacionales. Este es el mensaje que hoy nos envían por su falta de voluntad política para cumplir dichos Acuerdos, y como consecuencia lógica, su rechazo a la propuesta de Cocopa.
6. La historia de los procesos de pacificación en América Latina se está haciendo presente en México, en tanto hay una demostración clara de no cumplir con los Acuerdos pactados. Y este hecho resulta lamentable para México, en tanto se avizoran algunos avances sobre derechos indígenas en el contexto internacional con la posible expedición de la Declaración Universal de los Derechos de los Pueblos Indígenas.
A la luz del encuentro entre el zapatismo y el movimiento indígena, lo que sí resulta irreversible es el proceso de organización-reconstrucción autónomo desatado en nuestras comunidades y pueblos indígenas. Ese encuentro por la vida y por la paz es lo que hoy podemos celebrar en honor del dolor y la sangre que le dio origen.