BALANCE INTERNACIONAL Ť Eduardo Loría
¿A quién le interesa el desempleo?

Muchas veces cuando se habla de empleo (desempleo) y salarios, se hace a partir de enfoques muy generales que impiden ver el problema con sutilezas y matices necesarios no sólo para su correcta apreciación y análisis --lo cual constituye un punto básico de partida-- sino para la elaboración de propuestas que pretendan tener algún grado de efectividad.

Sin duda, el desempleo se ha convertido en un problema que afecta, aunque con diferencias sustanciales, a la gran mayoría de los países del mundo independientemente de su grado de desarrollo. Es evidente que la forma en que lacera a las sociedades de Europa Occidental es mucho menos agresiva que en los países latinoamericanos o peor aún a los africanos, simplemente por la existencia de toda una red de protección social.

¿Qué tan factible es pensar en eliminar el desempleo o siquiera reducirlo sustancialmente?

¿Cuál es la capacidad de la economía mundial y de las economías nacionales de recobrar y mantener por un buen espacio temporal altas tareas de crecimiento, y cuál sería la capacidad de éstas de generar empleos?

Las respuestas no son todo lo optimista que desearíamos, debido a una multitud de factores que tienen que ver con el estado actual del marco institucional de la economía internacional y de las economías particulares que han definido prioridades muy distintas al crecimiento y mucho menos al combate efectivo al desempleo. En los hechos, la estabilidad macroeconómica y las nuevas fases y procesos de integración regional han subordinado los objetivos sociales de la política económica.

Por otro lado, las políticas macroeconómicas generalmente incurren en el defecto de apreciación comentado inicialmente cuando consideran que una tasa específica de crecimiento económico automáticamente genera un volumen determinado de empleos. En la realidad esto es mucho más complejo, debido a que los cálculos (que se realizan a través de la estimación de elasticidades) no toman en cuenta aspectos fundamentales muy diversos, como pueden ser: qué sectores crearán esos empleos, de qué calidad, en qué espacios geográficos, qué esfuerzos de organización e incluso de reestructuración requieren las unidades económicas para generar esos empleos, de qué manera el marco institucional facilita o estimula que el crecimiento se traduzca en más empleos.

Por otro lado, las tasas de crecimiento del producto no pueden asociarse directamente a la creación de empleo, debido a que esas tasas se han vuelto altamente selectivas y excluyentes. En general, la modernización de las instituciones y de las empresas implica en principio reducir el personal y posteriormente quizás contratar nuevos individuos más calificados y en condiciones contractuales flexibles. Los individuos que son víctima de los recortes (o del adelgazamiento organizacional) muchas veces pasan a engrosar las filas de los inempleables o de los subempleados, en este último caso debido a que se ocuparán en puestos de menor calificación y remuneración. Estas dos consecuencias se explican porque ha crecido vertiginosamente la tasa de obsolescencia de la fuerza de trabajo, prácticamente a todos los niveles de la escala de los mercados laborales.

En ese sentido, los hechos consignan que en las últimas dos décadas el crecimiento económico sistemáticamente se ha vuelto ahorrador de trabajo, en parte debido a que la gran competencia viene obligando a que las empresas aumenten constantemente su producción y, más aún, su rentabilidad, antes que aumentar la ocupación.

¿A quién le interesa realmente --y no sólo en el discurso-- resolver el problema del desempleo? Cada agente económico tiene un objetivo fundamental que muchas veces es distinto al de los demás. A los empresarios les guía como objetivo central sobrevivir en un mundo de competencia despiadada, que los obliga muchas veces a despedir personal. Definitivamente es incorrecto pensar que su objetivo principal es generar empleos. Si para sobrevivir necesitan crear o mantener empleos, lo harán. La dinámica de la acumulación es muy clara: el empleo es la variable exógena o de ajuste y las ganancias son la variable endógena u objetivo. Nunca al revés.

Los gobiernos, por su parte, han dejado de ser los grandes empleadores de la posguerra --incluso se han convertido en grandes ``desempleadores''-- y ahora su prioridad se centra en ``crear condiciones'' y mandar señales claras y favorables para el buen funcionamiento de los mercados, además de que dramáticamente han perdido capacidad de incidir en la sociedad y en la economía.

Quizás a los únicos que realmente les interesa este problema es a dos grupos sociales distintos: a los académicos (con trabajo) que ven en el desempleo un tema inagotable de investigación así como un detonador de catástrofes económicas y sociales; y, por obvias razones, a los desempleados mismos. Los académicos pueden analizar y clasificar hechos, pronosticar consecuencias y eventualmente proponer alternativas de política. De manera que los únicos que pueden actuar con efectividad contra el desempleo son los desempleados, al crear su propio empleo con el escaso capital individual que logran reunir. Sin embargo, los marcos institucionales actuales en su mayoría fueron construidos para otra realidad, justamente cuando con mayor facilidad se generaban empleos.

¿Qué cambios integrales son necesarios para que los desempleados puedan ellos mismos resolver un problema que se ha tornado de seguridad nacional y mundial? La atención --no la solución-- al problema deberá tener varios niveles de análisis, y debe ser altamente creativa y flexible. Los marcos y los enfoques analíticos y de política rígidos han dejado de ser útiles y provechosos para la sociedad.