El 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes, el periódico El Norte hizo un montaje que hacía ver al Museo de Historia Mexicana, ubicado en el centro de Monterrey, como una más de las sucursales de la famosa cadena estadunidense de abarrotes HEB.
Broma macabra, aludía a una macabra realidad. El edificio donde se aloja el Museo se ha entregado en dación de pago al Banco Mercantil del Norte (Banorte) para cubrir parte de la deuda que contrajo el gobierno de Nuevo León con esta institución.
El Museo es uno de los tantos activos (para el capitalismo voraz que padecemos sólo hay activos: instituciones públicas, bienes nacionales, símbolos, territorio, subsuelo, el país en su conjunto) privatizados por un gobierno que no se hace cargo de su historia y rematados en barata por el Fondo Bancario de Protección al Ahorro. La razón social de este mecanismo, hay que decirlo, esconde su verdad en un pequeño cambio sintáctico. Debiera decir Fondo de Protección al Ahorro Bancario (Foprotaba en vez de Fobaproa), pues la finalidad que se persigue no es otra que la de beneficiar con recursos públicos y privados a una banca ajena al fomento o por lo menos a un manejo financiero cuyas utilidades fuesen resultado de la productividad traducida en una cartera sana y no de la ruina de los particulares y de los valores colectivos.
Obra postrera de su sexenio, Carlos Salinas de Gortari le impuso al gobierno de Nuevo León la construcción del Museo de Historia Mexicana con el propósito de convertir a éste en ``detonador'' del desarrollo urbano denominado Paseo de Santa Lucía, un complejo similar al del North Sart Mall de San Antonio. Nadie debiera asombrarse, considerando lo siniestro del hombre de la gabardina azul, de que ya desde entonces, bajo el aura cultural de la historia, se haya destinado el edificio del Museo al mercado turístico y comercial de Monterrey.
Los vecinos del área donde hoy se erige el Museo --propietarios unos, inquilinos otros, como yo-- fuimos apremiados a desalojar las viviendas ocupadas por unos cuantos pesos. Ahora, por unos pocos más, el Museo pasa a ser propiedad de un banco que ya lo corre en el mercado de bienes raíces de Nueva York. Manes de la globalización.
A las claras se percibe que el gobierno de Nuevo León, encabezado ad interim por el industrial Benjamín Clariond Reyes, no hizo el mínimo esfuerzo por mantener el Museo de Historia Mexicana dentro del patrimonio social. El pasado domingo se atribuyó al alemán Jorg Immendorff el premio de 250 mil dólares que el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey (Marco) otorga anualmente a un pintor por su trayectoria. Esa suma sale de algunos monederos locales y de las arcas públicas. A esto se llama afluencia. ¿No se pudo haber recurrido a una coperacha similar para no tener que pagarle a Banorte con el Museo de Historia Mexicana? Quizá lo habría intentado un gobernante medianamente comprometido con su pueblo. Clariond Reyes, de la estirpe de Bucaram, tiene compromisos, pero con intereses que no son precisamente populares.
Sin embargo, en una de sus singulares encuestas de inspiración escolar, El Norte dio a conocer hace poco a los gobernadores que mejor calificación obtuvieron de parte de sus gobernados. Benjamín Clariond Reyes, llamado El Benjas hasta por el Presidente de la República, obtuvo la más alta. Las conclusiones pueden ser tres: a) la encuesta fue manipulada; b) los encuestados carecen de documentación cuando no sean unos lábiles, y c) la encuesta no fue manipulada y los encuestados son gente informada y con criterio. En este último caso nos hallaríamos frente a un grave problema de inconciencia colectiva en el estado donde se quiere domiciliar a la vanguardia del país.
De hecho, no han ocurrido pronunciamientos institucionales, partidarios --salvo el de Liliana Flores Benavides, la candidata de la coaliciación PRD-PV-El Barzón--, universitarios, de historiadores y demás intelectuales, ni tampoco de organismos cívicos al respecto. Acaso es de temer que quienes juzgamos severamente la conducta de las autoridades de Nuevo León por lesionar bienes patrimonio de la comunidad pertenezcamos al reino de la anomia. Monterrey lo que necesita no son museos --menos de historia-- sino ``moles''