Lo aceptemos o no, la elección de candidatos del PRI al gobierno del Distrito Federal es otra ruptura a los precedentes políticos. Por tradición había resuelto de modo autoritario la designación de todos sus candidatos en elecciones reñidas. En este caso aceptó no sólo el voto secreto de los 250 delegados, sino el ventaneo de las precandidaturas de Alfredo del Mazo, Manuel Jiménez Guzmán y José Antonio González Fernández. Los tres candidatos hicieron alguna forma muy embrionaria de campaña también inusitada. Se dice que Fidel Velázquez y los políticos mexiquenses, que pesan decisivamente sobre el PRI, decidieron la designación de Del Mazo. Se dice que el Presidente ordenó que se llamara a todos los consejeros y se les diera como consigna votar por el ex gobernador. Las encuestas que lo favorecían por un margen de 3 a 1 fueron publicadas en contravención a lo acordado. Todavía es muy opaca y palaciega la política al interior del PRI y el método no es plenamente democrático, pero ya no es el dedazo.
Nuestras especulaciones parecen oscurecer tres hechos fundamentales: 1) El PRI se vio forzado a una fórmula un poco más moderna por el carácter democrático genuino de la designación de sus competidores, sobre todos los dos fuertes que pugnan dentro del PRD. 2) Como sea, los consejeros del PRI se enfrentaron a su propia conciencia y/o a sus intereses en el momento de votar. Será muy difícil que en las futuras competencias de gran relieve el PRI vuelva al crudo sistema de consigna. Será posible que grupos grandes de priístas, dueños de sus votos, decidan más allá ``de la línea''. 3) Es la primera vez en una elección decisiva en México que hay dudas fundadas de quién ganará, y si nos atenemos a la perspectiva de hoy, hay más probabilidades que gane la oposición a que gane el PRI. ¡Eso sí que es un hecho histórico!
Ernesto Zedillo dijo que le parecía ``maravilloso'' el rejuego político que se está dando en la víspera de las elecciones del 6 de julio. Podría sentirse contento por el desenlace de la elección del PRI. Si es que significó un avance en su proyecto de transición y de existir éste. El PRI se ajustó simultáneamente al cambio y no se resquebrajó. He sabido de la desilusión irritada y justa de los precandidatos perdedores, lo que nos hace pensar que la elección no fue simplemente una farsa. Como sea, los que perdieron se resignaron y todos felices comieron perdices y huauchinangos en el restaurante Danubio. No hay un solo signo de ruptura.
La decisión de aprehender al general Gutiérrez Rebollo (responsable oficial de impedir el tráfico de cocaína, en rea-lidad aliado de los traficantes) es otro logro político. La medida implicó disciplinar al Ejército, que parecía entrar progresiva y peligrosamente en el escenario político. El Presidente logró que los más altos mandos acompañaran a Enrique Cervantes Aguirre, secretario de la Defensa Nacional, en el momento de la denuncia. Se sabe que en el pasado varios jefes fueron sospechosos de colaborar en el tráfico de droga. Los dos presidentes anteriores, contemporáneos al narcotráfico, no pudieron y/o quisieron hacer, no digamos ya un esclarecimiento como el de éste insólito Día de la Lealtad, ni siquiera una investigación.
Zedillo podrá tener sus episodios favorables. Pero seguro observa con amarga angustia la línea de presión que tiende hacia él el gobierno de Estados Unidos.
Parece que la destitución de Gutiérrez Rebollo y las recientes ``filtraciones'' de la existencia de un clan de narcotraficantes en el corazón de la Presidencia de la República en el sexenio pasado van a desencadenar una nueva campaña contra México. Clinton elogió la firmeza de Zedillo, pero muchos funcionarios estadunidenses clave han mostrado su irritación por las alturas que va alcanzando la corrupción en México. Hay peligro de que no se certifique a nuestro país como un buen colaborador en la lucha contra el narcotráfico y se retiren las ayudas que recibimos.
La utilización de presiones sobre nuestro gobierno es algo para llenarnos de amargura, no sólo a Zedillo, sino a todos. Cabría preguntarse si los estadunidenses realmente quieren que intensifiquemos la lucha antidroga (en la que ellos están fracasando rotundamente) o están buscando otro objetivo estratégico, oculto todavía a la opinión pública.
¿Qué más van a exigir a nuestro país, que debilitado por la corrupción, la ineficacia y el desprestigio de sus autoridades no ha hecho otra cosa en los últimos 15 años que ceder terreno, desmontar mecanismos de defensa, reblandecer su soberanía.