Guillermo Almeyra
Deng era China, pero China no es Deng

Es evidente que la muerte de Deng Xiaoping podría tener importantes repercusiones políticas en la gran potencia emergente que es China y, por lo tanto, en todo el mundo. Pero es igualmente obvio que el curso general del desarrollo chino no depende ya de Deng, como no dependió de Mao y prosiguió después de la muerte del aparentemente irremplazable Gran Timonel.

Samir Amin recuerda con mucha pertinencia que en el famoso artículo El choque de las civilizaciones de Samuel Huntington, éste trata de estimular en Estados Unidos una acción cada vez más antichina no con el argumento de que China sería socialista sino, simplemente, porque es una gran potencia ascendente. El mismo autor destaca también que los chinos, a diferencia de las burocracias de los países de Europa Oriental recicladas como capitalistas, tienen un ``proyecto capitalista nacional y social'' que están llevando a cabo desde hace decenas de años.

China, en efecto, está creciendo a un ritmo del 10-12 por ciento anual y la política que tuvo a Deng como inspirador ha desarrollado ya una base de apoyo social importante, sea en la región compradora que va desde Cantón hasta Hong Kong, sea en la región donde crece una fuerte burguesía nacional industrial (Shangai y provincias limítrofes), sea en la misma burocracia capitalista de Estado, corrompida y autoritaria, con sede en Beijing y en el Norte. Cientos de millones de personas se benefician con esta política capitalista nacional y ayudan a construir una nueva (o nuevas) clases capitalistas. La muerte del patriarca y promotor del enriquecimiento sin límites y de la integración china en el mercado mundial, por lo tanto, no cambiará fundamentalmente el curso de esta ola de fondo. Sobre todo, porque quienes no participan sino en muy menor medida del festín (los campesinos, las zonas del interior) antes que nada piensan y actúan como chinos, es decir, como nacionalistas y respetuosos del poder y, en segundo lugar, por el clásico individualismo campesino, creen beneficiarse con la apertura del mercado (entre otras cosas porque ya algo ganaron, en términos materiales) y, por consiguiente, posiblemente darán un apoyo pasivo a la continuación de la política denguista sin Deng.

El mayor peligro para el establishment chino proviene sin duda de que con Deng desaparece el Gran Mediador entre las diversas corrientes a la vez coincidentes y contrapuestas. Coincidentes sin duda en su odio a la democracia ya que, salvo un puñado de intelectuales, ni los burócratas ni los capitalistas en ciernes están dispuestos a abandonar un control rígido y paternalista de la vida económica y social, pero opuestas en nombre del regionalismo (o sea, del control autocrático de las grandes regiones por los grandes jefes locales del Partido, que son también jefes de clanes y tienen enormes y crecientes intereses económicos). Si bien todos estos grupos están unidos por el nacionalismo chovinista chino y por las motivaciones imperiales, también están divididos en lo que respecta al usufructo del poder estatal, que no puede ser sólo local o regional, como en la época de los ``Señores de la Guerra'' si se quiere que China sea, como puede ser, la primera gran potencia asiática y una gran potencia mundial ya en el primer cuarto del siglo próximo.

Como hay sólo un trono de Emperador republicano y existen muchos traseros ilustres dispuestos a ocuparlo, podría surgir de allí una lucha sorda que, sin Mediador (porque el partido pesa cada vez menos y la ideología seudosocialista es cosa de museo), podría llevar a una federación de feudos capitalistas nacionales con una política exterior consensuada y unitaria. El miedo de las Bolsas de la región ante las consecuencias de la muerte de Deng no deriva de que ellas puedan creer en un reforzamiento ``socialista'' de la China postdenguista sino, precisamente, de que los negocios deban ser discutidos con capitalistas locales más ávidos y duros, menos ``políticos'' que los actuales. China sin Deng seguiría siendo pues una gran potencia económica, política y militar en rapidísimo desarrollo, con los sobresaltos propios de todos los cambios de dinastía cuando el país era --como está queriendo volver a ser-- realmente el Imperio del Medio. Se cierra la época de la revolución y de la construcción de la unidad nacional. Ahora comienza otra fase llena de incógnitas. El papel del individuo en la historia tiene un gran peso, pero lo que decide es el espesor mismo de aquélla y el desarrollo de la economía y de la sociedad. Nunca hay que olvidarlo.