Carlos Bonfil
El precio de la libertad

En la sublevación irlandesa de 1916 contra las fuerzas de ocupación inglesas, Michael Collins (Liam Neeson) sobrevive a la serie de ejecuciones con que culmina el aplastamiento de la rebelión. Luego de una temporada en la cárcel, él y su compañero Harry Boland (Aidan Quinn) organizan un movimiento de resistencia urbana, liberan al líder nacionalista Eamon de Valera (Alan Rickman) --quien emigra a Estados Unidos en busca de apoyo para la causa--, y proceden en 1920 a una sangrienta purga de oficiales militares británicos. Al descartar la opción de una nueva insurrección popular (condenada al fracaso), Michael Collins elige la guerrilla urbana y las estrategias desestabilizadoras del terrorismo.

El precio de la libertad (Michael Collins), del irlandés Neil Jordan (Juego de lágrimas, Entrevista con el vampiro), propone una visión vigorosa, apasionada, de ese episodio de la guerra entre Irlanda e Inglaterra, y sugiere sus repercusiones hasta la época actual. La cinta de Jordan ha despertado animosidades y puntos de vista divergentes en torno a su veracidad histórica, y lanzado en Inglaterra e Irlanda un nuevo debate en torno de la cuestión irlandesa y el tema del terrorismo. Es verdad que Jordan no pretende en esa cinta, como tampoco en Juego de lágrimas, abordar la cuestión irlandesa con una objetividad de entrada imposible. En busca de eficacia dramática, la cinta fuerza un poco las situaciones históricas, elimina algunos personajes clave y hace de los protagonistas antagónicos (Collins y De Valera) figuras emblemáticas del compromiso político y del republicanismo radical, respectivamente. Para obtener la autonomía irlandesa y el cese de las hostilidades, Michael Collins y Arthur Griffith (personaje excluido en la cinta) aceptan un tratado con los ingleses que divide territorialmente al país y pospone de manera indefinida la opción republicana. Irlanda se convierte en Estado libre, aunque todavía súbdito de la corona británica. De Valera y sus seguidores rechazan esa solución y eligen la resistencia armada.

Neil Jordan maneja la oposición de sus protagonistas principales muy a la manera de un drama histórico como el Dantón, del polaco Andrzew Wadja, donde al radicalismo de Robespierre se opone la figura trágica de Dantón, el ``amigo del pueblo''. Se eliminan complejidades excesivas, se traza el perfil populista y amable del héroe conciliador (un carismático Gérard Depardieu en aquella cinta; aquí, un bonachón Liam Neeson) y se oscurece al máximo la representación de la villanía (la aristocracia del antiguo régimen en Dantón o las fuerzas de la ocupación inglesa en El precio de la libertad). Un ejemplo: en la cinta de Jordan, el episodio de un tiroteo en el estadio de futbol en Cork, feudo de los nacionalistas irlandeses, se vuelve una masacre abominable; los tanques de una fuerza paramilitar, apoyada por los ingleses, lanzan ciegas ráfagas de metralla contra el graderío. Las víctimas, uno imagina, serían cientos de inocentes. La realidad histórica es distinta: el saldo del tiroteo fue de 12 muertes. Cien o 12, el horror es el mismo, pero Jordan maneja aquí la sobredramatización, como en otras escenas el esquematismo de los personajes, o una subtrama sentimental muy débil --en nada comparable con la turbia sensualidad que el director exploró en Juego de lágrimas. Julia Roberts es Kitty Kiernan, una joven dividida entre el amor de Collins y su compañero Boland. La rivalidad amorosa se confunde finalmente con una súbita rivalidad política entre los dos amigos.

El tema de la rebelión irlandesa y la presencia, real o fantasmal, del ERI se han manifestado en cintas como la portentosa Larga es la noche (Odd man out, Carol Reed, 47), o de manera espectacular y maniquea en Juego de patriotas (Noyce, 92), basado en el bestseller de Tom Clancy. Jim Sheridan abordó el tema en forma emotiva al describir en En el nombre del padre (93) el dramático itinerario de la familia Conlon. Neil Jordan realiza una breve crónica de la insurrección irlandesa en el marco de una superproducción Warner Bros. Obtiene así escenas espectaculares, como el ataque a la oficina de Correos o la masacre en el estadio; pero la ambición épica no le impide analizar el estado de ánimo de los nacionalistas orillados al terrorismo, sus vacilaciones, su nerviosismo y su decisión desesperada. La cinta, reflexión sobre la violencia de la razón de Estado y la respuesta rebelde, se filmó en Dublín, donde cientos de ciudadanos se propusieron espontáneamente como extras. A pesar de algunas imprecisiones históricas y de un maniqueísmo apenas disimulado, Jordan propone aquí un cuadro de actuaciones estupendas, una elaboración dramática de primer orden y una relectura provocadora, poco aséptica, de la historia irlandesa de los años 20, uno de sus periodos más controvertidos