Se fue Bucaram, pero sigue el dominio de la casta financiera
José Steinsleger, especial para La Jornada Ť Bucaram perdió el poder por torpe antes que por ``loco''. De no haber mediado su desquiciante personalidad, la casta financiera hubiese disculpado los revulsivos aspectos morales y estéticos de su gestión. Después de todo, tras su victoria en julio pasado lo primero que hizo el líder de la ``fuerza de los pobres'' fue contratar los servicios del argentino Domingo Cavallo, experto en concentrar la riqueza y en multiplicar la pobreza.
Desde la perspectiva de los grupos económicos lo de ``loco'' fue lo de menos. Bucaram había ratificado en el cargo a los tecnócratas neoliberales del gobierno conservador de Sixto Durán Ballén (1992-96). Entre éstos se hallaba Augusto de la Torre, funcionario del FMI y coautor del Plan Macroeconómico de Estabilización que dio al traste con el gobierno anterior. Según la revista Euromoney, De la Torre es ``el mejor banquero central de América Latina''.
La derogación del gobierno de Alarcón de las fortísimas medidas de ajuste representa un hito político y social en el concierto del fundamentalismo democrático. Sólo que estos aspectos cuentan poco y nada para los números de la economía ``global''. Antes al poder hegemónico le bastaba con garantizar un representante de la ``oligarquía'' en el Ministerio de Economía; ahora, se exige estudiar en Princeton o Chicago para hacer del Estado una eficiente empresa de demolición del sector público. ``Apolítica'', claro.
¿De qué vive el Ecuador? Conviene invertir la pregunta: ¿cómo sobrevive? Es un territorio apenas más extenso que el estado de Chihuahua pero potencialmente mucho más rico; los ecuatorianos producen poco y ganan menos que poco: su PNB anual ronda los mil 400 dólares y el salario mínimo es inferior a los 50 dólares mensuales. Pero curiosamente, Ecuador es un exportador neto de dinero. El equivalente al 80 por ciento de la deuda externa (10 mil millones de dólares) duerme en los bancos de Miami. Y la plaza financiera de Guayaquil, una de las más sofisticadas de América Latina, contrasta con la escasa competitividad externa.
Básicamente la mitad de los ingresos proviene de la renta petrolera. Sin embargo, el recurso sólo sirve para afrontar el servicio de una deuda externa cuyo monto cuadruplica las exportaciones anuales. Otros productos primarios completan el resto: banano y café, cacao, flores, galletas ayuyas, sombreros de paja toquilla, el sabroso dulce de babaco y abacá, fibra con la que se elaboran los dólares norteamericanos.
Por otro lado, y aún cuando Ecuador no es un productor fuerte de droga, los organismos técnicos competentes saben que bajo el esplendor ultramoderno de ciertas áreas de Quito y Guayaquil así como la relativa estabilidad económica del país, subyace el lavado de dinero manejado con una inescrutable malla legal de empresas y prestanombres del narcotráfico.
Con 12 millones de habitantes de los cuales la mitad es indígena o reconoce su ancestro prehispánico, más de 8 millones padecen el atraso y la marginación. Dos de cada diez ecuatorianos son indigentes. Pero en la región amazónica los datos se invierten: ocho de cada diez se debaten en la pobreza absoluta. Las provincias petroleras de Napo y Sucumbíos encabezan la lista. Aquí hay localidades donde la gente camina siete días para llegar a la carretera más cercana, vadeando los ríos contaminados por el oro negro, abriéndose paso a través del verdor de la selva o atravesando inmensos y ocres terrenos yermos por la incontrolable y frenética tala de árboles.
En las ciudades de la sierra mejora la infraestructura. Pero la desigualdad entre pobres y ricos es de seis a cuatro. No obstante, existen regiones en las que el tiempo parece haberse detenido en el siglo XVIII. Y de Guayaquil a la Amazonia 60 minutos en avión le permiten al viajero retroceder diez mil años en la historia en tanto que en la islas Galápagos el ``ecoturismo'' promete acabar con lo que deslumbró a Darwin: la flora y la fauna como era hace millones de años.
Asoladas por la sequía hay provincias enteras que mueren de sed. La estratégica Loja, lindante con el Perú, ya ha sufrido la emigración de 300 mil habitantes sin que se aprueben los proyectos de riego. Para enfrentar el flagelo, todas las regiones del país sufren el corte de energía durante ocho horas al día. El 60 por ciento de la población carece de eliminación de aguas servidas, servicios higiénicos, eliminación de basura, energía eléctrica, teléfono, ducha, profesores, médicos y hospitales.
Los ciclos lectivos, interrumpidos permanentemente por los feriados patrios y religiosos, las fiestas patronales, el santo de los rectores y el cumpleaños de los maestros, asciende con suerte a 120 días al año. En 1996, 21 personas se contagiaron del sida en una clínica de Guayaquil. En Ambato tres mujeres quedaron paralíticas al recibir formol por anestesia.
Apenas el 38 por ciento de la población rural y el 58 por ciento de las áreas urbanas goza de saneamiento adecuado. El 88 por ciento cuenta con servicios de salud pero en el sector rural apenas el 20 por ciento, en tanto sólo el 71 por ciento accede al agua potable, índice que en el campo baja al 55 por ciento. Las consecuencias para la salud son inevitables. Indicadores de Unicef sitúan la mortalidad infantil en 57 por cada mil nacidos vivos. Pero en localidades como el cantón Colta trepa al 127 por mil. Un millón 300 mil niños ecuatorianos menores de dos años sufre de anemia aguda. Y por cada 100 mil niños nacidos vivos al año mueren 150 madres.
¿Hay salida? Es una pregunta que en caso de poder la haría Lupita Macías Zambrano, niña que vive en el suburbio de Guayaquil. Como miles de párvulos Lupita ayuda a sus padres pidiendo limosna. Pero la gente le da a ella más que a los otros porque a los cuatro años Lupita es un duendecito que no alcanza la altura de los escritorios del ``único modelo viable'': mide 50 centímetros y pertenece al 34 por ciento de la población ecuatoriana que, según Unicef, nace corta de talla. Para llamar la atención, Lupita lleva una pandereta.