Alain Derbez
Mestre

El lunes 11 de febrero de 97 escribí una carta al historiador catalán Franceso Puig Rovire. El vive en Vilanova i la Geltrú, la misma población donde el 15 de abril de 1906, hace casi 91 años nació Ricardo Mestre.

Puig publicó hace unos años un libro con la historia del lugar, su gente, sus protagonistas. Una de esas personas desde luego tenía que ser Ricardo, vendedor de periódicos, director de periódicos, juez de paz y, más que nada, incansable difusor del ideal literario. La constante es --se dijo un día-- sembrar ideas, dar alternativas contra el autoritarismo y la opresión, la explotación, la violencia, el poder, el Estado, sinónimos.

Eso lo entiende Mestre desde niño y eso quiere hacer entender todo el tiempo donde quiera que esté, tanto en su ciudad como en Barcelona, ya en un campo de batalla de la Revolución y la Guerra Civil española, ya en un campo de concentración francés o en un barco llamado Ipanema en medio del Atlántico o en las asfixiantes sentinas de una embarcación republicana fondeado en el muelle veracruzano o en la ciudad de México, lugar al que arriba para siempre en 1939.

Escribí a Puig para solicitar me enviara su libro. El único ejemplar que yo había podido revisar descansaba en los estantes de la libertaria Biblioteca Reconstruir, y por cuestiones de distancia y tiempo no me era posible consultarlo. Decía la carta: ``(...) Soy desde hace muchos años buen amigo y aprendiz del oficio de vivir de Ricardo Mestre. Cuando vivía en la ciudad de México acostumbraba ir a su despacho de la avenida Morelos una o dos veces por semana. Subía por las escaleras que él a sus 90 todavía emplea por culpa de un ascensor y la claustrofobia... No sé si conoces el lugar. Es un edificio viejo (moderno en los años 30) del centro; allí se desplaza Ricardo todas las mañanas desde su casa en la colonia Roma.

``En el segundo piso, rodeado de oficinas de contadores y abogados, y un detective privado, hay un espacio amplio con dos puertas: su oficina. Hace unos años fue dividida. La parte del frente da entrada a la muy consultada --sobre todo por jóvenes-- Biblioteca Reconstruir. Al fondo, por un pasillo, está la puerta que lleva a donde siempre está sentado Ricardo. Ahora se vale de una lupa para leer o se hace leer por algún joven de los que con él trabajan. Rodean su escritorio varios estantes. Todo está lleno de libros y recortes de periódicos y revistas. Muchos irán en una bolsa de plástico a casa de Mestre por la tarde. Allí continuará la tarea. Lo suyo, dice él y creo que todos estamos de acuerdo, es sembrar.

``Ahora veo a Ricardo un poco menos. Apenas cada 15 días. Vivo en una ciudad, Zacatecas, que está a 600 kilómetros de la capital mexicana. Aprovecho mis visitas para ir a charlar con él. Incontables son las conversaciones que hemos tenido, interminable su memoria, sus memorias. Fue en una de esas charlas que él me mostró el libro que hiciste sobre Vilanova i la Geltrú. Ejemplar único del cual estaba muy contento. No he podido leerlo completo. Es por eso que te escribo. Me encantaría tenerlo para consultarlo. Sé que estaba por publicarse en castellano, si no, no importa, lo leo con lentitud pero entiendo el catalán. ¿Me lo podrías enviar?

``De Ricardo te puedo decir que últimamente ha estado un poco enfermo. Lo vi hace unos días, el viernes. Hace rato --hoy es lunes 1 de febrero-- hablé telefónicamente. Lo oí cansado, pero sigue en su escritorio despachando todo lo pertinente. Quedé de hablarle mañana nuevamente.''

El jueves 13 de febrero de 1997, al mediodía, un mes y días antes de cumplir sus primeros 91 años (como gustaba decir), Ricardo murió. El enorme corazón que Silvia Mistral, su mujer, me dijo se le veía en la radiografía, tomó la opción de descansar un rato.

Aquel viernes, fatigado como estaba, aceptó hablar con un compañero que quería entrevistarlo para La Jornada Semanal. ``No me gusta dar entrevistas --dijo--; estoy cansado, estuve enfermo...'' Charló con el hombre por horas animado una vez más, como todo el tiempo, por la necesidad de difundir el anarquismo, su historia, sus posibilidades en este mundo de fin de milenio, sus noticias y su realidad. Sólo interrumpió para compartir con él, con todos los que allí estábamos, un plato de papas a su gusto deliciosas, para mostrarle el par de libros de Rudolf Rocker que alguna vez coeditamos y que pronto, dijo, ``pues en eso trabajamos, han de ver su siguiente edición ya que está por agotarse éste'', para mostrarle la nueva ala de la biblioteca y los libros llegados de España y Argentina, que a la venta están siempre a un precio accesible.

Yo me tuve que marchar a mi ciudad y ya no pude verlo al día siguiente como había quedado. El lunes lo oí cansado, de pronto en castellano, de pronto en catalán, su voz estaba un poco apagada pero todavía con energía. Me reclamó el no haber ido y me recordó que le enviara copias del par de artículos que sobre Durruti recientemente publiqué. Entre los miles de pendientes había que impedir que siguiera creciendo el mito del leonés. Hacer saber quién era en realidad.

Como siempre, Mestre cariñosamente cortaba la charla con el envío de un besotón para mis hijos antes de decir la palabra ¡Salud!

En un pequeño prólogo que Ricardo hizo para nuestra edición de Artistas y rebeldes de Rocker citó al historiador del anarquismo Max Nettlau: ``Venimos y nos vamos sin saber por qué. Hasta creo que la idea de lo que hemos dejado de hacer en vida nos puede perseguir con angustias harto más punzantes, que la consideración del cercano fin de nuestro camino terrenal. Sólo es verdaderamente feliz quien en el ocaso de su vida está seguro de haber hecho lo mejor posible para abrir, ante sí mismo y ante sus congéneres, perspectivas más dilatadas y más altas de nuestra existencia espiritual y social. Quien siente así no ha de temer a la muerte''.

Salud, Ricardo. ¡Salud...