Alberto Aziz Nassif
¿Guerra a la narcopolítica?

En las últimas dos semanas se ha empezado a destapar una nueva caja de Pandora en México: la narcopolítica. El domingo 23 de febrero, el país se desayunó con otro escándalo. Según el diario The New York Times los gobernadores de Sonora, Manlio Fabio Beltrones, y de Morelos, Jorge Carrillo Olea, están vinculados con el narcotráfico (La Jornada, 23/II/97). Después de que testigos protegidos involucraron a la familia Salinas, se ``descubrió'' que el encargado del Instituto Nacional para el Combate a las Drogas (INCD) era parte de uno de los cárteles de la droga a los que supuestamente combatía; el escándalo de haber encarcelado a un integrante destacado de las Fuerzas Armadas, fue la noticia de media semana. Ahora que el general Gutiérrez Rebollo cayó, los vecinos del norte se preocuparon no sólo porque el zar mexicano contra las drogas era parte de las filas del enemigo, lo cual implica que todas las fuentes de inteligencia fallaron y que los cárteles de la droga tienen toda la información necesaria para cuidarse y actuar, sino por el nivel de infiltración del problema. Con todos estos datos --algunos claras evidencias y otros más simples testimonios-- nos enfrentamos a una realidad compleja que cubre de incertidumbre el país entero. ¿Hasta dónde llega este hilo de la narcopolítica que apunta a las alturas de la pirámide del poder en México?

La conexión íntima entre ciertos grupos de la clase política y el narco es conocida, aunque todavía no se sabe con exactitud el tamaño de la relación. Con la información de las últimas semanas se puede pensar, como hipótesis, que el vínculo es muy fuerte, lo cual implica una poderosa red de intereses en común, con lo cual estamos ante un caso de extrema gravedad nacional, al grado de poner en peligro la estabilidad del país y el futuro próximo. Si el presupuesto anterior es cierto, entonces el problema del tránsito democrático en México no es del autoritarismo tradicional de los grupos duros del viejo sistema, sino de las nuevas estructuras que se han creado sobre esa estructura y que ahora han montado una poderosa red de intereses que se mueve en los márgenes del sistema y de la legalidad y, en la cual, quizá, están involucrados personajes de la más alta jerarquía dentro de la pirámide de poder.

Este problema nos ubica frente a una complejidad llena de retos, de los cuales se pueden señalar al menos tres: a) el país puede estar por entrar a una guerra interna; la orden del presidente Zedillo de limpiar de narco al ejército puede implicar una operación de pugnas internas graves dentro de las Fuerzas Armadas; conflicto que además estaría muy ventilado en la opinión pública, que sería completamente novedoso, y quizá también por eso mismo podría tener efectos desconocidos; b) la relación con Estados Unidos ha entrado en una fase diferente; por una parte se comparte el costo de la lucha contra el narco y un sector del sistema político estadunidense, empezando por el propio Clinton, apoya las medidas de limpia del gobierno mexicano, pero hay otros sectores que piensan en la mano dura; la famosa e inaceptable ``certificación'' se ha complicado para México y está en el aire dentro de esta tensión interna; c) además se puede hablar de los efectos sociales que traería para el país; se pueden esperar aumentos de violencia peligrosos que, sumados a los que ya ha generado la crisis económica de los últimos años, pueden producir un clima más enrarecido y de fuerte descomposición.

Ingresar en una confrontación directa ya no sólo con los cárteles de la droga en su parte conocida, sino con la parte que hasta hoy había permanecido oculta, la política, se entraría a un nuevo tablero en donde el juego pone en operación otro tipo de relación entre gobierno y sociedad, es decir, un gobierno que emprende una tarea de este tamaño necesita de su lado a la mayoría de la sociedad. Jugar en el mismo equipo supone que existe confianza entre las partes, que hay zonas, grupos y objetivos fuera de las redes del narco y que las instituciones tienen capacidad de contener los movimientos que generaría el enfrentamiento. No basta con el respaldo y la certificación de Estados Unidos: se requiere tener adentro una alianza poderosa de fuerzas que soporte el conflicto. ¿Qué tanta legitimidad tienen las instituciones judiciales en México para aguantar una confrontación exitosa con la narcopolítica?, ¿cómo están las cartas del gobierno en la percepción de la sociedad en cuanto a su transparencia y honestidad para apoyarlo?; ¿cómo afectará toda esta historia, y lo que falte por saber de la telenovela, al próximo proceso electoral?; ¿qué piezas y acciones pueden crear la red de la narcopolítica para defenderse y hacer daño?; ¿por qué razón ahora Estados Unidos empieza a abrir los expedientes del narco en México y juega una embestida, justo en este año electoral? Lo único claro es que el Estado mexicano está frente a uno de los retos más importantes de su historia moderna.

Si es cierta la información del The New York Times, en buen aprieto se va a meter al sistema político, porque entonces las piezas pueden empezar a cuadrar en el rompecabezas de estos últimos tres años, aun hasta los asesinatos políticos pueden tener otras pistas de investigación. ¿Qué se va a hacer con esta situación: el gobierno va a seguir pidiendo información y enviando al secretario de Relaciones Exteriores a tranquilizar a los políticos norteamericanos?; ¿hasta dónde se piensa llegar o hasta dónde se podrá llegar? Por lo pronto podremos ver los impactos de esta información y qué pasa en Sonora y Morelos, donde habrá elecciones locales.

Sin duda, si alguien hubiera escrito el guión político de 1997 hace un año, es muy probable que no le hubiéramos creído nada y le habría etiquetado como provocador radical. Sin embargo, el ritmo de los acontecimientos y de la descomposición va demasiado aprisa, esperemos --sin caer en pesimismos gratuitos-- que en el camino haya algo para contener al país y más o menos conducirlo en esta hora difícil.