El sentimiento de estar de cara a un alud de impunidad que avanza inexorablemente, crece por horas. La catapulta de delitos presuntamente cometidos por personajes relevantes de la vida política y por los encargados de combatirlos, lanzada violentamente contra la sociedad, hunde al ciudadano común en una insignificancia impotente de la que nadie parece poder salvarlo.
Poseedor de un terrorífico poder de corromper y matar, el narcotráfico ha dado inmensas muestras de ser la mayor fuerza corrosiva que haya existido nunca en una sociedad. ``Todo mundo tiene precio'' afirma un cínico decir, del que parece estar seguro el comercio de las drogas.
Las negativas llenas de santa indignación de los presuntos narcopolíticos que hoy salen a la superficie señalados como miembros o socios de algún cártel, en el mejor de los casos abren la duda inmensa de que estemos simplemente frente a la impudicia. ¿Cómo saberlo? ¿Quién puede garantizarnos que el encarcelamiento de un protector o socio de narcotraficantes de los últimamente aprehendidos o señalados no es sólo parte de una guerra más entre cárteles? ¿Cómo interpretar al general McCaffrey cuando dice que se siente profundamente condolido porque ``la corrupción haya llegado a tales niveles en México'', mientras a principios de diciembre pasado sostenía que ``Gutiérrez Rebollo es un general de primera línea, conocido por su integridad y reputación''? ¿Como creer que el zar de la drogas de Estados Unidos no sabía, no tenía información, sobre las actividades de Gutiérrez Rebollo de la última década?; ¿y la DEA?, ¿fallaron sus servicios de inteligencia y de información durante todo ese tiempo?, ¿nadie se daba cuenta de que el general adquiría bienes aquí y allá?, ¿no es una hipótesis plausible el hecho de que a la luz de sus presuntas complicidades, la aprehensión de los Arellano por el general tal vez fue una faceta más de la guerra entre las bandas (entre los Arellano y el Señor de los cielos)?; ¿o es Gutiérrez Rebollo una víctima sacrificial? ¿la punta de un iceberg?
Jesse Helms nuevamente se empeña en ``descertificar'' a México. Los senadores Alfonse D'Amato (republicano) y Diane Feinstein (demócrata) dicen que la aprehensión de Gutiérrez Rebollo ``confirma'' que México ``ha hecho muy poco'' por eliminar la ``narcocorrupción''. La DEA se opone a la certificación. Robert Gelbard, director de la oficina internacional sobre narcóticos del Departamento de Estado, se pronuncia a favor de condicionarla. Por su parte, McCaffrey, condolido como está por los niveles de corrupción en México, sigue sosteniendo que debe otorgarse sin reservas y Albrigth por certificarnos sin certificación. Entre tanto, Peter Hakim presidente del Diálogo Interamericano, declara preocupado: ``México es demasiado importante para nosotros''; ``imaginemos lo que sería descertificar a nuestro socio comercial en el TLC cuando, apenas hace un año, le prestamos 13 mil millones de dólares para rescatar su economía de una crisis profunda''.
Clinton viene a México. Por tanto, puede usted jurar que ya habría cancelado su viaje si fueran a ``descertificarnos''. ¿Que hay en todo esto? Están a la vista consideraciones sobre intereses políticos y económicos --incluidos los de las propias bandas de narcotraficantes--, menos una persecución cuya motivación sea la salud y la legalidad.
El gobierno mexicano rechaza entre tanto --por principio y por conveniencia política-- la certificación. Es una intromisión, declara. Pero nuestra postura es casi irrelevante para el proceso de decisión de Estados Unidos. Estamos atrapados. Si nos extienden la certificación, malo. Si nos la niegan, también malo. Y no es simple el juicio acerca de qué es peor, porque el asunto de la certificación o no, del cumplimiento o no de lo que quiere realmente el gobierno estadunidense en esta maraña de intereses económicos y políticos, es a la vez parte de las presiones de ese gobierno por crear una fuerza militar de alcance continental para combatir --dice-- el tráfico de estupefacientes (y para combatir cualquier otra cosa que le venga en gana).
En vista de nuestra ineptitud y corrupción en el asunto del narcotráfico (al lado de su absolutamente impoluta conducta), deben ser ellos mismos --héroes de mil batallas en el mundo--, quienes se ocupen de perseguir al narcotráfico en América Latina, mientras --es una mera coincidencia, desde luego--, jamás han aprehendido a un jefe narcotraficante estadunidense en territorio de Estados Unidos, al tiempo que es imposible no sospechar que García Abregos, Arellanos o Señores de los cielos, son los mozos de espadas de los verdaderos jefes, cuyos nombres no se pronuncian en castellano y gozan de una impunidad sin límites.