No creo que sea posible hablar de arte latinoamericano como un apartado definido, reflejo de usos, costumbres y procesos creativos análogos. Dijo en alguna ocasión Alfonso Reyes: nuestras culturas pudieran ser de síntesis, pero de ninguna manera se limitan a recomponer los rasgos o las circunstancias y los elementos que las integraron.
La feria Arco, que se celebra año con año en Madrid, pone hoy el acento en Latinoamérica y me parece conveniente expresar que los curadores, directores de museos o galerías estadunidenses y europeos, tienen en hartas ocasiones la tendencia irrefrenable a integrar conjuntos de productos artísticos susceptibles de adherirse entre sí. No pocas veces hemos reaccionado con incomodidad hacia aquello que vemos como codificaciones forzadas de lo que se entiende por ``arte latinoamericano'', comenzando por la propia denominación: América Latina es de acuñación francesa.
El arte latinoamericano así concebido responde a una demanda (al deseo del otro) planteada de antemano. Parece que somos países exóticos, tropicales (aunque la nieve cubra regiones enteras) siempre muy coloridos (si bien nuestros paisajes tienden en multitud de casos a ofrecer tonos predominantemente grises y brumosos) la flora y la fauna ofrecen más constantes que variantes, así como los tipos físicos que tal parecieran descender de antepasados remotos, con perfiles unívocos.
Excepto Argentina (y sólo en ciertos sitios) somos países mestizos. Las razas indígenas humilladas y ofendidas (es cierto) de las que hablan los manifiestos de los muralistas mexicanos, nunca se han beneficiado de los murales. Al contrario: los muralistas --y los fotógrafos o los videoastas-- se beneficiaron de ellas al crear prototipos miserablemente bellos que han llegado a universalizarse.
A veces leo en libros o artículos palabras que no corresponden a realidades. Por ejemplo: decir que Rufino Tamayo presenta elementos naive en su pintura es un error garrafal, como lo es analogar a Francisco Toledo con los tlacuilos. Nos guste o no, no hay tlacuilos. Aquí sólo los hubo muy poco después de la Conquista, la colonización y sobre todo la evangelización. Hay, eso sí, ciertos artistas que deliberadamente adoptan elementos primitivos o rasgos de las culturas antiguas no occidentales en sus formas de expresión, cosa que ha sucedido desde fines del siglo XIX y a lo largo del siglo XX en todas las latitudes. Me pareció muy curioso saber que hoy día existe la intención de estatuir una colonia de artistas neo-gauginianos en Puerto Escondido. ¿Por qué precisamente Gaugin a quien nada bien le fue durante sus estancias en las islas? Tal vez porque parte de su infancia transcurrió en Perú y porque encontró la muerte en Atuana, en el archipiélago de Las Marquesas, pobre, desamparado, luchando inútilmente contra las autoridades coloniales. Gaugin fue enorme pintor, pero su importancia radica en la forma en que abordó los temas que le interesaron, ya fuera en las islas, en Pont Auven o en París.
La latinoamericanización del arte de nuestro continente equivale a considerar que todos los artistas europeos tienen características comunes lo que es falso. Así, no sólo hay radicales diferencias en lo que hacen varios brasileños actuales y lo que sucede aquí, sino que existen también (y no está mal) disimilitudes profundas entre lo que pasa por ejemplo, en Oaxaca y el nuevo ímpetu que ha tomado Guadalajara como centro artístico. Esto involucra lo que concierne a la promoción del arte y el ejemplo por antonomasia lo proporciona Monterrey, que ha privilegiado los realismos de tono introspectivo, fantástico o nostálgico a través de varias exposiciones de primer nivel, mientras que en el Distrito Federal tanto galerías como museos tienden a la multiplicidad de opciones, situación que resulta lógica si se piensa en que --salvo excepciones-- los artistas de las recientes generaciones que aquí viven (nacidos en cualquier estado de la República, aquí mismo o en el extranjero) no abandonan la ciudad por mucho tiempo: buscan su promoción, por lo menos inicial, en ella, sean cualesquiera las modalidades o técnicas que cultivan.
Circula un libro de varios autores latinoamericanos, bajo la coordinación editorial de Edward Sullivan, a quien se debe el prólogo y la introducción. Está publicado por Phaidon Press y viene profusamente ilustrado. Es un volumen grueso, pero insuficiente para dar una idea si no cabal, por lo menos aproximada de lo que ocurre en el arte del siglo XX desde México hasta Argentina y Chile con la inclusión de Cuba, Puerto Rico, República Dominicana y con un oportuno capítulo dedicado al arte chicano. Hay versión en español de Editorial NEREA.