Pedro Miguel
Efecto cocaína

Hace un par de años el Efecto tequila puso en situación delicada a los fanáticos a ultranza de la globalización financiera. Ahora, el descubrimiento de las actividades en las que el general Jesús Gutiérrez Rebollo empleaba su tiempo libre motivará sin duda algunas preguntas sobre la pertinencia de una coordinación multinacional demasiado estrecha en materia de combate a la delincuencia y sobre los axiomas sobre los que ha venido desarrollándose la lucha contra las drogas.

A pesar del trago amargo, no deja de tener gracia el que Estados Unidos haya puesto algunos (¿pocos? ¿muchos?) de sus secretos de inteligencia policial en manos de un señor que acaso los entregó, a su vez, a una gorda corporación delictiva. Y no es que se desee el triunfo de los capos de Tijuana sobre los sheriffes de Washington. Simplemente, después de muchos años de una guerra que en América Latina sólo ha dejado violencia, muerte, corrupción y deterioro institucional, reconforta que le haya tocado al fin a la Casa Blanca preocuparse un poquito por los efectos que esa batalla están teniendo en su propia seguridad nacional.

Ahora la estridencia del gobierno estadunidense puede hacer que la afectación de sus aparatos policiales y de inteligencia por la narcocorrupción que tiene lugar en otro país parezca únicamente un asunto bilateral.

Pero si además de intercambiar información con la DEA, el INCD de Gutiérrez Rebollo tuvo tratos similares con organismos policiales de otras naciones latinoamericanas (¿Colombia? ¿Panamá?), acaso el episodio tenga consecuencias negativas también en el ámbito multinacional de la lucha contra las drogas. Estaríamos en presencia de algo así como el Efecto cocaína.

El caso es que Estados Unidos ha sido el principal promotor en el continente de la globalización en materia de inteligencia, cooperación militar y combate a las drogas. Para bien o para mal --casi siempre para mal-- las principales iniciativas en esta línea han sido formuladas por Washington. De esta forma, América Latina se ha visto involucrada a regañadientes en esquemas de cooperación antidrogas que colocan el grueso de la guerra --y de la responsabilidad-- en sus propios países: pese a todo, y a un precio altísimo, la descertificada policía colombiana mató a balazos a Pablo Escobar y metió a la cárcel a los Rodríguez Orejuela, en tanto que las instituciones mexicanas capturaron al Chapo Guzmán, le echaron el guante a Juan García Abrego y al Güero Palma; en cambio, en Estados Unidos, los muchachos de la DEA y los cientos de corporaciones policiales estatales y municipales no son capaces de aprehender más que a jóvenes pandilleros y a pobres diablos de gabardina que venden gramos al menudeo.

No hace mucho, un funcionario de Washington contó el cuento de hadas de que en territorio estadunidense no hay capos y que la distribución de la droga es, allá, asunto exclusivo de microempresarios. Pero es poco probable que los vendedores callejeros, casi siempre jóvenes negros, que comparecen año con año en las cortes de Estados Unidos por vender cantidades homeopáticas de cocaína y crack sean, en conjunto, los responsables de esa salutífera inyección de cientos de miles de millones de dólares que, provenientes del comercio ilícito, reciben Wall Street y el sistema financiero internacional.

La palabra clave es prohibición, la única manera de lograr que unas sustancias abundantes y de producción fácil alcancen precios astronómicos y cuyo comercio pueda, de esa forma, convertirse en una actividad económica de importancia equiparable a la industria petrolera internacional o a la venta de armas.

Quedan por descubrir las cadenas de transmisión entre los intereses del lavado de narcodólares y la moralina galopante de representantes y senadores que se rasgan la corbata al pie del Capitolio cada vez que se menciona la legalización de la droga como única vía para devolverla a su ámbito natural, el de un problema de salud pública, y acabar con la pesadilla política, policiaca y social en que han derivado las estrategias prohibicionistas.

Algún día tendrá que admitirse que son precisamente tales estrategias las que crean los escenarios propicios para que las bandas acumulen enormes poderes y para el surgimiento de los muchos Gutiérrez Rebollo que seguramente existen en otras naciones de América Latina y, por descontado, también en Estados Unidos.