Finalmente, a pesar de un penoso retraso e incomprensible aceptación, a los capitalinos se nos ha otorgado la madurez y podremos elegir regente. Pensar que hasta ahora, quien gobernaba el Distrito Federal era impuesto, y nada, o probablemente nada, tenía que ver con la opinión de los habitantes de la capital, es irrisorio. Carece de lógica y atenta contra la razón, vivir en una ciudad cuya cabeza ni compitió ni ofreció planes de trabajo antes de entronarse. Son demasiados los ingredientes insípidos y complejos de la vida citadina como para aceptarlos en silencio. Entre los avantares predominantes destacan impuestos elevados, reglamento sui generis de circulación de automóviles, pagar verificaciones del transporte no solicitadas, deforestación creciente, contaminación asfixiante, defecación al aire libre por miseria e insuficiente distribución de agua, transporte público inadecuado, violencia e inseguridad en ascenso, circulación de automóviles lenta y en ocasiones caótica, servicios de salud magros y de mala calidad para la población pobre. La constante del enlistado anterior es su hegemonía: perjudican a millones de seres.
Las progenitoras de tanto desaguisado son dos. La primera, es la ausencia ancestral, casi congénita, de planeación en el país; la amnesia hacia la provincia expulsó a millones de seres de sus tierras y los trajo al DF en busca del maná. La segunda, son los gobiernos previos de la ciudad que no sólo no han logrado detener el deterioro, sino que han sido testigos de su descomunal y enfermizo crecimiento. Hemos mutado de la región más transparente a una de las ciudades más peligrosas del mundo. ¿Cuál es el precio de la transfiguración?
Hoy sabemos que existen ``riesgos calculados'': desde los asaltos callejeros hasta la carencia de elementos básicos para las mayorías. Ni morir asesinado en las calles es noticia, ni permanecer sin agua es novedad para millones de citadinos marginados. En relación a los daños futuros, existen al menos dos hipótesis cuya tranformación en certidumbre, no dudo, será realidad. La primera es el fantasma de la contaminación y su repercusión sobre la salud. ¿Quién tendrá la suficiente deshonestidad para aseverar que a largo plazo no producirá muertes? La segunda es que las autoridades capitalinas no se harán responsables de los daños surgidos por respirar el aire producto de sus tesoneros y perpetuos desaciertos. El corolario es gratuito: mal haríamos los capitalinos en eternizar el error; el PRI no curará al decrépito DF.
Gobernar nuestra ciudad es empresa casi imposible. Consideran los urbanistas que las ciudades, para ser administradas adecuadamente, no deben tener más de 3 millones de habitantes. Debido a las crisis actuales, los 8 millones de defeños (o los 20 millones incluyendo las áreas conurbadas) permiten sugerir que el problema no sólo es siete veces mayor: la (in)gobernabilidad debe leerse como una progresión geométrica y no aritmética. La propuesta de Cuauhtémoc Cárdenas, Una Ciudad para Todos, intenta analizar frontalmente los entuertos y problemas de la capital. Escribe Cárdenas: ``México puede ser una ciudad que ofrezca oportunidades de mejoramiento y progreso, una vida digna y una convivencia fructífera a sus habitantes, segura, productiva, incluyente, fraterna y solidaria, de escala humana; una ciudad con otra forma de gobierno, de su gente y para su gente, una ciudad ganada por la democracia y para la democracia, una ciudad para todos''.
El documento contiene 90 páginas y abarca rubros cruciales e impostergables. Se desmenuzan las amenazas cotidianas como salud, vivienda, contaminación y seguridad. Se confrontan nuestras amnesias: democracia y justicia. Se reconoce que ``sin todos'' la perversidad de la ciudad crecerá y, finalmente, valores como educación, cultura e información son analizados como piedras cimentales. Sin participación no hay equidad.
Son tantos los males del DF que gobernarlo puede ser un acto que oscila entre extremos irreconciliables: desde el compromiso absoluto hasta el heroísmo quijotesco. Leer el documento propicia esperanza y transmite la idea de democracia y justicia. Queda el reto: navegar entre la miseria del país y la antidemocracia.