Luis Linares Zapata
Acoso múltiple
El sistema decisorio mexicano se encuentra en medio de un fuego cruzado de alta intensidad. Lo malo es que tal proceso no sólo afecta a los particulares intereses de los actores que en él participan sino que, como una consecuencia inevitable, el bienestar de muchos otros, ya de por sí bastante mermado, sufrirá penas adicionales. La misma independencia y soberanía de la nación no saldrán ilesas.
El acoso es notable y proviene de diversas fuentes, todas ellas sensibles, poderosas y de espinoso manejo. La súbita y explicable beligerancia estadunidense es uno de ellos. Otro, no menos crucial pero de signo vital para la vida futura de la nación, es el desafío opositor que parece situarse en mejores condiciones de disputarle la hegemonía a la coalición gobernante. Sobre todo a medida que se conocen los pormenores con que se transmite la descomposición de un régimen de complicidades y torpezas. Pero también hay que sopesar la debilitada, si no es que en muchas aristas ya rota, interrelación de algunas instituciones nacionales y la sociedad que les debía de dar soporte y sentido. Esto último, aspecto medular de eso que el mismo Presidente llamó el momento más difícil de su gobierno.
Ha sido notable el súbito cambio de lenguaje que permeó casi todos los niveles de la diplomacia estadunidense a raíz del triste caso del general Rebollo. Los actores de primera línea se multiplicaron. Desde Clinton, pasando por Albrigth externaron con rudeza sus enojos y estupor hacia lo sucedido. Aquellos involucrados directamente como Janet Reno y McCaffrey ocuparon grandes titulares con frases ríspidas y amenazantes a medida que absorbían el golpe y sus ramificaciones permeaban a su misma política interna de seguridad. El panorama así configurado habla de una relación binacional que pasó de la tersura a la intemperancia y las francas reconvenciones. De las rumbosas emanaciones derivadas del prepago famoso (últimos 3.5 mmdd) y tempranera celebración de la estabilidad alcanzada por la economía, se ha dado paso a un conjunto bien pensado de exigencias, en otros tiempos calificadas de inmediato como desmesuradas, en la ya de por sí compleja relación bilateral.
Seis puntos concretan la nueva formulación. Sólo seis, pero son suficientes como para comprometer los restantes jirones de soberanía que por ahí flotan todavía. Van desde la inmunidad diplomática a los agentes de la DEA y su circulación armada por la frontera norte, hasta los verdaderamente intervencionistas como la creación del ejército multinacional bajo el mando de EU para combatir al narcotráfico. Uno de los puntos centrales sin embargo lo constituye la pretensión de obligar a México a extraditar narcotraficantes. Esto sí que desataría un sinfín de consecuencias terribles para la paz interna, nada se diga de la independencia y los derechos ciudadanos, aún de aquéllos envueltos en tan perseguidos crímenes. No parece impertinente ni redundante recordar los trágicos tiempos del narcoterrorismo colombiano a raíz del tratado para la extradición de los capos de sus famosos cárteles de Medellín y Cali.
Pero lo dramático de todas estas pretensiones de los estadunidenses es el momento en que se dan y las defensas del gobierno para resistirlas y encauzarlas. El estupor y la impreparación con que ha actuado en distintas ocasiones no dan confianza ni muestran la fortaleza necesaria para casos extremos, y éste es uno de ellos. La fuerza requerida para la defensa se debería obtener con una administración eficiente y que mantiene sus contactos y correas de transmisión con la sociedad bien aceitadas y actuantes. Lo contrario desafortunadamente es norma. La que debía ser una vigorosa política social integrada se deshace ante el deterioro de la calidad educativa, los índices de salud deficiente, el déficit de vivienda y el desempleo. Lo más significativo de ello sin embargo es la comprobación, innegable, del disolvente incremento de la pobreza, sobre todo la extrema.
Los escándalos de la familia del poder dejan indefenso al gobierno ante la ciudadanía. No hay forma posible de juntar fuerzas para acudir en su auxilio, aun ante la amenaza externa. El único resquicio mediante el cual la sociedad podrá salvar algunas de sus pertenencias, es la puesta en escena de un proceso electoral abierto, participativo, aceptable para la mayoría por su equidad y limpieza y donde se renueve ese poder, ahora corrompido y usado para muchas cosas, menos para el bienestar y progreso de los mexicanos.