Es imposible no insistir sobre lo lamentable y peligroso de la censura que el ayuntamiento panista de Aguascalientes ha tratado de imponer a las actividades culturales de la Galería de Artes Visuales, dependiente del Instituto Cultural de Aguascalientes.
La exposición fotográfica de Carlos Llamas Orenday en esa galería presenta numerosos desnudos femeninos aunque no toda está constituida por ellos. No es, por cuanto he visto de sus imágenes, una muestra propiamente erótica. Pero ese no es el punto. Podría ser erótica y no por eso dejaría de ser una expresión legítima: el erotismo es una dimensión de lo humano y ha sido un componente muy importante en la historia del arte de muchas culturas; desde luego de la cultura europea.
Lo que está en juego es, desde luego, la libertad de expresión consagrada en nuestra ley para escribir, pintar, esculpir, fotografiar, filmar, bailar, representar, decir y expresar lo que su juicio le dicte. Y la libertad del espectador, que tiene su propio juicio y libre albedrío para leer, ver y oír lo que le interese o parezca, independientemente de las opiniones que las obras merezcan.
Impedir a alguien realizar una obra e impedirle a otro juzgarla por sí mismo es un atentado grave contra la libertad individual. Ahí está el meollo de la gran batalla que se dio en el siglo XVIII entre la Ilustración y el oscurantismo, de la que todavía somos deudores. (Los musulmanes, que no tuvieron Ilustración, pusieron buen precio a la cabeza de Rushdie; cientos de miles la piden, sin haber leído una página de Los versos satánicos, porque la tienen prohibida o porque no saben leer).
Las leyes, es cierto, conservan todavía a menudo un legado decimonónico en la expresión recurrente de ``moral y buenas costumbres''. Pero esa moral y esas costumbres no pueden entenderse sino correspondientes a un tiempo. Hace un siglo un traje de baño actual, femenino o masculino --y no hablo de bikinis ni de tangas-- sería considerado inmoral. Más importante: estamos hablando de creación artística. En el siglo XVI las mujeres y los hombres venecianos no andaban desnudos por las calles, pero Ticiano (y como él todos los artistas de su tiempo) pintó y mostró formidables desnudos en el mismo palacio de los duces sin que a nadie pareciera eso censurable.
La cuestión de la censura cae por su peso en un argumento circular. Para que haya censura se necesita un censor. Llámese este policía, verificador (como los que en Aguascalientes se robaron las fotos que a ellos les parecieron quizá más ``inmorales''), presidente municipal, gobernador o secretario de Estado. Esto es, un ciudadano que ha sido nombrado o electo para cumplir determinadas funciones al servicio de la sociedad, pero cuya moralidad u opinión de moralidad no es de por sí superior a la de otros ciudadanos. Nadie (¿quién podría ser?) lo ha examinado ni calificado en ese sentido. Peor, salvo por rarísima excepción, es un ignaro en cuestiones artísticas. En razón de mi libertad como hombre no acepto que otro, funcionario o no, electo o no, decida sobre mi moralidad si ésta se encuentra dentro de la ley; no acepto que él decida a su juicio lo que leyes y reglamentos llaman ``moral y buenas costumbres''. Toda censura implicaría someter a otros, no calificados, lo que yo puedo escribir o crear artísticamente y lo que puedo leer o ver. Esto es incompatible con la libertad.
Si un funcionario mojigato no va al Museo Nacional de Arte porque hay desnudos, y cuando pasea por la Alameda se tapa la cara para no ver las esculturas, y no va al Museo de Aguascalientes porque están los desnudos de Jesús Contreras y de Saturnino Herrán, y si viaja a Europa no va a los Museos Vaticanos ni a la Capilla Sixtina ni al Museo de Nápoles, etcétera, y si no deja que sus hijos lo hagan, menos si son adolescentes --dice increíblemente el texto de quienes apoyan la censura ``(peligrosas) principalmente para los adolescentes, quienes están expuestos a que se les despierten pasiones...''-- formidable tufo del siglo XVII, cuando el enloquecido y misógino Aguiar y Seijas era arzobispo de México); si así es, eso es su problema --problema grave, por cierto-- pero no tiene por qué imponer a los ciudadanos libres su criterio, en una actitud que no es decimonónica ni siquiera dieciochesca ni renacentista, sino que se hunde en la alta Edad Media (cuyos valores, muy altos, no pueden estar vigentes ahora).
Por más que se quisiera soslayar, lo social, lo político, lo artístico y lo religioso están vinculados entre sí. No es una casualidad que esta pretendida censura del ayuntamiento de Aguascalientes se da en un municipio gobernado por el PAN. No es una casualidad que apoyan la censura y represión organizaciones como la Unión Estatal de Padres de Familia, Acción Católica Mexicana, Movimiento Familiar Cristiano y gente del Opus Dei, todos órganos ligados y dependientes de la Iglesia a cuya presión sin duda se adhiere el Centro Coordinador Empresarial.
Es preocupante que las actitudes represivas, en Mérida como en Monterrey y Guadalajara, ocurren en municipios panistas. No se trata de una derecha moderna, muy legítima como tal, sino de una derecha revanchista que quiere volver a la época anterior a Juárez. No se necesita demasiada imaginación para advertir que todo viene de la mitra aguascalentense. Es muy preocupante.
Saludable, en cambio, y muy valiente es la actitud del Instituto de Cultura de Aguascalientes y su director, Enrique Rodríguez Varela, de las fuerzas vivas de Aguascalientes, el apoyo de otras casas de cultura y del Instituto de Bellas Artes, así como el espacio que La Jornada ha brindado a tan preocupante asunto, incluso con la publicación de las fotografías de Llamas Orenday. La hidra de la represión tiene mil cabezas.