El Fondo Monetario Internacional (FMI) está pendiente de la evolución del peso y con mucha razón: México es el mayor deudor de esa institución financiera, una de las más poderosas del mundo. De hecho, el gobierno mexicano le debe la colosal suma de 15 mil millones de dólares al FMI, que es mucho más que cualquier otro de los demás 180 países miembros de ese organismo.
Las razones por las cuales el gobierno mexicano se vio obligado a pedir tan titánica deuda es conocida: fue el estallido de la crisis del peso en diciembre de 1994 que sacudió a los mercados mundiales y dejó al Banco de México al desnudo, es decir, sin reservas. Bajo presión del gobierno de Estados Unidos, el FMI entró a actuar como prestamista de última instancia para apuntalar al paquete financiero de rescate para México que entonces organizó al vapor el secretario del Tesoro estadunidense, Robert Rubin.
Sin embargo, por su enorme tamaño el préstamo de rescate quebrantó las propias reglas del Fondo, como señala una reciente investigación del especialista Wolf Grabendorff*. Quizá por ello, Michel Camdessus, director del FMI, teatralmente bautizó la crisis mexicana como la primera gran crisis financiera del siglo XXI. Y, sin duda, por ello también ha comenzado un complejo proceso a nivel internacional de reforma de las normas de vigilancia de las finanzas de cada país del mundo. Ello es la muestra más palpable del impacto de la globalización financiera moderna, pues cuando se deciden modificar las reglas, eso indica que el juego ya cambió.
Para comenzar, el FMI ampliará los Acuerdos Generales de Préstamos con objeto de enfrentar grandes ``crisis de volatilidad'' como la mexicana, y poder juntar hasta 50 mil millones de dólares para impedir un descalabro total de las finanzas internacionales. En segundo lugar, y quizá de mayor trascendencia, el FMI pondrá en marcha una red de vigilancia bancaria a nivel mundial en cooperación con el Banco de Pagos Internacionales (BIS), el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo, así como unas tres agencias multilaterales adicionales. Especialmente significativo es el hecho de que participe en este esquema el muy discreto BIS, banco central de bancos centrales.
Los cambios institucionales en marcha son solamente el principio de una revisión largamente anunciada de las reglas financieras establecidas en Bretton Woods hace más de medio siglo. La necesidad de reformas es manifiesta, pero lo que no queda claro es cuál será la estrategia a largo plazo de las mismas y a quiénes beneficiarán. El FMI, el BIS y el Banco Mundial, al igual que los bancos centrales de los países más avanzados están interesados sobre todo en la estabilidad y la seguridad del sistema financiero internacional. Sin embargo, las características de la liberalización y de la consiguiente globalización de las finanzas públicas y privadas del último decenio tienden a superar cualquier modalidad de regulación.
¿Dónde quedan los intereses de los países menos desarrollados en los planes de reforma financiera mundial? Este es un problema que apenas se contempla aunque es sabido que en el siglo XXI serán los pueblos del Tercer Mundo los que requerirán mayor cantidad de capitales por el alto crecimiento de sus poblaciones y economías. ¿No se requiere un debate más a fondo sobre estas demandas a largo plazo y la necesidad de canalizar mayor cantidad de inversiones estables (y menos volátiles) hacia las regiones del mundo donde habitan más de tres cuartas partes de la humanidad?
El caso de México es central en la construcción del nuevo panorama financiero internacional por su estratégica situación geopolítica. Pero también porque para muchos observadores es ``prototipo'' de los dilemas que enfrentan todos los países que pugnan por salir del subdesarrollo. Esto sin duda no concuerda con el discurso de aquellos tecnócratas y políticos que prefieren soñar que la entrada al Primer Mundo es fácilmente alcanzable a través del libre comercio.
Sin embargo, el comercio no es todo, pues como demuestra la experiencia reciente, la globalización presenta retos mucho mayores de los esperados, a causa de los riesgos de la volatilidad financiera. Y precisamente por ello, los observadores internacionales prestan tanta atención a la evolución del peso, ya que temen la posibilidad de un nuevo derrumbe monetario y bancario como el provocado por un manejo ``político'' de la tasa de cambio en el año aciago de 1994. Ahora, de nuevo en un año electoral, los riesgos inevitablemente se incrementan, una realidad que hace indispensable que los encargados de las finanzas y la moneda tengan mucho más cuidado en informar públicamente cómo se va y hacia dónde. En caso contrario se corre el peligro de echar por la borda el extraordinario sacrificio al que ha sido sometido el pueblo mexicano a lo largo de 1995 y 1996 para salir de la peor crisis económica desde la revolución.
* (Ensayo en Riordan Roett, ed., La crisis del peso mexicano, México, Fondo de Cultura Económica, 1996).