Octavio Rodríguez Araujo
De injerencias y tolerancias

Hace no mucho tiempo caminaba por las calles de Manhattan, en Nueva York, y me llamaron la atención dos circunstancias: en el este, la zona supuestamente menos insegura de esa ciudad, me intentaban vender droga a plena luz del día y en Harlem hay lo que ellos llaman ``soldados'' que son centinelas que aparentemente no hacen nada en las calles pero que dan el pitazo cuando se acerca algún vehículo policiaco pues en muchos de los edificios aparentemente abandonados y con ventanas y puertas clausuradas por la municipalidad no sólo vive gente sino que se trata de centros de consumo y venta de droga.

No es mi especialidad este difícil asunto de la drogas, pero he leído que Estados Unidos es el principal consumidor de drogas en el mundo. Y me digo: si en ese país millones de personas consumen drogas alguien las tiene que suministrar pues no hay indicios para suponer que esos millones de estadunidenses vengan a México o viajen a Colombia a comprar la droga para luego aspirarla, inyectársela o fumársela en su país. Si alguien la suministra esto significa que hay redes muy poderosas que compran, procesan y venden las drogas, y si se venden en las calles, incluso durante el día, esto supone que hay una gran corrupción entre las autoridades que supuestamente combaten el tráfico de drogas en aquel país.

En otras palabras, porque en Estados Unidos hay una gran demanda de droga es que se produce y se transporta en otros países. Si no hubiera a quién venderle no sería negocio producirla y transportarla con grandes riesgos y costos. La pregunta ingenua que yo me hago es ¿por qué Estados Unidos certifica a otros países sobre el control del narcotráfico y nosotros, los mexicanos (o los colombianos), no certificamos a Estados Unidos por lo mismo si no se ve, objetivamente, que combatan eficientemente el comercio de las drogas en su propio país?

Con lo anterior no trato de decir que esté bien que en México el narco exista en diversas mafias o que éstas actúen con la impunidad con la que lo han hecho hasta ahora --aunque algunas de ellas hayan sido perseguidas con singular (y sospechosa) eficiencia (mientras otras apenas han sido tocadas por los cuerpos judiciales y militares). No. Lo que intento decir es que la corrupción en México es muy grande, como lo demuestran las noticias que diariamente leemos, pero esta corrupción no es ni puede ser pretexto para que Estados Unidos, donde al parecer sólo se combate en ciertos ámbitos, intervenga en nuestros asuntos... ahora incluso ofreciendo asistencia contra la corrupción según el vocero del Departamento de Estado del vecino país (La Jornada, 25/2/97).

En México hay agentes de la DEA con oficinas propias fuera de los recintos de la embajada y oficinas consulares de Estados Unidos. ¿Cuántas oficinas tiene lo que queda del Instituto Nacional (mexicano) de Combate a la Droga en Estados Unidos? No lo sé, pero jamás he leído que existan.

El imperio es el imperio, y así nos va. Pero la corrupción en México es un hecho, y no sólo en materia de drogas sino también en cuestión de privatizaciones, en elecciones, en la investigación de asesinatos de primera plana y de los que ni siquiera aparecen en los periódicos, etcétera.

Grave es, entonces, que los mexicanos permitamos la injerencia imperial en nuestros asuntos, pero más grave, mucho más grave es que toleremos la corrupción en el interior de nuestras instituciones y que el gobierno de México siga una política sistemática en contra de los intereses mayoritarios de los mexicanos pero dócil ante los intereses de Estados Unidos y sus empresas trasnacionales.