Olga Harmony
Qué pronto se hace tarde

A Enrique Rodríguez Valera, en su lucha contra el oscurantismo

La vejez es un difícil tema dramático para ser tratado sin el sensiblero tono protector que a los viejos, precisamente, nos molesta tanto. A veces, y ello es muy gratificante, el tema es utilizado para hacer propuestas muy sólidas y diferentes; pronto podremos ver la escenificación de la interesante Mutis de Elena Guiochíns y hace unos meses se estrenó Qué pronto se hace tarde de Vicente Leñero, que no pude ver en su sede universitaria, y que ahora se reestrena en el Granero. El dramaturgo escribió la obra para Blas Braidot y Raquel Seoane, en el XV aniversario de Contigo... América, quienes a su vez requirieron a un joven director externo al grupo, Miguel Angel Rivera, para que se hiciera cargo del montaje.

El texto de Leñero, en apariencia tan sencillo como la historia que narra, permite varias lecturas. Por una parte, al presentar a sus dos ancianos en pleno dominio de su capacidad mental, logra que las reflexiones acerca de la vejez sean hechas por ellos, sobre todo el recio Genaro, en contraste con las opiniones de Arturo, el hijo narrador. El texto presenta ese conflicto padre-hijo en toda su complejidad generacional, pero también las ambigüedades de la realidad, lo que es una constante del dramaturgo y que lo lleva a establecer ese ``otro realismo'' como fundamento teórico. Los contrastes entre el punto de vista del narrador (que en principio y según todos los cánones debería ser el únivoco punto de vista brindado al espectador) y lo que sucede en escena, dan paso a una serie de ambivalencias tan grandes como pueden ser las de la misma realidad.

Cuando Arturo afirma que a su padre nunca le suceden cosas, el viejo se está dejando invadir por su última esperanza de tibia compañía. Es más, podemos imaginar todo lo que le ha ocurrido a este profesor socialista, autor de un par de novelas, durante sus ochenta años de vida: sin ser un líder, debe haber participado, a su modesta manera, en varias de las luchas sociales del siglo en nuestro país. Para el hijo, ambicioso y no muy íntegro periodista de provincia, el viejo es un derrotado; uno escribe en una vieja máquina mecánica, el otro se sirve de computadora, en los dos simbólicos extremos de la escritura como forma y contenido. Así, al reproche de que el padre está cada vez más neurasténico, la conducta de Genaro lo retrata en toda su recta intransigencia, aunque ceda un poco por cariño al hijo. Y en los tiempos que corren, cuando a la asqueante corrupción algunos oponen una moral que consiste en censurar fotos de desnudos, el espectador tiende a valorar en todo su postura, a pesar de su inusitada crueldad final.

La reflexión ética, que trasciende la pequeña historia que se nos narra, es el último --y esencial-- plano de lectura de este drama. Genaro es ejemplar al vivir la vida en congruencia con sus ideas y por eso entiende y acepta la renuncia de Malena, la vieja dama muy católica, en aras de su religión aunque se contraponga a su propia concepción de las cosas. La soledad de los dos viejos es la de quienes sienten que no tienen cabida en un mundo cada vez más pragmático.

Miguel Angel Rivera dirige con inteligencia y acierto el texto de Leñero, al traducir escénicamente su propuesta formal. Al modo expresionista (vigente en la obra, con ese narrador que muy pronto contamina las dos áreas de acción), en que la larguísima mesa que constituye el espacio simbólico del profesor y sus estados de ánimo --en escenografía de Arturo Nava--, opone momentos de realismo extremo, en el que tiempo real y tiempo escénico se confunden, como es el de la morosa curación que Malena hace al maltrecho Genaro. Yo le haría un reproche. Es totalmente inverosímil que la delicada señora salga a la calle en camisón y, de haberlo hecho --en un primer sobresalto ante los gritos de Paquita-- una vez pasado el susto, que se quede en esa ropa tan íntima un largo rato en casa del vecino.

Las decorosas actuaciones de Pablo Jaime como Arturo y de Mercedes Montaño como Paquita, sirven de soporte a la muy buena de Blas Braidot, en un personaje que le queda como anillo al dedo, y la en verdad excelente de Raquel Seoane, tan plena de matices, que bastaría su pequeño gesto ante el agradecimiento del profesor a la criada para ubicar toda la historia pasada de Malena. En esta buena escenificación de Contigo... América no debe olvidarse la música original de Javier Bolaños ejecutada por un quinteto de cámara.