La Jornada jueves 27 de febrero de 1997

María Cecilia Landerreche*
In memoriam

A Manuel Gómez Morín en el centenario de su nacimiento

Cuando uno lee cartas y ensayos de Manuel Gómez Morín escritos en los años 20, 30, 40, de pronto uno siente que lo que está viendo es precisamente el editorial que hace falta para entender el periódico de la mañana. Uno quisiera tener que recurrir a la creatividad para poder adaptar sus textos al momento actual, pero desgraciadamente no es necesario.

Se podría tener entonces la tentación de concluir que en México no ha cambiado nada, que el paso del tiempo ha sido únicamente eso, una serie de modificaciones del futuro al presente, al pasado, donde las diferentes acciones de cuerpo y del espíritu han sido varias interpretaciones de un mismo libreto en el que los escenarios se remozan de vez en cuando, las cifras se ajustan a las circunstancias y suelen aparecer algunos --pocos-- personajes nuevos.

Sin embargo, algo incomoda al espíritu ante la posibilidad de resignarse a esta opinión, si no otra cosa, el simple dato de los sentidos. Basta ver viejas fotografías, estudiar las nuevas estadísticas, oír de los gobiernos de oposición, caminar por las ciudades, para poder constatar las transformaciones que ha sufrido México. Habría pues que buscar otra razón para entender la vigencia del pensamiento de Gómez Morín.

¿Y si fuera que, a pesar de los cambios aparentes, y muchas veces debido precisamente a éstos, los problemas fundamentales del país siguieran siendo los mismos? De ahí que la visión que tuviera Gómez Morín, esa intuición esencial sobre lo que México podía y debía ser, continúe siendo válida a 100 años de su nacimiento.

No lo voy a citar. Todavía recuerdo ocasiones en que sus ideas se han sacado de contexto para apoyar una postura propia e inmediatamente después ``adaptarla'' para demostrar exactamente lo contrario. Simplemente recorramos algunos hechos que protagonizó Don Manuel.

La creación del Banco de México, ¿no era un instrumento de autonomía económica frente al Estado? El Banco de Crédito Agrícola, ¿no era una institución planteada para resolver el problema principal de México, el del campo, más allá del reparto demagógico de parcelas? La Primera Convención Fiscal, ¿no era un medio para utilizar las aportaciones de los individuos para generar el bien común? El estudio para la fundación del Seguro Social, ¿no era un intento de formar una comunidad humana redimida y solidaria? La lucha por la libertad de cátedra y la autonomía universitaria, ¿no fue la defensa al pluralismo, al derecho de profesar cada quien sus propias convicciones? La estructuración financiera de grupos industriales, ¿no era una oportunidad para que la iniciativa privada sirviera a México? La fundación del Partido Acción Nacional, ¿no fue el ejercicio de un derecho para contrarrestar un poder gubernamental absoluto?

Pero ni estas instituciones han podido mantener siempre su independencia política; ni han podido pasar siempre por encima de los intereses corruptibles de personas concretas; ni han sido siempre capaces de poner el alimento sobre la mesa; ni la institucionalización ha bastado para convertir la débil filantropía en actitud de vida a favor del prójimo, ni en suma, se ha acabado de entender el concepto de oposición, que para muchos sigue teniendo el sentido académico de un concurso para la obtención de ciertos empleos.

Y si alguien quisiera poder interpretar la figura de Manuel Gómez Morín y el motivo por el cual estuvo oculta por las nubes de la historia oficial, tendrá que buscar las causas precisamente en su postura de oposición. Ese ``pecado'' considerado imperdonable por el sistema mexicano, de que habiendo sustentado el poder, se le rechace en aras de algo mejor, que para Manuel Gómez Morín fue la honestidad y su amor a México.

*Directora del Centro Cultural Manuel Gómez Morín.