Al comerciante para los pobres, heredero legítimo del tianguis prehispánico
Como cada año desde hace muchos en la historia de la ciudad, el comercio de la calle, desborda las pasiones gremiales y las intolerancias gubernamentales. Los enfrentamientos van y las agresiones vienen. La corrupción se agranda y las calles se ocupan. Los programas se escriben y los discursos aumentan. Pero nada, el comercio ambulante sigue ahí, convertido en un permanente conflicto político, en una resistencia social que parece no tener fin.
Bandos administrativos, desalojos, rondines policiacos, credenciales infalsificables y hasta foros internacionales serán irremediablemente un fracaso por una simple razón: no es sólo un asunto del comercio ambulante, sino del consumo ambulante.
Lo mismo pasa con las drogas. Intentar erradicarlas atacando a los productores sin atender los factores del consumo, es no tener voluntad política para resolverlo. Mientras las necesidades del consumo permanezcan sin atención, permanecerán los comerciantes ambulantes. Se les intimidará, se les desalojará, se les multará, pero ahí seguirán. Dictar leyes contra esa necesidad sólo conducirá a fomentar más la corrupción que tanto irrita, supuestamente a la autoridad.
Sin eludir aquí los impactos del comercio ambulante en las vías públicas, en las vialidades, en la sanidad y hasta en la economía, habrá que precisar que todos estos males son producto de no haber atendido la suficiente construcción de espacios para el comercio popular, como bien acaba de reconocer el DDF. Las propias políticas públicas fueron las responsables de lanzar a la calle a los comerciantes. La crítica y la condena generalizada hacia el comercio ambulante es, por tanto, parcial y hasta superficial, pues atiende sólo sus efectos. Explicable además, si consideramos que proviene de todos aquellos gremios, sectores de población y ciudadanos que no lo usan.
¿Habrá encuestas sobre qué opinan del comercio ambulante sus usuarios; cuántos son y por qué compran y comen en las afueras del Metro y los hospitales? ¿Alguna vez habrán comprado algo en la calle los altos funcionarios públicos y los líderes empresariales? Sería interesante saberlo. Ojalá y el Foro sobre el comercio ambulante celebrado por estos días nos proporcione algún conocimiento.
Un programa de reordenación pública tendría por tanto, que tomar en cuenta las lógicas y las necesidades del consumo de millones de compradores. Es inaceptable una reordenación que significara suprimir los espacios para el comercio popular en las zonas centrales o en los lugares donde existen tales necesidades de consumo. Sería tanto como oponernos a los permisos que el gobierno otorga a las grandes plazas comerciales construidas en los lugares prefereridos por los sectores medios y altos de la población.
Quizás habría que enfrentar el problema con otros enfoques, un poco más realistas que los probados hasta hoy. Dos propuestas, repetidas una vez más en este espacio. Una, la ocupación ordenada de algunas calles y áreas abiertas del Centro Histórico, incluyendo el perímetro A. Es posible convertir algunas calles en peatonales-comerciales, como se hizo con la de Virgilio en Polanco. (Ver foto anexa). La ocupación ordenada de la calle transformó dicho comercio en fijo con todas sus obligaciones fiscales.
La otra propuesta se refiere a la impostergable necesidad de construir nuevos espacios para el comercio popular en los sitios adecuados; no donde lo decide la autoridad, sino donde determina la demanda. Estos deberían ser construidos en forma subterránea o con estructuras metálicas, alrededor de los paraderos de microbuses, estaciones y terminales del Metro; de tal manera que se liberaran las áreas peatonales. La prueba de que sí se puede es la plaza comercial de la estación Pino Suárez y las áreas comerciales dentro de la propia estación.
Hago votos por que dichas propuestas no le parezcan al señor regente, insensibles.