Sergio Ramírez
La rueda de bicicleta

Nicaragua ha estado condenada en la historia a ver esfumarse sus instituciones apenas comienzan a tomar cuerpo, porque el arbitrio del poder personal las descoyunta y por fin las sustituye. Siempre está en el aire ese canto perverso de las sirenas que le dice al gobernante que su voluntad es mejor que las leyes, y que aún sin peluca empolvada hay que repetir el viejo dictum engañoso de el Estado soy yo. En el gran vacío que dejan las instituciones al ser demolidas, termina vaciándose la autoridad que, en ese vacío, no tiene límite. La autoridad que primero es paternal y a fuerza termina por ser autoritaria. La autoridad autoritaria, que es la albarda sobre el aparejo en que el caudillo se sube al caballo.

La modernidad es lo que está siempre a prueba. Cuando las instituciones se impongan por encima de la voluntad de las personas, habremos entrado a la modernidad política, que no es un asunto de gustos banales. Del imperio de la institucionalidad depende la seguridad ciudadana en todos sus sentidos y por tanto, la estabilidad y la confianza. Mientras tanto, estaremos siempre copiando al país en el viejo espejo del poder que premia y castiga según su arbitrio y que termina prescindiendo de las instituciones porque estorban.

Controlar o prescindir, amputar o adormecer, no es una solución para la democracia. Una Asamblea Nacional que pasa a segundo orden y no es capaz de actuar como un foro efectivo de debate político, es que ha cedido al arbitrio, y fracasa en su papel institucional.

Me hago estas reflexiones porque quizás como nunca la institucionalidad democrática, tan arduamente construida hasta ahora, está en su hora de prueba. Discutiendo el otro día en una recepción diplomática con un personero del gobierno liberal, lo oía decir con mucho aplomo que el triunfo lo concede todo, y que compartir poderes es contradecir la voluntad popular. Los liberales fueron electos para gobernar, ellos solos. Y el presidente, el primer apoderado de esa voluntad, debe decidir por sí mismo.

De esta concepción, en un país en donde la precariedad de los equilibrios políticos los hace precisamente más necesarios, se está partiendo hacia consecuencias que ya son graves. La organización del gobierno ha pasado a tomar la forma de una rueda de bicicleta, con el presidente como el eje del que parten todos los rayos de la rueda, sin excepción. Por medio de cartas personales y faxes con la firma del presidente (que yo he visto) es que han sido nombrados todos los funcionarios, desde los más altos a los más humildes, de todos los ministerios y entidades del gobierno, sin tomarse en cuenta muchas veces la opinión de los propios ministros que terminan exiliados en sus propios despachos.

Todo el mundo lo sabe. En esta operación masiva han salido por la borda decenas de profesionales y técnicos de alta preparación y larga experiencia en campos especializados que van desde la geotermia, al manejo de bosques, la plataforma submarina, el control de epidemias, los mecanismos del GATT y las relaciones con la CEE, para ser sustituidos por partidarios acérrimos, íntimos prosélitos, allegados personales, familiares de los familiares y amigos de toda confianza.

Este procedimiento pretende que en determinado momento la rueda del gobierno va a moverse como lo ordene el eje, órdenes desde arriba que no atraviesan ningún filtro y no tienen intermediación, porque hay una lealtad única que se basa, en última instancia, en el arbitrio: el que pone, quita. El que puede, puede. La congruencia de la función pública no importa, lo que importa es la fidelidad política con el hombre. El que manda, el que ordena.

Las consecuencias desastrosas de este procedimiento de viejos tiempos serán visibles más temprano que tarde. La sumisión a la autoridad única lleva siempre al miedo y al servilismo, que son los peores adornos de una república. Y ésta que digo, es sólo una pieza. La concepción de autoridad autoritaria tiene otras piezas aún por exhibir, o que ya se están exhibiendo: el control de la publicidad estatal para premiar y castigar, por ejemplo, que tiende debilitar el régimen de libertades públicas sin el cual una democracia no puede sobrevivir.

La rueda de una bicicleta, sin embargo, nunca anda por sí sola. Pertenece a una estructura mayor de la cual no puede desprenderse sin peligro de rodar hacia el desorden. Y el deber de quienes creemos firmemente que en Nicaragua no hay otro camino que el de la institucionalidad democrática, es defenderla, y promoverla.

Porque hay todavía un desbalance aún más grave. En estos primeros meses de gobierno liberal, la oposición parece haber dejado de existir. No hay contrapeso en la vida política e institucional frente al gobierno. Hay que crear, en primer lugar, la oposición democrática. Hay que crear el contrapeso.