La aparición de un cometa en nuestro minúsculo sistema solar provoca innúmeros comentarios y predicciones. Cuando el viejo y desgastado Halley cubrió con su cola luminosa sobrecargada de iones y polvo nuestro planeta azul en la primavera de 1910, produciendo en su atmósfera copiosa lluvia de estrellas fugaces, los terrícolas de aquellos días predijeron inesperadas catástrofes que ocurrieron meses después. Entre otras, la Revolución mexicana (noviembre, 1910), la Revolución china (octubre, 1911) el hundimiento del Titanic (abril, 1912) y la Primera Guerra Mundial (agosto, 1914).
Ahora bien, los krometes (palabra griega que significa ``de cabellos largos'') no sólo predispone a augurar desgracias. Su presencia en nuestros vastos cielos hoy contaminados puede también servir para hacer referencia a acontecimientos positivos. Retrocedamos 87 años para utilizar el tiempo aquel cuando el Halley se deslizó sobre nuestros tejados, y preguntarnos más allá de sucesos trágicos, ¿cómo era el cine en aquellas horas en que se devoraban pastillas anticometa? ¿Cuál era la temática que ofrecía? ¿Dónde podía verse? El cine era breve, pues las películas apenas tenían una duración máxima de 15 minutos. Era mudo, pero no silencioso, pues un piano ubicado bajo el lienzo le otorgaba rítmica dramaticidad y sus imágenes en elemental sintaxis estremecían a los escasos espectadores instalados en barracas de feria, music-hall, cine-teatros, nickel-Odeons con melodramas express, cine-novelas, reconstrucciones históricas (Film d art). Otras veces los hacían estallar a carcajadas con descabelladas persecuciones cómicas (Max Linder) o a recibir tremendo impacto moral (``Escenas de la vida real'') o a vibrar con el erotismo ``atrevido'' de las vampiresas danesas.
Y para terminar ¿cuáles fueron los filmes que se exhibieron en la ciudad de México en 1910? Según cuenta Luis Reyes de la Maza, en su libro Salón Rojo (Cuadernos de Cine/16, UNAM/1968), éstos fueron: El suplicio de Cuauhtémoc'', Grito de Dolores, de Felipe de J. Haro, en cuyo contexto él mismo interpretaba a Miguel Hidalgo, y los cortometrajes Presentación de Rodolfo Gaona en el Toreo, Carreras de caballos del derby mexicano y Desfile histórico del centenario (Hermanos Alva); Entrega del uniforme de Morelos. Entre tanto, en Dinamarca se proyectaba La trata blanca, de Viggo Larsen; en Chile, Las primeras actualidades, de Julio Cheveney; en Estados Unidos, Ramona, de Griffith; en Italia, El sitio de Troya, de Pastrone, y en la Rusia zarista, Crimen y castigo, transvase de la célebre novela de Dostoievski, por Goutcharon y Makarov.
En el verano de 1910, Halley abandonó nuestro cielo para ir en busca de su afelio (distancia de máxima lejanía con respecto del sol). Setenta y seis años más tarde volvería a deslizarse sobre nuestras cabezas. ¿Qué tipo o clase de cine encontró entonces? Evidentemente uno muy diferente. Si en el año diez el cine era breve, mudo, en blanco y negro, y articulaba una temática elemental, en 1986 las películas tenían una larga duración (dos horas o más) y describían a color con un espléndido sonido estereofónico y una sofisticada tecnología las preocupaciones centrales de aquel tiempo que, 36 meses más tarde, contemplaría el derrumbe de la utopía socialista y el fin de la guerra fría.
Pero, ¿cuáles eran las cintas que circulaban masivamente en 1986? Recuerdo que en aquellos días estremecían las pantallas entre otras mil, dos de Oliver Stone, Salvador que recreaba la azarosa vida del reportero Richard Boyle en el país centroamericano y Platoon (Oscar por mejor película) sobre la problemática vietnamita; tengo también presentes The Fly, de David Cronenberg, remake del aterrador filme de Kurt Neumann; Hanna and her Sister, de Woody Allen, y A Room with a view, transvase de la novela de E.M. Forster sobre la caracterología vistoriana a cargo de James Ivory. Rememoro a aquel mítico cazador de cocodrilos, Mick Dundee (Paul Hogan), en Crocodile Dundee, de Peter Faiman; a aquella excitante call girl (Cathy Tyson), en Mona Lisa, de Neil Jordan; a Isabella Rossellini en el hitchcockiano thriller de David Lynch, Blue velvet, y desde luego, a la tripulación del Enterprise en su alucinante aventura espacial reconstruida por Leonard Nimoy, en Star trek IV-the voyage home.
¿Qué sucederá con el cine cuando Halley vuelva en el 2062? ¿Existirá el hombre o sólo su imagen a través de incontables metros de negativo? Entre tanto, el cometa Hale-Bopp nos observa.