Bernardo Bátiz
Buenos vecinos
En una reunión interparlamentaria México-EU, realizada en la ciudad de Querétaro y a la que asistí como diputado, se plantearon los consabidos temas de cooperación, de trabajadores migratorios y de tráfico de drogas. En ese entonces, 1984 u 85, no estaban tan tensas las relaciones con México, pero sí había preocupación por el incremento de los problemas fronterizos.
Los legisladores estadunidenses llevaban las discusiones a los temas que a ellos les interesaban y no contestaban o no se referían a los que eran molestos para ellos, como el tratado de aguas o el respeto de los derechos humanos de los trabajadores migrantes, pero se molestaron realmente cuando les pregunté por qué se habían puesto del lado de Inglaterra, país europeo, y no de Argentina, perteneciente a la OEA, en la guerra de Las Malvinas.
Uno de los senadores, cuyo apellido no recuerdo, preguntó a su vez en tono airado por qué en todas sus visitas a Latinoamérica les reclamaban esa actitud, que era, según dijo, la conveniente para mantener buenas relaciones con Albión, su aliada más importante para muchas cuestiones relacionadas con la entonces aún no decidida Guerra Fría.
La verdad es que no tenían respuesta congruente, ni siquiera con su tesis de ``América para los americanos'', pero mucho menos con su aparente defensa de un sistema de derecho internacional y de unidad del continente americano.
Hoy, como en el caso de Las Malvinas, se vuelve a demostrar que EU no tiene amigos, sino intereses. Le importa México como aliado, como cliente, como proveedor de materia prima, como fuente permanente de mano de obra barata, pero no le interesan nuestros problemas ni es solidario con nadie.
La nueva ley de inmigración es parcial, racista e injusta, viola derechos humanos elementales y pone a los mexicanos o a cualesquiera otros inmigrantes que viajen al país de los ``buenos vecinos'', en una condición antes no conocida.
Según esta ley, los inmigrantes no sólo no tienen acceso a servicios tan elementales como salud o impartición de justicia, sino que en la práctica dejan de ser sujetos de derechos y pasan a ser simple mercancía para el mercado legal de trabajo o peor aún, para el mercado negro de mano de obra indocumentada, desprotegida y discriminada, y por tanto más barata.
Los partidos como el PRI y el PAN, que aprobaron sin discutir el TLC, que ponen sus ojos en los inversionistas norteamericanos como salvadores de este país, los miles de humildes mexicanos engañados por las sectas y pseudorreligiones que nos importan del norte, los convencidos del sistema de vida yankee, deberían de reflexionar ahora y pensar que nosotros pertenecemos a otro lado, nuestra estirpe es hispano-americana, nuestros aliados naturales están al sur y no al norte, aún hablamos español y algo nos queda todavía de libertad y soberanía, que debemos proteger.