Es imposible no conmoverse cuando una persona se suicida. Conmueve por la muerte y porque el acto condensa el pasado y la vida del individuo. La idea volitiva del fin implica totalidad y cuestiona como ninguna otra situación a la comunidad y sus principios éticos y filosóficos. En cambio, el suicidio en números, es inentendible. A diferencia de la cotidianidad de la vida, donde una decisión es seguida de otra, la autoejecución conlleva sólo una decisión, que por ser absoluta engloba toda conducta previa. Las exalte o las anule, abarca todo: optar por la muerte raya el infinito. No raya en el infinito: lo penetra. En peso seco, el suicidio, aun del desconocido más desconocido, asemeja el movimiento del péndulo: las preguntas no acaban.
Cualquier suicidio cuestiona y algunos incluso duelen. Sin embargo, sería falso afirmar que todas las muertes voluntarias pueden ponerse en un mismo saco. Hay algunas que sensibilizan por el procedimieno; otras porque la muerte simboliza protesta; algunas porque son de parejas; otras porque las efectúan niños o jóvenes, y unas más porque detrás subyacen dolores y pasiones incurables. Dentro de todo este mare magnum hay dos formas de suicidio que inquieren más profundamente. Aquellos casos en los que el suicidado sembró ideas e iluminó con su ser al mundo conforman el primer grupo. Sobran ejemplos, Pavese, Modigliani, Cuesta, Torres Bodet, Woolf, Celan, Koestler -éste lo hizo junto con Cynthia, su esposa-, Levi y Bettelheim. El segundo bloque -motivo de estas líneas- lo constituye el suicidio colectivo.
Sin algún texto que confirme mis hipótesis, considero que los suicidios en masa abarcan dos grupos. El primero es aquél en los que se eligió el suicidio colectivo antes de rendirse al enemigo. Cito dos ejemplos. En la antigüedad, aproximadamente mil judíos sitiados en Masada optaron por la muerte voluntaria antes que doblegarse a los romanos. En este siglo, en 1994, todos los habitantes de Saipan -Japón- se suicidaron en vez de someterse a los aliados; los soldados se inmolaron con granadas y los civiles brincaron hacia el Pacífico. Las razones que subyacen estas conductas se leen en una palabra: dignidad. Era menester encarar la muerte. Ya sea a manos del enemigo o con las propias. No dudo que las opiniones sobre estos suicidios colectivos han devenido en ideas divergentes, aprobatorias o condenatorias. Me inclino por laudar estos actos: condensan valentía e integridad. El juicio de la historia debe encumbrarlos.
La segunda forma de suicidio colectivo es la de las personas pertenecientes a los nuevos cultos religiosos. En los últimos años hemos presenciado, entre otros, el de Jim Jones y sus feligreses del grupo conocido como People's Temple. En Guyana novecientas personas se autoejecutaron al ingerir cianuro. La mayor parte estaba constituida por familias y de acuerdo a videos y notas encontradas en la escena, las ``razones'' cimentales fueron fastidio hacia la vida y la creencia de que no existía otra alternativa. Es probable que las causas que finalizaron en la inmolación en Waco -1993- sean similares a las previas.
Marzo de 1997 y San Diego acarrearon para la historia un nuevo suicidio masivo. Treinta y nueve personas pertenecientes a la secta Heaven's Gate lograron la muerte asfixiándose e ingiriendo barbitúricos y vodka. Previamente, la mayoría se había castrado. Los miembros de este grupo pretendían abandonar sus ``envases'' -sus cuerpos- y partir en una nave espacial hacia ``un nuevo nivel''.
A diferencia de la génesis de los suicidios masivos por causas políticas, en los de Guyana, Waco y San Diego el común denominador es fanatismo. El fanatismo, en cualquiera de sus formas, es una de las nuevas y peores enfermedades de la sociedad actual. Desde los fundamentalismos religiosos que amenazan la paz hasta los de innumerables sectas que consideran que lo humano es una aberración. Así como no sorprende que sea en el Tercer Mundo donde el fundamentalismo crece, tampoco asombra que sean sectas estadunidenses las que encuentran en el suicidio masivo solución. Crisol de conocimiento, tecnología y cuna de Premios Nobel -aunque muchos hayan nacido en el extranjero- Estados Unidos es también ejemplo de intolerancia y desencuentro. La creciente xenofobia, el consumo desmesurado de drogas, el incremento en los homeless, la despersonalización, el vacío moral, la soledad, las nuevas leyes antiinmigrantes que borran todo pasado y el tambaleante concepto de familia son algunos de los motivos que se asocian con la emergencia de estas sectas. Invocar a la razón es inútil. Se requiere mucha descomposición y muchas pérdidas personales para primero integrarse a estos grupos y luego ejecutarse. Heaven's Gate resume el horror del fanatismo y de lo humano.