Emilio Krieger
Las dos raíces
En un momento en que parece haber unidad de los mexicanos, respecto de un problema concreto, no quisiera aparecer como díscolo o perturbador de una identificación nacional. Por ello, comparto la cólera de mis compatriotas y de muchos seres humanos más contra la entrada en vigor, en Estados Unidos, de una nueva legislación migratoria que, desde ayer, trae un amargo trago para quienes, por necesidades vitales, se ganan la vida vendiendo mal y cobrando peor su fuerza de trabajo. La maldad, codicia, inhumanidad de quienes prohijan y aprueban una legislación que aumenta los niveles de explotación y discriminación de nuestros compatriotas emigrantes, merecen nuestro desprecio y, para no quedarnos cortos, nuestro odio.
Debemos hacer y apoyar todo lo que contribuya a aminorar el trato inhumano que sufren los trabajadores migratorios en territorio yanqui. Nada justificaría que nos apartáramos de esa batalla en defensa de la dignidad humana de quienes la necesidad de sobrevivencia ha alejado del suelo que los vio nacer y luego les negó lo necesario para desarrollarse como seres humanos.
Pero esa inalterable postura de apoyo y simpatía para nuestros hermanos en el exilio forzado, esa indignación contra la miseria moral de quienes los explotan y privan de elementos esenciales para la vida, no debe conducirnos a la ceguera intelectual. El fenómeno migratorio en el globalizado capitalismo contemporáneo es un complejo proceso económico y social cuyo origen no se agota en una sola fuente. Existen corrientes migratorias porque hay diferencias contrastantes entre países y zonas ricas, desarrolladas y con altos niveles de producción, y poblaciones con alta densidad, gran miseria, pobres niveles de ocupación y productividad, y una distribución del ingreso gravemente lesiva a las grandes mayorías.
Esa desigualdad internacional, que se acentúa con la globalización postulada por el neoliberalismo capitalista, tiene una significación y una etiología que es necesario buscar a nivel ecuménico y condenar y combatir al mismo nivel.
Pero además de ese conjunto de causas de amplitud mundial, existen causas locales, regionales o nacionales que influyen poderosamente en el fenómeno migratorio y que también deben ser combatidas o superadas. El caso de nuestras corrientes migratorias actuales, las mexicanas junto con todas las de América Latina, constituyen un ejemplo inocultable del efecto negativo de las causas locales.
Cuando a los gobiernos sometidos de América Latina los mandos imperialistas del norte les imponen niveles económicos sumisos contraídos, con escasa ocupación de mano de obra y niveles salariales controlados, con servicios públicos reducidos y con índices de consumo excesivamente bajos; cuando se busca una política de atraer la inversión extranjera a cambio de sacrificar consumo y empleo nacionales; cuando se estimula ``la productividad'' de estilo capitalista y la reducción salarial, es evidente que la política neoliberal que tales caminos y metas persigue se convierte en un poderoso motor de corrientes migratorias. Contra esa política contraccionista, antipopular, protectora del lucro y la especulación, tenemos que lanzarnos en la lucha contra el doloroso fenómeno de la migración trabajadora.
Justa es la indignación mexicana contra la legislación relativa a los emigrantes, pero para que tal indignación adquiera toda su eficacia correctiva, debe estar acompañada por la decisión de expulsar de nuestra política económica todos los factores que contribuyen a reforzar las causas internas del fenómeno. Si queremos ser luchadores eficaces contra el doloroso proceso de la migración, habremos de pugnar contra la legislación estadunidense en contra de los migrantes, pero simultáneamente debemos luchar contra las fuerzas que internamente refuerzan tal fenómeno. Y la más influyente de esas causas internas es la política neoliberal, contraccionista en lo interior y entreguista hacia lo exterior, que desde hace quince años mantienen en este país tecnócratas y harvardianos, funcionarios públicos enriquecidos y los financieros lava dólares.
La batalla por nuestros compatriotas que han caído en la desgracia de la migración es absolutamente justa pero, para ser eficaz, debe darse tanto frente a los legisladores y políticos estadunidenses inspirados en la discriminación codiciosa, como ante los neoliberales y tecnócratas que hoy dominan a la política económica del Estado. Con una pequeña adición: pelear contra la política entreguista neoliberal es combatir, al mismo tiempo, por la soberanía de México y la dignidad de nuestros hermanos emigrados.