Hace algún tiempo escribí un artículo en un periódico que no es éste, haciéndole una recomendación al regente de la ciudad, quien no me hizo caso. Esto último no tiene nada de raro, pues a los regentes nunca les ha interesado alguna recomendación ciudadana, pues éstas no son buen negocio a excepción de las dadas por allegados. El artículo mencionado versaba sobre los topes de la ciudad. Recuerdo que discurría yo en que por la cantidad de topes que hay en el DF (aunque el estado de México compite fuertemente), debe, entre otras cosas, ocurrir una de tres cosas (o quizás una combinación de ellas).
1) Que después de muy sesudos estudios por parte de las autoridades correspondientes y una planificación magistral, deciden colocar un tope en tal o cual calle, avenida o eje vial, con el fin de prevenir o impedir la muerte inútil de uno o varios ciudadanos.
2) Cualquier ciudadano con gran sentido cívico llama a la delegación correspondiente y solicita que se le coloque un tope cerquita de su casa, con el objeto de que él pueda salir más tranquilamente de ella. Bueno, cualquier ciudadano es demasiado demócratico. Recientemente fui testigo de que se requirieron varias docenas de ciudadanos para que pusieran un tope cerca de una escuela primaria pública. O sea, ciertos ciudadanos equivalen a cuando se juntan muchos (lección importante para los candidatos a gobernador del DF).
3) La colocación de topes es un buen negocio para los encargados de ponerlos, pues también he sido testigo de que repentinamente quitan algunos, para luego volverlos a poner. O sea, más bien el negocio es de ida y vuelta (poner, quitar y volver a poner). Seguro que esto también se hace aparte del negocio, con estudios aún más sesudos (y costosos), pues el quitar los topes existentes indica que las autoridades pudieron darse cuenta de su original error estratégico, que requirió elaborar los estudios nuevos necesarios para volver a poner los topes, generalmente en el mismísimo sitio. Lo que tampoco me queda muy claro del asunto de los topes, es por qué se ponen topes altos y chonchos, otros chaparros pero boludos y otros amplios y flacos. Quizás los estudios sesudos dictaminan, según el tipo de tránsito, cuál tipo de tope se requiere. O quizás del tamaño del tope es la pedrada (el negocio).
En relación con esto, hace poco tiempo escuché en un noticiero matutino una entrevista con un licenciado (creo) o quizás ingeniero, que era el encargado del asunto de los topes en el DF. Si mal no recuerdo, dijo que en nuestra ciudad había algo así como 18 mil topes y que pensaban reducirlos a mil 500, pues los topes eran en parte cómplices de la contaminación. No se muy bien por dónde o para cuándo va a comenzar este programa de destopización de la ciudad de México, aunque por lo que veo no parece que muy pronto, ya que el gobierno de la ciudad cambiará pronto de manos y no dará tiempo para tanto estudio tan sesudo que se requiere, o para que alcance el tiempo para el negocio. Usted, lecto, escoja cuál de las dos opciones es la buena para que el trabajo ése no se lleve a cabo, aun cuando se requiere a gritos, pues, según esto, la contaminación es un gran problema y las autoridades están muy preocupadas. ¿O no?, señor regente.