Avanzamos a toda velocidad hacia el pasado medieval, con su secuela de barbarie organizada con todos los medios que da el poder estatal. A la expulsión de los que, inmigrando, aceptan las leyes del mercado y buscan trabajo allí donde lo pagan más se agregan cotidianamente noticias terribles. La ecuación es simple: a una caída del consenso corresponde un más que proporcional recurso a la represión y el Estado del Bienestar cede su paso no a la libertad del mercado y de los consumidores-ciudadanos, sino al Estado del terror sistemático y de la violación de los derechos humanos para ``disuadir'' a todos los que el sistema económico margina hacia uno o más tipos de delitos sociales o empuja hacia la rebelión.
Por ejemplo, según Amnistía Internacional, jamás hubo tal cantidad de ejecuciones capitales, cuando hace rato que la pena de muerte es considerada no sólo bárbara sino también ineficaz en la lucha contra la delincuencia (que la considera ``riesgo profesional'' y, a su vez, asume un aspecto más bárbaro). Además, en Brasil, durante un entrenamiento militar, se estimula la tortura (y no es un atenuante el hecho de que el video que comprueba esta aberración haya sido quizás producido por narcotraficantes, ya que la ley de gentes prohíbe también la tortura a los delincuentes presuntos o reales). La cerecita que completa el adorno del pastel es la noticia de que la Marina argentina filmó todas las torturas y asesinatos (decenas de miles) durante la dictadura militar última, desde 1976 hasta comienzos de la década pasada y que el microfilme que contiene esos horrores está cuidadosamente custodiado, hoy mismo, por el comandante en jefe de dicha Arma. Llegamos así a la eficiencia burocrática en el registro y el archivo de las ilegalidades y a la estatización e institucionalización de la barbarie, siguiendo el estilo de los nazistas que eran sumamente escrupulosos en la contabilidad de los dientes, pieles, órganos o ropas y efectos de sus víctimas, y llevaban registros perfectos y modernos sobre los efectos de los diversos métodos de tortura y de asesinato, dedicando a este fin ingentes recursos, hasta el momento mismo de su entierro en el basurero de la Historia.
Esa frialdad en la barbarie funcional para la preservación del poder es lo que más espanta y repele. Los que deberían asegurar la legalidad, sin la cual no hay civilización, la violan impunemente y, cuando mucho, en un reconocimiento hipócrita de los valores que pisotean, esconden mientras pueden sus atrocidades (que entre tanto cultivan extraoficialmente). No otra cosa se esconde tras el caso del fotógrafo argentino Cabezas, torturado y asesinado por policías, uno de los cuales (¡un comisario!) filmó un video, en parte para cobrarle su ``servicio'' al mandante del crimen, en parte como rutina burocrática.
¿Cómo acabar con ese regreso a siglos anteriores provocado por los terribles efectos políticos y sociales de una mundialización que ha eliminado la ética y los valores humanos de la vida política en nombre de la eficacia y que construye cárceles y refuerza los órganos represivos mientras recorta la sanidad, la educación pública, las jubilaciones y destruye la idea misma de solidaridad, o sea el reconocimiento de la igualdad de derechos de los seres humanos? Es necesario insurgir contra la impunidad y la ley del más fuerte, contra el Medievo que renace y, por lo tanto, preparar un retorno a la ley, sólo posible eliminando las causas de la ilegalidad y la inhumanidad, o sea, trabajando por relaciones democráticas e igualitarias entre las naciones y entre los habitantes de las mismas.