En el transcurso del presente semestre, la economía mexicana habrá culminado su recuperación de la fuerte caída que se inició a fines de 1994. Desde el punto de vista más general o agregado, lo anterior significa que por estas fechas el país está apenas restableciendo el nivel de producción previo al estallamiento de la crisis: esto es, un PIB con un valor real similar al de 1994. No obstante, si ese indicador general es corregido con el factor demográfico, la secuencia temporal de la recuperación se modifica. En estos términos (igualmente generales que el PIB global, pero acaso más fidedignos con respecto a las condiciones socioeconómicas imperantes), el regreso al punto de partida, o recuperación, no tendrá lugar en el presente año, sino hasta 1999. Dicho de otra forma: el PIB por habitante que el país tenía en 1994 sólo será restablecido hasta el quinto y penúltimo año de gobierno del presidente Zedillo. Esto sólo será posible con una condición: que el crecimiento agregado del PIB entre 1997 y 1999 promedie una tasa mínima de 4.7 por ciento al año. Rebasado este punto, todo lo que siga será crecimiento verdadero: la recuperación, en sentido estricto, habrá culminado. Si el crecimiento ulterior es mayor a 5 por ciento anual y se sostiene, el país habrá recuperado un secreto que perdió hace más de tres lustros: su capacidad de expansión.
Para que el país se acerque efectivamente a un escenario de crecimiento sostenido, es necesario despejar el panorama económico de numerosos problemas. Unos son de orden financiero, como la escasez y la carestía del crédito, o la situación del sector bancario, cuya fragilidad sigue representando un fuerte riesgo y a la vez un elevado costo para el conjunto de la sociedad. Otros son de orden productivo y otros más tienen relación con los énfasis y prioridades de la política económica gubernamental. Entre estos últimos, uno de los más complejos es el de las condiciones de reactivación del mercado interno.
La orientación general de la política económica del gobierno supone la contención del gasto de consumo. De acuerdo con las proyecciones oficiales, el crecimiento real de esta variable en 1997 será apenas ligeramente superior a la mitad de la tasa esperada para el PIB. Ello significa que, después de su desplome de 1995 (cuando su valor en precios constantes cayó en cerca de 7 por ciento), el gasto interno de consumo seguirá contrayendo su tamaño en relación con el de la economía. Tomando como base los niveles alcanzados en 1994, en la inmediata precrisis, esta variable habrá acumulado a fines de 1997 una pérdida de casi 3.5 puntos porcentuales del PIB. Tal pérdida es imputable casi por completo al gasto de consumo privado, es decir, el de las empresas y familias, cuyo monto en proporción del PIB regresó ya a los niveles de finales de la década de los 80 (un periodo en el que predominó una política casi permanente de restricción).
En el caso del gasto de consumo, la recuperación tomará más tiempo de lo que deja suponer el discurso económico oficial. Basta con volver a incorporar en el análisis el crecimiento de la población para comprobar que el panorama dista mucho de haber empezado a mejorar. Con respecto a los valores reales de 1994, el gasto de consumo final por habitante perdió en 1995 casi nueve puntos porcentuales. La evolución de 1996 muestra que ese retroceso se mantuvo prácticamente inalterado. La evolución esperada para 1997 con base en las cifras oficiales indica que, de no mediar ningún accidente que haga variar de manera sustancial el escenario económico del gobierno, el gasto final de consumo por habitante permanecerá tan deprimido como en el momento más agudo de la crisis. En lo que hace a este indicador (uno de los más estrechamente vinculados con el bienestar de las familias), no es razonable esperar antes del año 2000 la recuperación de los niveles alcanzados antes de la crisis. Tampoco cabe hablar de crecimiento, y menos de expansión.
En cuanto a los gastos de inversión, los datos de 1996 (crecimiento real de 9 por ciento) y los proyectados para 1997 (más de 12 por ciento) indican una reanimación. Sin embargo, ésta debe ser relativizada debido al efecto estadístico provocado por la fortísisma caída de las inversiones productivas en 1995 (cercana a 30 por ciento). Al cierre del presente año, el coeficiente de inversión (que según las proyecciones del gobierno no será mayor a 17 por ciento del PIB) seguirá siendo uno de los más bajos de la historia económica reciente. De esta manera, el objetivo del Plan Nacional de Desarrollo 1995-2000 de restablecer una tasa de inversión de 20 por ciento tampoco parece ser una meta fácil de alcanzar. Por lo demás, la mayor parte de la nueva inversión se ha concentrado y seguirá haciéndolo en el sector exportador. Las empresas que abastecen el mercado nacional, debido a la caída del gasto interno, cuentan todavía con capacidad excedente; en la medida en que el consumo siga siendo castigado, la formación de capital en este segmento del aparato productivo se mantendrá en rangos muy modestos.