``La burocracia posee al Estado como su propiedad privada''
Hegel, Crítica del Derecho
La mundialización ``adelgaza'' y desgasta a los Estados, pero no los hace desaparecer sino que los somete al imperio del capital financiero internacional. La pérdida de soberanía internacional, y al mismo tiempo de consenso popular, debilita a los Estados y, por lo tanto, los convierte cada vez más en maquinarias burocráticas autistas, autorreferentes, autosuficientes. Los aparatos represivos no sólo crecen en volumen y peso, sino que también ocupan una parte mayor de los presupuestos nacionales, dada la reducción de los presupuestos sociales y la principal preocupación de la burocracia es cómo sobrevivir a la tormenta, agarrada al palo mayor de la nave estatal que flota al garete en el mar de la economía mundial. Pero no lo puede hacer sin cambios, del mismo modo que el Estado debe cambiar para mantenerse y ``adecuarse'' (someterse, sería más exacto) a los organismos del capital financiero.
La burocracia y, por lo tanto, el Estado, están al servicio del sector de mayor peso de la clase dominante, pero lo sirven como un sirviente astuto y desleal.
En primer lugar, porque la clase dominante tiene diferentes sectores, cuyos intereses no coinciden y a veces se oponen entre sí, y el Estado y la burocracia deben mediar. En segundo lugar, porque no pueden prescindir de los dominados porque deben engañarlos, alienarlos, precisamente para dominarlos sin tener que recurrir continuamente a la fuerza bruta, porque eso llevaría a una dictadura abierta, o sea a una situación inestable y explosiva ya que, como decía Graccus Babeuf, ``es más difícil reeducar al pueblo en el amor a la libertad que conquistarla'', o sea, que es mejor no obligar ``al pueblo'' a conquistar la libertad ya que es preferible aprovechar los márgenes sociales y culturales que permiten tratar de engañarlo y corromperlo. En tercer lugar, porque de esa abstracción bautizada vagamente Sociedad Civil forma parte también la burocracia, a pesar de que es la carne y los huesos del Estado. De modo que la burocracia y el Estado no coinciden siempre y por completo con los intereses del grupo dominante que es su amo, y esa falta de correspondencia política es causante de las crisis de régimen y favorece las crisis político-sociales.
Toda esta aparente divagación nos lleva al problema de la ``adaptación'' del Estado a la mundialización, ya que una parte del personal dominante del mismo se integra en el capital financiero, como Salinas en Dow Jones (hay que hacer la salvedad que el aparato de Estado y su personal no son el Estado, que es una relación social, pero éste no puede funcionar sin ellos) y al de la ``adaptación'' de la burocracia que vive del Estado y lo utiliza como propiedad. Si dejamos los top citizens y los yes men, en el resto del aparato aparecen los que, en cualquier país, instituyen el Año de Hidalgo pero de forma permanente (al estilo de la mafia rusa, italiana, argentina, etcétera, profundamente entremezclada con el aparato de Estado) y los que, con armas y bagajes, se instalan en la pequeña corrupción. El resto pierde posiciones económicas y se desclasa, lo cual lo obliga a buscar otros trabajos y, por lo tanto, a dedicar menos esfuerzos al trabajo público, situación que contribuye al deterioro de todos los servicios oficiales y, naturalmente, hace que los usuarios presten oídos a las sirenas de la privatización ``en nombre de la eficiencia'' y, por lo tanto, al poder de los monopolios sobre la economía y sobre la población.
El aparato de Estado, por lo tanto, no sólo pierde consenso (y con él el Estado mismo) sino que se fragmenta, pulveriza, como nunca antes en la historia del capitalismo, lo cual lleva a nuevas agregaciones por feudos y clanes, con su omertá mafiosa y sus solidaridades internas, imposibilitando la justicia en todo caso más o menos importante, y empujando hacia arriba la espiral de la desconfianza popular, de la pérdida de consenso.
No se trata, pues, solamente de que algunos le den más importancia a su carta de crédito que a su pasaporte y sirvan patrones extranjeros porque son ya extranjeros en su país, sino de un retroceso general a la falta de normas, escritas o no, o sea, de un abandono de la vida civilizada cuyas raíces sociales, culturales y filosóficas hay que analizar por separado.