Alberto Blanco
Ginsberg y la poesía espontánea *

Entre las primeras influencias de Ginsberg podemos citar a Milton, Shelley y Wordsworth, que seguramente conoció en la biblioteca paterna, lo mismo que las obras de Edgar Allan Poe, Andrew Marvell y, aunque parezca un poco extraño, Emily Dickinson. Más tarde, tal vez sus mayores influencias las haya recibido de Walt Whitman y de William Blake. Hay que hacer notar que Allen Ginsberg ha dedicado buena parte de su vida a estudiar la obra de Blake, así como a cantar sus Canciones de Inocencia y Experiencia, a las cuales él mismo les ha compuesto música. Ginsberg cree en la función tradicional del poeta como un cantor, lo cual explica, en parte, el gran interés que ha manifestado durante los últimos años por el trabajo con mantras. Un mantra es una combinación de sonidos cuya repetición sirve de apoyo para lograr un estado meditativo. Así, Ginsberg alterna en sus lecturas en público, canciones de William Blake con sus propios poemas y con el canto de mantras en los cuales el auditorio puede participar.

No es de extrañar que las visiones panteístas de Blake y Wordsworth casaran bien con las experiencias psicotrópicas personales y de su generación, desde el movimiento Beat hasta el estallido Hippy de San Francisco, y recientemente la revuelta Punk. Para Allen Ginsberg todo esto forma parte de una tradición singular que ve el trabajo creativo como una forma de conocimiento, una investigación meticulosa de la propia conciencia. Es por eso que Emily Dickinson le interesa, como le interesa también Gertrude Stein.

Sin embargo, quien obró una transformación definitiva en la poesía de Ginsberg fue su amigo, el gran poeta y novelista beat, Jack Kerouac. En él vino a encontrar el ejemplo acabado de lo que buscaba: una poesía espontánea, que fuera escrita al llamado imperioso del inconsciente, sin pasar por el filtro de una reelaboración literaria. Se trata, como Ginsberg mismo ha dicho en relación a la poesía, de ``...captar el arcángel del alma entre dos imágenes... dos polos opuestos que se relacionan mediante un chispazo en la mente''. Esta concepción, que podría servirnos para describir la esencia del Haikú, permanece en la base de su obra que, curiosamente, se manifiesta casi siempre en poemas largos, muy alejados de la económica nitidez de la poesía oriental. A pesar de esto Ginsberg se siente cerca de la poesía oriental, no sólo en su amor por las imágenes visuales, sino en su concepción del mundo, en especial, en su manera de ver los mecanismos del pensamiento. Al igual que la tradición Zen y la tradición Taoísta, Ginsberg busca la sorpresa que puede parar el flujo de las ideas... Cuando la atención capta dos imágenes aparentemente no relacionadas y logra extraer un sentido profundo de su cercanía, se produce un instante de comprensión que va más allá del flujo normal del pensamiento. Algo tiene en común esta manera de ver la imagen poética con la poética surrealista, y mucho con la escuela imaginaria de Pound y Williams, y de todos aquellos poetas que después la desarrollaron.

``Antes que nada, puedo decir de mi trabajo literario, que no tengo oficio alguno, y que no sé lo que estoy haciendo'', ha declarado Allen Ginsberg. Para él el ``oficio de poeta'' consistiría en observar con desapego la actividad de la propia mente, para luego transcribir al papel lo observado. La materia de su poesía, lo que podría llamarse ``su tema'', es la acción de la mente. Se trata de una labor descabellada hasta cierto punto, y Ginsberg lo sabe muy bien: sólo pueden transcribirse fragmentos, retazos, astillas del pensamiento, y aquí es donde entra su concepción del ``arcángel del alma captado entre dos imágenes''; el salto que hay que dar de un verso a otro queda a criterio del lector según sus propias posibilidades. Es por todo esto que Ginsberg casi no corrige sus textos, pues para él la verdadera labor --como para los grandes pintores chinos y japoneses-- consiste en lograr un impecable estado de atención que permita una observación perfecta. Sólo que a diferencia de los pintores, poetas y calígrafos de las dinastías Tang y Sung, y de las escuelas Zen de arte, Ginsberg no observa el paisaje exterior, sino que se concentra en su propio pensamiento y lo transcribe. En este sentido, cualquier cosa que pase por la mente es digna de ser considerada y descrita; por eso dice: ``Si estás interesado en la escritura como una forma de meditación o de Yoga introspectivo --tal como yo lo estoy-- entonces no hay nada que corregir''. En pocas palabras, para Allen Ginsberg el oficio del poeta es observar con atención la mente. Esto lo aprendió en gran medida de Jack Kerouac, así como de buena parte de la tradición hindú, budista, y de la tradición jasídica.

* (Fragmento del ensayo introductorio a la breve antología poética de Ginsberg preparada para la serie Material de lectura, publicada por la UNAM)