Elena Poniatowska
Heberto Castillo /I
``Mi lucha no es la del odio de clases porque pienso que es mucho más fuerte políticamente el amor que el odio. Prefiero amar que odiar, porque si yo odio al que oprime a los pueblos sojuzgados puede ser que lo odie porque soy el que los quiere oprimir
cuando llegue mi turno, pero si yo amo al pueblo sojuzgado y por eso no permito que lo oprima nadie, es más fuerte el sentimiento del amor que el del odio y creo que la lucha revolucionaria tiene que mover el amor y no el odio.
Laura Itzel Castillo, junto al féretro de su padre.
Foto: Francisco Olvera
``Dentro de los grupos progresistas prefiero a alguien que esté por amor a alguien que esté por odio. Me llegan gentes que están amargados porque los dejó la novia o el novio o no les hacen caso en su trabajo. ¡Qué bueno que vengan a poner tabiques en la construcción del partido! Sin embargo, cuando veo que alguien llega porque se puede realizar y tiene amor por la lucha, me interesa mucho más que los despechados porque tiene más fuerza. Algunos señalan que mi concepción revolucionaria es romántica y hasta cursi, pero yo les digo que no me interesan los calificativos. Yo estoy en esta lucha por amor. ¿A qué? A la especie humana y aspiro a que este planeta sea una diáspora y que nuestros descendientes pueblen el universo''.
Así hablaba el ingeniero Heberto Castillo en una entrevista que le hice, grabadora en mano, en el entierro de su compañero de lucha, el empleado del Express, Demetrio Vallejo, en 1985, cuando preparaba una novela sobre el único hombre que logró paralizar todas las locomotoras de México, en un movimiento impresionante, el de las huelgas ferrocarrileras de 1958.
Nunca la publiqué porque era para el libro pero recuerdo bien cómo caminábamos con tristeza entre las tumbas del panteón de Dolores, ponderando la valentía del líder oaxaqueño mientras su cuerpo se volvía cenizas. Heberto no parecía consciente de su propia valentía, del coraje que necesitó para aguantar no sólo la cárcel y el exilio sino los días anteriores a su detención.
``En 1968, cuando estaba yo huido en el Pedregal no tuve para comer, mis únicos bienes eran un jitomate y una cebolla. Había perdido el contacto con la gente que me aprovisionaba y no tenía teléfono, estaba yo aislado en un pequeño cuartillo por allí. Corté la cebolla y el jitomate y me hice ilusiones de que en tres días me localizarían. Gracias a la buena suerte que nunca me ha abandonado comí la última tajada de cebolla el tercer día en que me localizaron y llegó un buen bastimento. A mí no me gustaba la cebolla y desde entonces me parece un exquisito manjar. De joven tenía mis aversiones por algunas frutas, por algunas verduras, en la cárcel aprendí a gustar de la coliflor que antes no tragaba. Lo mismo me pasaba con la cerveza. Cuando uno toma cerveza por primera vez no le gusta, tampoco el vino, es una costumbre que se va adquiriendo. En el Pedregal, herido entre las piedras (me venían persiguiendo) permanecí a la intemperie dos días antes de llegar al cuartito ese. Me comí un nopal crudo, le quité las espinas, tallándolo contra las piedras, lo raspé y me supo muy sabroso; ahora el nopal me gusta, me encanta. Por eso les digo no sólo a mis hijos sino también a mis estudiantes que coman de todo, que las cosas más sencillas son exquisitas cuando se tiene hambre. La cárcel resultó una lección valiosa. Comprobé que podía aguantar la tortura, el aislamiento, el hambre, la sed, y me dí cuenta que nadie, absolutamente nadie ni nada puede apresar el espíritu del hombre ¿No cree usted que eso le da fuerza a cualquiera? Adquirí entonces una fuerza extraordinaria. Aún la conservo''.
De su encarcelamiento en el negro palacio de Lecumberri, Heberto Castillo no guardaba un mal recuerdo.
Al contrario, de todos ``los viejos'', José Revueltas, Eli de Gortari, Armando Castillejos, Manuel Marcué Pardiñas, Heberto Castillo era el más gallardo. Sonreía. ``En la cárcel yo viví muy contento y cuando vivía allí ayudaba ¿por qué? porque sentía que había razones para luchar, para vivir''.
Después del 68, a su regreso a México, en vez de instalarse comodamente en su casa a disfrutar de su familia y de un bien ganado reposo, Heberto buscó a Demetrio Vallejo para estructurar el Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT) y lanzarse a la lucha política.
``Al salir de la cárcel, me acerqué a él porque era la persona más significativa de la lucha obrera en 1971 y creo que fue la persona más importante durante 50 años en México en el movimiento obrero. Había oído que planeaba formar un nuevo partido político y le pregunté: ``¿Por qué no entra usted al Partido Comunista?''. Y sus razones eran las mismas que las mías. Más o menos. ¿Cuáles eran? Sería largo enumerarlas pero podría yo sintetizarlas en un pensamiento. No comparto eso de la dictadura del proletariado, esa es una mentira que tiene ya muchos años. En ningún lado hay dictadura del proletariado y los que dirigen los países socialistas no son proletarios pero ni de broma, son tan proletarios como yo. No participo del ejercicio del poder, no estoy de acuerdo en que una persona tenga el poder vitalicio hasta que muera pero sí estoy totalmente de acuerdo con la distribución de la riqueza. Lo democrático es que varias personas capaces ejerzan la dirección durante una vida útil. Estoy en contra de nuestros antepasados los aztecas que decían: Este señor es el que manda hasta que muera''.