La Jornada Semanal, 6 de abril de 1997
1. Ebrio y rockanrolero romanticismo
Pertenezco a una generación que creció con el corazón y los ojos puestos en un destino común para Latinoamérica, y la mitad de los oídos en una región nebulosa del habla anglosajona.
Las sombras tutelares del '68, las de Women's Lib, de Macondo y Comala, de Fidel y Bolívar, de Martin Luther King y los Black Panthers, de Bob Dylan, los Beatles y los Rolling Stones, parpadeaban frente a la luz de una modernidad y de una mundanidad ansiadas para nuestra patria, o nuestras patrias, si acaso Latinoamérica podía ser pensada como más de un país.
García Márquez había sonado ya en nuestro reloj, y un hombre de figura borrosa, escondido bajo el disfraz de un vestido ilógico, pisaba la superficie de la Luna para festejar nuestros quince años. Armstrong, se apellidaba, con un nombre que resonaba a negro y a música. El disparo que había terminado con Martin Luther King silbaba aún con dolorosa furia, y subía el volumen del clamor que exigía igualdad para todos las razas y todos los sexos. El siseo de las minifaldas y la píldora anticonceptiva nos libraban de los velos y del regir de las abuelas. Los velos, por cierto cada día más cortos, abandonaban las cabezas de las mujeres a la hora de la misa. "Una mantilla, tráeme una larga mantilla negra de Salamanca, y cuando vayas a Roma, un rosario bendito por el Papa", oí decir a mi abuela, cuando salió mi tío a estudiar su doctorado a una universidad europea.
Porque nuestros mejores hombres y mujeres salían a estudiar a Europa, y la lengua de la cultura y el conocimiento fue el francés antes de que The answer my friend is blowin' in the wind colmara con aturdimiento los oídos jóvenes. Borges, ciego inmortal, nos dictaba también su adoración por Anglosajonia, dándole a ese territorio una marca literaria y profunda que no le haría en nada envidiar lo francés. Para nuestros abuelos París fue la Meca; para nosotros la Meca estaba en otra parte, cuando no en un punto terrestre, en ese que combinaba Santiago de Cuba con Nueva York, el Uruguay con Managua, Tenochtitlan con Venice (que no Venecia), y Londres con San Francisco.
La Habana era una de las Mecas de los sueños. El Che reemplazaba al Sagrado Corazón de los altares, satisfaciendo en la imagen de su cuerpo muerto el apetito siempre despierto del sacrificio. En lugar del culto a la Santa Lucía ciega, Susan Sontag y Angela Davis cosechaban ojos para nuestra inteligencia, y nuestros cuerpos se consumían entre el deseo de la libertad y la incandescente posibilidad de que una chispa encendiera el poliéster de los vestidos con estampados psicodélicos. ƑPerdía alguien un objeto? Aunque la A.C. (Asociación Católica) sugiriera rezarle a Santa Gúdula para el buen retorno y la posible recuperación de lo extraviado, las mujeres de mi generación difícilmente pronunciaríamos el recomendado rezo, que, según cuenta la tradición, es enormemente eficaz. Primero perder lo perdido, buscar bajo los asientos sin temor a agacharse y enseñar los calzones, o comprar en una tienda departamental un suplente para el objeto extraviado, que recitar el Santa Gúdula Bendita devuélveme, aunque fuera infalible. El mito mariano no congeniaba con nuestra idea del cuerpo y de la identidad femenina, y las santas de su corte nos parecían tan equívocas como María misma.
El Kinsey Report se acomodaba corpóreo en nuestros libreros, al lado del Manual de Carreño (para burlarnos de él), un ejemplar de la Biblia de Jerusalén y la reprobatoria mirada de las tías, más estable que nuestros libros, más cosa firme que las pastas y los estantes.
El esmog era un mal remoto que se había dado en la isla llamada Inglaterra (qué horroroso, ay, pobres, pero no lo podemos ni imaginar, si vivimos en la región más transparente del aire), y López Velarde era un clásico, de cierta manera remoto también, ya pasado por el cedazo de los académicos y los escritores, que convertido en un comprensible y entrañable, se nos volvía en los brazos, al son de la hora, un "raro" por otros motivos. "Lo raro ųleíamos de Gorostiza, a propósito de nuestro gran López Velardeų fue un accidente de la evolución de su lenguaje, y no el fin propuesto de su obra, que nadie se propondrá nunca, teniendo la honradez artística y personal de Ramón, escribir con el único objeto de que no se le entienda [...] López Velarde debió vislumbrar el mundo alígero de las palabras; debió seguir sus peregrinaciones sentimentales, de labio en labio, sedientas de armonía. ƑPodré explicar lo raro de su obra por una necesidad de lenguaje eterno?" 1
No radicaba en su poderosa lengua lo "raro" que mi generación encontraba en López Velarde. Él, junto con Arreola, Rulfo, la Elena Garro de Los recuerdos del porvenir y La semana de colores, y Rosario Castellanos, hablaban de un México que no teníamos ya más entre nuestros ojos, un México cierto al que mi generación quería dar la espalda, no porque hubiera desaparecido de repente (porque esta operación habría sido imposible), sino porque no lo queríamos frente a nosotros. López Velarde era el abanderado ejemplar de un México ya para nosotros exótico.
Amigas literarias de su obra, no podíamos serlo de su persona:
šPobre amiga de entonces, pobre flor provinciana
que en metrópolis andas en ruidoso paseo;
pobre flor casadera, rosa que eres hermana
de las que se desmayan en humilde cacharro
esperando que vuelvas del viaje de recreo!2
Rescatábamos a López Velarde con veneración por su literatura, como a Rulfo, a Arreola y a la Garro, por su excelencia sin par, pero Ƒa quién le interesaba revalorar algún terruño? Las lecturas eran guiadas por una pasión literaria, con la música y la avalancha de información (prensa, revistas: MS, Rolling Stone, FEM, etcétera) bastaba para satisfacer al más hambriento de inquietudes políticas. Y si queríamos ir a buscar remotos exotismos, también bebíamos de Faulkner: él nos hablaba de un rincón del mundo tan apartado de nosotros como el de Rulfo.
La regla de plástico estaba en manos del profesor. ƑQuién podía pegarnos ahora con ella, si ya no era de madera? Una avalancha de productos modernos nos abría la selva cerrada que antes sellara la salida de Macondo-Comala. Muchas de estas cosas eran desechables, y nos proveían de un sueño de poder y eternidad que no tenía explicación sino en la ebriedad que puede otorgar la abundancia de cosas. Años después, estos cadáveres pesarán más en el planeta que los miles provocados por otras igualmente inútiles guerras y guerrillas. Los desechos, la basura, la contaminación ambiental Pero pongámosla de lado. No teníamos conciencia del error abominable que ocultaba el amor a las cosas desechables, como tampoco de muchos otros. šOh, Santa Gúdula, yo te rezara ahora porque nos recuperaras las playas limpias y los bosques tropicales intactos, así se humillara mi super-yo feminista! No sólo éramos la generación del kleenex, los tampones y el plato desechable. Vivíamos un ebrio y rockanrolero romanticismo.
2. "La incauta ilusión con que sueñan las damitas"3
Ninguna queríamos ser la "moderna Santa Cecilia",4 ni "párvulas lindas y bobas", ni "Torres de Marfil":
Oh, noble sangre, corazón pueril
de comienzos del siglo diecinueve,
para ti la mujer, por el decoro
de sus blancas virtudes,
era como una Torre de Marfil
en que después del madrigal sonoro
colgabas los románticos laúdes!
Yo obedezco, Fuensanta, al atavismo
de aquel alto querer, te llamo hermana,
y fiel a mi bautismo,
sólo te ruego en mi amoroso mal
con la prez lauretana.5
Tampoco queríamos responder a la pregunta: "ƑSon vírgenes intactas o madres dolorosas?"6 No que practicáramos una discriminación ideológica sobre los textos (hecho que demuestra el que López Velarde, autor de los versos que he citado, fuera uno de nuestros poetas favoritos), pero no disociábamos de las insinuaciones seudonacionalistas y reaccionarias que eran por completo incompatibles con nuestros sueños.
Leíamos a Juan García Ponce (de qué manera genial nos recuperaba a López Velarde con una "otra" lectura de vuelta de tuerca, que se puede explicar con palabras del mismo López Velarde:
La vida mágica se vive entera
en la mano viril que gesticula
al evocar el seno o la cadera,
como la mano de la Trinidad
teológicamente se atribula
si el Mundo parvo, que en tres dedos toma,
se le escapa cual un globo de goma.
Idolatremos todo padecer,
gozando en la mirífica mujer
Que siempre nuestra noche y nuestro día
clamen: šIdolatría! šIdolatría!),7
como leíamos a Salvador Elizondo y a Tomás Segovia, a Octavio Paz, a Carlos Fuentes, a Homero Aridjis. Con la misma mano tomábamos autores de otras lenguas, latitudes, convicciones. Inés Arredondo estaba ahí y era nuestra, como nuestra fue Anaïs Nin, Carson McCullers, Katherine Ann Porter, Eliot y Pound y Saint-John Perse.
Había, por supuesto, perdidos buscadores de recetas metidos a lectores, pero la rica vena de los autores del boom nos habituaba y hacía dependientes de mejores pócimas. El cosmopolitismo no era sólo en inglés. También hablaba el castellano. Plural era la voz de nuestra Latinoamérica, voz que era diálogo y múltiple ensoñación, mucho más plural que la de los setenta. Cuando despertáramos, Onetti, Sábato y Donoso todavía estarían ahí, enfermos de la Peste del Insomnio, iluminándonos con el enrarecido aire de sus atmósferas. Y Bioy Casares. ƑHay un retrato más cruel y visionario de la guerra sucia en Argentina que La guerra de los cerdos?
3. "Váyanse, Yankees"
Yankees, váyanse,
váyanse, váyanse, yankees.
Váyanse, váyanse, váyanse,
váyanse, váyanse, yankees.
Ésta es tierra con perfume sólo para nosotros.
Crecen mangos, jocotes, guayabes y chocomicos
y un montón más de frutas de monte que se
cultivan solas en el Mombacho.
[...]
Esta tierra es nuestra con toda su floración de costumbres y su lenguaje, español que dice: "Gringo, macho, andá vete",
y su religión, esta religión amiga mía.
"Hijo mío, en verdad, en verdad te digo"
y su "algo" que no es extraño porque ha na cido de sí misma.
Joaquín Pasos 8
El odio de los yankees fue una pasión que hizo presa de generaciones anteriores a la mía. Los escritores nacidos en los cuarenta se debatían entre un amor apache por los yankees, desmesurado y no dicho, y un odio furioso, apegado al sentimiento de Pasos. Conocemos a más de un escritor que se negó a aprender inglés por odio a los gringos. Mi generación fue más ecuánime y, a pesar de ser tan soñadora, un ápice más desencantada que la anterior, la que vivió en plena juventud el '68. Nosotros comíamos el pastel del banquete que ellos llevaban años preparando. Pero igual que ellos, los que nacieron diez o quince años antes que nosotros, nos hemos hecho viejos demasiado pronto. El tiempo ha transcurrido con una celeridad aterradora. Los gringos temibles siguen siendo nuestros vecinos avorazados, sus tiraderos de peligrosa basura viven al lado de comunidades mexicanas donde nacen sin cerebro los niños, y las manos de nuestras mujeres maquilan para engrosar sus capitales en su frontera.
El tiempo ha corrido demasiado rápido, pero los misterios y las incompatibilidades aún siguen ahí. Estados Unidos, gélido y enorme, el del tío Sam y el de Bob Dylan, sigue ahí, a nuestro lado, o nosotros al lado de él, sin que congeniemos ni pensemos en mejor avenencia que un tratado insostenible e injusto.
EUA tenía en mi generación, en los setenta, una cara doble. Todavía escuchábamos el discurso iracundo que se alzaba en su contra, yankees, el odio y el rechazo a ellos que prendió como una mecha aceitada en generaciones anteriores a la nuestra. Pero a este EUA lo estacionábamos en un rincón opaco. Ni la CIA ni el ejército experto en guerras invasoras contra repúblicas bananeras estaban situados por nuestra imaginación aquí en Nueva York, no estaba aquí ni en San Francisco el gran capital que desestabilizaba gobiernos, no estaba aquí el cerebro que tiraba a Allende, brincando de contento en la embajada de Santiago de Chile, no estaba aquí, tampoco oh, cuánto más, y Washington era una isla adentro de un país que manifestaba aquí y allá otras voluntades. También teníamos en nuestros propios pueblos enemigos de nosotros mismos comiéndonos las entrañas, algunos amigos de los gringos, otros amigos de sus riquezas. Y nuestros enemigos estaban a su vez instalados en nuestras entrañas. Señores, Washington no es su centro, queríamos decirles. Éramos enemigos comunes de males que nos indignaban a todos por parejo. Un joven de mi generación (en el sentido de la fecha, y en el del espíritu) era mi hermano, mi igual, así fuera yankee, sureño, chilango o bonaerense.
ƑAfirmaría hoy lo mismo una estadunidense? "En 1987, el 93% de las adolescentes norteamericanas encuestadas declaró que `ir de compras' era una de sus actividades favoritas."9 Muchos sueños se han muerto (si alguien necesita una confirmación de esto, basta echar un ojo a la exposición de Nan Goldin que estos meses se presenta en el Whitney), y los jóvenes de hoy, los que inician su adolescencia o la viven, no tienen banderas encendidas para arrojarse a cruzar el difícil tránsito de la adultez.
Para acceder al gringo temible, el yankee peligroso, no hacía falta trasponer las fronteras de nuestra patria. Su huella estaba ahí, en los hechos y malhechos a largo de toda Latinoamérica, y en las consignas cantadas tan frecuentemente en su contra. Para acceder al territorio noble, al segundo Estados Unidos, al que había participado en la preparación del caldo que alimentara ilusiones de un mundo mejor, se podía entrar de dos maneras. Una, auditiva, por la música, una manera instantánea. Si se deseaba hacer el viaje al Estados Unidos geográfico, entonces había que emprender el largo trámite para obtener una visa, y después la larga espera para cruzar el puente fronterizo. La frontera es una puerta cerrada, a la que le abren un poco la boca para que entren a cuentagotas los que, ya así humillados, podrán también ser malpagados. Es una frontera de raro comportamiento: cuando se cruza de EUA hacia México, no le piden el pasaporte ni siquiera a los chilangos.
No soy la persona indicada para describir la relación entre esos dos puntos geográficos. "Pobres de los mexicanos, tan lejos de Dios y tan cerca de los gringos"; pobre frontera, puesta entre dos tradiciones coloniales tan distintas, y una de ellas dos hasta hoy día tan dolorosamente vigente. ƑNo se sigue hablando en Chiapas de "la gente de razón" como los blancos, implicando que los indios son irracionales? Los llamados vecinos distantes sostienen una relación desigual y previsible, muchas veces menos relación y menos vecinal de lo que la mínima prudencia aconsejaría. Las ligas entre las naciones siempre han sido difíciles, en todas las latitudes. Pero ahora que Europa hace un frente común, integra un mercado, planea compartir una moneda, una nación común a las naciones, América sigue siendo el nombre de un continente con el que se piensa una nación que cree habérselas apropiado. Tal vez porque es desde su nacimiento un nombre ilegítimo. No fue Américo a quien debíamos homenajear, sino a Cristóbal Colón. Si éste fuera el Continente Cristobicano, en lugar de Americano, podríamos recorrer su historia de otra manera. La rosa no es la rosa, pero a fuerza de tanto nombrarla ya huele a rosa la palabra rosa. Si le hubiéramos dado el nombre correcto, con correctos nombramientos se llamarían nuestras naciones. Como este país se llama a sí mismo América, y nuestro territorio Latinoamérica, los nombres quieren condenarnos a una relación infame. Si este fuera un momento en el que cupieran los sueños, yo sugeriría dejarles a ustedes el América, nombre espurio, y autodenominarnos Bolivariana, reviviendo así el sueño de Bolívar, unirnos en una nación común con que enfrentáramos nuestros problemas intestinos desde otra perspectiva.
4. "ųTan-tan./ ųƑQuién es?
ųEs el diablo." José Gorostiza
La selva y el bosque son más verdad en el Primer Mundo que en nuestros atribulados países del un día llamado Tercer Mundo y ahora, muy elegantemente, denominado con el término Sur. Pero incluso aquí mi generación reivindica su filiación justamente altanera. ƑSur? En los libros escolares de nuestra infancia fuimos enseñados a localizar a México en la porción de tierra llamada América del Norte. Estados Unidos Mexicanos es el nombre de nuestro país, y socarrones mirábamos a los Estados Unidos de más al norte comoun territorio sin tradición, sin identidad, un país que había tenido que tomarle prestado el nombre al continente, por no tener más origen propio que sus indios confinados a la masacre y la reservación. Nuestros indios, pensábamos, en cambio, son base fundamental de nuestra idea de nación y natural orgullo de la Patria. Mentiras, ambas, rockanroleras que no podemos atribuirle al rock and roll sino a los intelectuales que fundaron nuestra nueva idea de nación posrevolucionaria.
Ahora el esmog y el México oculto del que hablaba López Velarde están ante nuestros ojos, uno porque lo hemos trabajado a pulso, destruyendo a punta de automóviles la precaria armonía urbana (y, de más maneras, la ecológica) de lo que un día fuera la antigua Tenochtitlan y después la Ciudad de los Palacios; el otro, porque la política económica (y nuestra ceguera generacional) han hecho explosiva la situación de la mayor parte de la población mexicana, mestiza e india. Explosiva, por una parte, porque la otra realidad nos ha mostrado siempre como inadmisible el sueño que pervirtió hasta una locura caricaturesca el régimen salinista, hijo espurio de los sueños de mi generación, y del que no tenemos por qué sentir culpabilidad. El deseo de tocar otros países y otras lenguas, rompiendo la cortina de nopal, no era un deseo apátrida ni una incitación a vender la Industria Petroquímica o a firmar un Tratado de Libre Comercio que no incluyera en ninguno de sus puntos las condiciones de contratación de nuestra muy exportable fuerza de trabajo. No fue pecaminosa nuestra fascinación por otras culturas y otros horizontes, y por sueños de libertades merecidas y justas. No merecíamos el pago de tener que pagar por las visas para entrar al territorio vecino (20 dólares, ellos deciden por qué término) y por lo menos tres horas de espera. ƑAsí se tratan entre vecinos que han firmado un pacto del libre comercio?
5. Tuércele el cuello al sueño
de verídico plumaje
Nada me enojó más, en un periodo de "intercambio" escolar al que fui enviada en 1967, que la convicción de mis compañeros de que en México no había sino indios durmiendo la siesta, apoyados sobre incómodos nopales, el rostro cubierto por un ancho sombrero, el cuerpo por un cálido sarape.
ųƑY en México vas a la escuela?
ųSí, voy a diario a la escuela.
ųƑY cómo te vas a la escuela?
ųPasan por mí.
ųƑEn burro?
ųƑEn burro? ųpregunté yo a mi vez, completamente azorada ante su pregunta.
ųƑO por qué caminos, o cómo?
ųNingún burro. Pasa por mí el autobús escolar, y caminamos sobre calles asfaltadas...
Era fundamental que nos trataran como a iguales, que se considerara a México un territorio poblado de gente trabajadora (lo cual en honor a la verdad es estrictamente cierto). Pero nuestro sueño de vernos mirados como iguales cayó como un saco a la tierra, con la firma del TLC y los hechos mexicanos posteriores. Salinas, ya lo dije, caricaturizó ese sueño de mi generación, esa idea generacional. El costo de volvernos modernos, a nivel de país del Primer Mundo (si eso existe), era exterminar a los pobres, ignorándolos de manera virtual y fingiendo en la práctica un programa de asistencia. Los resultados de esta posición fueron patéticos, y tal vez sin ellos no se comprendería el levantamiento zapatista en Chiapas.
Durante el régimen de Salinas, Pronasol destinó, entre 1989 y 1993, 25,128.7 millones de pesos para combatir la miseria. Esto sólo consiguió aumentar el número de los que viven en la miseria. ƑCuánto le hubiera tocado a cada miserable si se le hubieran dado los billetes correspondientes en su propia mano, para que inventara cómo salir de su pobreza, o si ideológicamente se les hubiera tomado en cuenta en el proyecto de nación? ƑQué pasó con ese dinero, en qué se malgastó? ƑCómo es posible que aumentara el número de pobres en lugar de que la derrama consiguiera reducirlos? ƑCómo es posible que con este fraude se terminara un sueño de posibilitar la existencia de México como un país moderno?
Ahora los pobres y las mayorías golpeadas por la crisis, previamente ignorados, son ya sólo harina de otro costal. Nos hicimos hermanos de una legendaria y multitudinaria Calcuta. ƑNo es significativo que la Tercera Dama del país (si somos del Tercer Mundo, nuestra Primera Dama debe llamarse Tercera) haya abolido el Voluntariado Social? El altruismo, lamentablemente casi lo único en que se puede tener confianza hoy día, también queda fuera de los planes oficiales.
Y en cuanto al sueño de la libertad sexual, nos hicimos hermanos en una falsa castidad. "Mi generación ųapunta un escritor mexicano nacido en los sesenta, Daniel Rodríguez Barrónų, gracias sobre todo ųaunque no sóloų al SIDA que ha hecho de la xenofobia sexual casi un gesto de urbanidad, comienza a hartarse del cuerpo, a no saber cómo acercarse a él sino a través golpes, tatuajes, agujeros para meter esferitas, palillos de metal y muchas otras cosas. Nuestro placer es autopunitivo y su verdadero nombre es resistencia; esto en la parte, se diría, activa; en el lado opuesto, comenzamos a preferir la 'realidad virtual' a la realidad real: las hot-lines, las películas, los juguetes, el Internet nos alejan de lo único cierto: el cuerpo; un día descubriremos que lo más heavy que podemos hacer es dejar a la muñeca hinchable conectada al vibrador mientras nos echamos una siesta La sexualidad en los noventa es un simulacro multimedia." 10
6. "šQue se cae,/ que se cae,/ que se cae,/ que se cae!" Gabilondo Soler, Cri-Cri
El romanticismo de mi generación cayó como saco. Los más jóvenes no necesitarán caer porque han empezado tropezándose con los huesos en el suelo.
Por lo que he dicho, pertenezco a la generación defraudada, a la que encontró la desilusión por escalones, porque han ido aumentando el grado y los motivos de ésta, y de una manera dolorosamente real. Porque nuestra generación fue una generación de sueños.
ƑQué futuro hay para las relaciones México-Estados Unidos? La realidad virtual que promulga la pantalla del televisor hace caso omiso de nuestras mutuas virtudes. Ignora nuestras verdaderas riquezas, solapa nuestros defectos, alimenta la pobreza imaginaria y verdadera. Si un día sirvió para abrir los ojos al mundo, ahora, en electrónico parpadeo mundial, parece querer cegarlos. No en balde han vuelto guerras intestinas y han resurgido conflictos de nacionalismos que creíamos enterrados. La guerra en la ex Yugoslavia, la de Chechenia el malestar kurdo son sobrados y muy dolorosos ejemplos. El velo que el fundamentalismo tiende tenebroso sobre el África, estira un ladito católico para cubrir nuestra América. Hace algunas noches, varios miles de personas se reunieron a mascullar un rosario a la vuelta de mi casa, los suficientes como para llenar la Plaza de Toros México, que presume de ser la más grande del mundo. Yo me encerré en mi estudio. "Santa Gudulita", estuve tentada a decir mientras rezaban, "devuélvenos la separación de la Iglesia y el Estado, devuélvele al país un territorio civil neutro, no católico y reaccionario."
Temí entonces tener que decir algún día la frase de García Márquez en Cien años de soledad, al poner un pie fuera de casa: "llegó a una ciudad desconocida donde todas las campanas tocaban a muerto".
Por ahora, la múltiple venganza en contra de esa idea del México moderno, deseoso de dialogar con Anglosajonia y con otros vecinos, parece peligrosamente querer amordazarnos. No sólo a quienes deseamos un país donde las mujeres no queden relegadas a rezar el rosario y a cubrirse la cabeza con un rebozo, sino también a quienes soñamos con un país democrático, en que el que el Estado no sea el único árbitro de sus rapiñosos actos.
La venganza de que hablo, temible, oscura, eclesial a ratos, parece no sólo una pugna entre dos grupos de poder sino el enojo de las fuerzas reaccionarias por los sueños que un corrupto sistema político tornó en pesadillas comunitarias.
El vecino del norte no tiene espacio para sueños pero sus vecinos del sur, tradicionalmente dadores de energía, de imaginaciones y utopías, sumergidos en una pesadilla, no tenemos el momento de respiro que exigirían los sueños para, dormido el cuerpo del soñante, zarpar con sus garras fieras sobre la faz del mundo.
Notas:
1 José Gorostiza, Cauces de la poesía mexicana y otros textos, UNAM/Universidad de Colima, 1988. p. 16. Tomado del libro de José Gorostiza, Prosas, 1969.
2 Ramón López Velarde, Poesías completas y El Minutero, la viajera, Porrúa, México, 1991.
3 Ramón López Velarde, op. cit., "Para el zenzontle impávido".
4 Ramón López Velarde, op. cit., "Para tus pies".
5 Ramón López Velarde, op. cit., "Poema de vejez y de amor".
6 Ramón López Velarde, op. cit., "En la Plaza de Armas".
7 Ramón López Velarde, op. cit., "Idolatría".
8 Joaquín Pasos, Poemas de un joven, Col. Tierra Firme, Fondo de Cultura Económica, México, 1984; del poema "Desocupación pronta, y si es necesario violenta".
9 María Victoria Llamas, "El hogar en tiempos de crisis".
10 Cito a Daniel Rodríguez Barrón, de una nota escrita sobre el libro Entre las sábanas, de Fabrizio Mejía Madrid y Julio Patán (coords.), aparecida en El Semanario de Novedades .
La Jornada Semanal, 6 de abril de 1997
Estoy haciendo fila, haciendo fila, estoy haciendo fila para salir del
país. Es algo natural, cosa de todos los días. A mi
izquierda, una familia en una vagoneta Nissan; a mi derecha, un gringo
de lentes oscuros en un Mitsubishi deportivo. Por el retrovisor veo a
una muchacha en un Volkswagen. Adelante, un Toyota. Vamos a salir del
país y es algo natural, cosa de todos los días.
Me gustaría que avanzara, pero esta hilera de carros no tiene prisa. Ni siquiera porque hace un calor que nos abraza con fuerza y nos obliga a sudar. El calor es como un pariente gordo, efusivo, impertinente.
ƑCuánto tiempo ha transcurrido? Alguien, en un lugar indefinido, se atreve a pitar y el sonido es corto y tímido, temeroso de las consecuencias. La muchacha, el gringo, la familia, volteamos a buscarlo. Alrededor hay coches Ford, camionetas Plimouth(?), troques Chevrolet.
La fila no avanza.
Algunas personas salen de sus automóviles y miran hacia la puerta. El paisaje se evapora ƑQuién nos está deteniendo? A lo lejos, nada responde a nuestra pregunta, sólo el calor que nos abraza y nos abraza.
El tiempo se marcha. Nos deja solos en medio de esta laguna, náufragos, olvidados. La familia del Nissan es la primera en mostrar síntomas de desesperación. Una niña llora inconsolable adentro de la vagoneta. Sus hermanos y sus papás tratan de calmarla. El gringo enciende su radio y de pronto nos hace una demostración de las detonaciones de su estéreo. La muchacha cierra el vidrio de su ventana. Los Volkswagen no suelen tener refrigeración. Ella suda y suda y suda.
De pronto, ante la maravilla de conductores y pasajeros, la fila del gringo se mueve unos centímetros. Eso nos despierta, nos da ánimos, nos llena de esperanzas. Parece que la puerta ya no es un objeto distante, parece que alguien pudiera estirar el brazo y tocarla.
La fila no avanza.
El Toyota delante de mí es el segundo en dar muestras de desesperación. Intenta salirse de nuestra fila e invadir la del gringo. Es un acto loco que se topa con la furia de otros carros. Piso el acelerador para adelantarme hasta un punto que impida retroceder al Toyota. El gringo no da muestras de misericordia y le tapa el acceso. El Toyota se vuelve una isla entre dos filas. Lo conduce una mujer. Parece que no entiende. No sabe qué hacer. Intenta regresar, no puede. Nuestra fila avanza. La muchacha evita mirar al Toyota, aunque la mujer suplica. No estoy seguro: creo que se lo merece por intentar abandonar la fila: no estoy seguro: creo que su acto fue como una traición, algo digno de castigo: no estoy seguro.
Avanzamos. La señora se queda atrás, en su isla, en medio del mar. Suplica a cada uno de los conductores y nada obtiene a cambio.
Ahora, delante de mí se encuentra un pick up Ram, alto, de grandes ruedas. Al volante, un hombre con sombrero tejano. Atrás, la muchacha se peina, se arregla el maquillaje que comienza a escurrir. El sudor me atrapa la cara. La música del gringo es insistente y punzante.
La fila no avanza.
Estoy tratando de recordar por qué estoy aquí, saliendo del país. Otro pitido lejano. Puedo ver a mi alrededor que algunas filas comienzan lentamente a moverse. La niña sigue llorando, inconsolable. Su familia la ignora.
Al principio había vendedores. Trato de hacer memoria. Al principio nos ofrecían revistas y periódicos. Al principio nos ofrecían sarapes y figuras de yeso. Los recuerdo con vaguedad, sus expresiones se pierden en el oscuro olvido. Al principio, eso fue al principio. Ahora estamos solos. Veo carros, carros, carros de colores cuyos techos brillan bajo el sol.
El hombre del sombrero desciende de su enorme pick up y camina rumbo a la puerta. ƑQué tal si la línea avanza y otro carro nos invadiera? ƑQué intenta ese hombre? ƑEstá loco? La muchacha se ve preocupada, temerosa. Su cara pide ayuda, me pide ayuda. Quiero pisar el acelerador, pisarlo hasta el fondo, acabar pronto con esta larga espera. Me asomo por la ventana y no puedo ver al hombre. ƑDónde está? Se apodera de mí una valentía abrupta y desencadeno un pitido extenso, luego otro y otro. El sonido se mezcla con el calor, se mezcla con las otras filas, los otros carros, los otros conductores. El hombre regresa al pick up y sé que me odia, estoy seguro.
La niña deja de llorar cuando su mamá le da un golpe en la cara.
ƑVes mis manos? Están húmedas, se resbalan en el volante caliente. Ya no escucho la música del gringo, perdida adelante, perdida adelante. Antes que nosotros, el hombre del sombrero descubre que nuestra fila no es real, que no llega hasta la puerta, que sólo es una ramificación intentando seducir a otras líneas. El hombre ruega que lo dejen pasar a otra fila, se quita el sombrero, solicita amabilidad. La muchacha hace lo mismo. Me decepciona la cobardía de ambos. Esperaba solidaridad, que se hundieran con el barco, que continuáramos ahí hasta el último momento. Estúpidos. La muchacha ensaya una espléndida sonrisa con cada automovilista. Todos la ignoran. Me repugna su actitud. La familia se pierde adelante, adelante, adelante. El hombre del sombrero tejano se ha cansado de ser amable y avanza sin misericordia. El pick up penetra el guardafango de un gringo. Ha sido un golpe leve pero contundente. Hay confusión. Hay expectativa. La sonrisa de la muchacha finalmente cautiva a un conductor. Los veo, asquerosos, por mi retrovisor. ƑQué promesas se hacen con la mirada? Estúpidos. El conductor le da el paso, pero no esperaba que yo estuviera viéndolos, midiendo sus pasos, calculando. Un movimiento exacto del volante y gano el espacio de la muchacha en la otra fila. Ella trata de seguirme. Su admirador se adelanta y no la deja pasar. Sólo había un lugar disponible. Lo siento, estúpida. Luego otros carros, otros carros, otros. Ella me odia, lo sé. ƑCrees que me importa? El gringo se enfrenta al hombre del sombrero. Se avientan palabras que cortan, rasgan, forcejean. Los veo quedarse atrás y estoy seguro que se lo merecen. Delante de mí, una vieja en un Mercedes. Atrás, un gordo inmenso en un pequeño Renault.
La fila no avanza.
ƑQuién está en la puerta? Imagino al guardián en su uniforme azul, diciendo quién es bueno, quién es malo, quién entra, quién se regresa. Aún no lo puedo ver; sin embargo, su presencia cercana inunda la fila mientras el calor, el calor.
Tres hileras a la izquierda, unas mujeres se pelean, se jalan el cabello, se golpean. La gente se ríe, las motiva a continuar. Un niño ladra desde el carro de una de ellas. Ladra como loco, como niño, como perro, ladra. Es gracioso, muy gracioso, y mis manos no dejan de sudar. Mis manos que se convierten en agua. Puedo ver cómo se derriten, se desvanecen las líneas, se caen las uñas. Entonces comprendo que sin líneas en la mano no tengo destino, no tengo vida ni muerte, nada de qué asirme, sólo esta fila, este anhelo de llegar a la puerta, de cruzar, dejar el país, entrar al otro.
Aquí está mi pasaporte,
Ƒlo ves?
Por algún lugar indefinido se escucha un grito, un grito que no inspira temor ni compasión, un grito. La puerta está cerca, la siento cercana, mi cuerpo entero la siente, mi cuerpo derritiéndose, mi cuerpo volviéndose líquido. ƑEstoy ahí? Salgo del carro, quiero saber con certeza dónde estoy. Pitidos-pitidos. Dónde está la puerta. Pitidos-pitidos. Dónde está el juez que dictará mi sentencia. Quiero saber, quiero saberlo ahora. Pitidos-pitidos. Una persona se acerca, siento su mano en mi brazo. Pitidos-pitidos. Golpearla es lo único que puedo hacer, patearla, someterla hasta que caiga al suelo. La fila se mueve. Regreso al carro y desato la furia de su motor para que la mujer se levante y me deje pasar. Lo hace apresurada cuando siente que mi carro está casi encima de ella.
Imagino al guardián revisando mi pasaporte, examinándolo a contraluz, buscando cualquier motivo para no dejarme entrar, cualquier insignificante razón para devolverme. Ya estoy ahí, mi corazón lo siente y acelera su ritmo. El anhelo, el anhelo. ƑCuánto falta? Un hombre desconocido se acerca a mi carro y golpea con sus puños la puerta. Busca detenerme. Estúpido. No hay forma. Estúpido. No puede, no lo va a hacer. Un metal cerca de mi mano se estrella en su cara, se hunde en su cara.
Faltan cuatro, faltan tres. Casi estoy ahí. ƑDónde está mi pasaporte? Mi pasaporte. ƑLo perdí? A través del retrovisor, el gordo del Renault parece mostrármelo con sorna. Míralo, míralo. ƑLo tiene en la mano? Veo que enciende un cerillo, veo el fuego, se ríe, se ríe a carcajadas, se ríe. Faltan dos, falta uno. El calor se eleva por encima de nosotros. Nos cubre un largo silencio. Un carro, otro carro. El silencio es vasto, eterno. Observo a mi alrededor, observo arriba, observo abajo. Mi pasaporte está en el piso. Ahí está el pasaporte.
El guardián es rubio, tiene los ojos verdes.
ųWhere are you going? ųme pregunta.
Mira sus ojos, asómate adentro de ellos. Ahí encontrarás un amanecer sin ruidos y una casa junto al mar. Si te acercas, por una de las ventanas podrás ver el interior de esa casa. ƑAlcanzas a verme? Estoy despertando. Me levanto de la cama, bebo una taza de café y aspiro profundamente el día. Me asomo por la ventana y contemplo el mar: las olas acercándose/alejándose sobre la arena. Voy a caminar por la playa, dejaré que el agua espumosa toque mis pies. Sonreiré. Me sentaré y la brisa cubrirá mi cuerpo.
ųWhat are you bringing from Mexico? ųme pregunta el guardián. No sé qué decirle. Sus ojos verdes. No séų. Can you hear me?
Sonrío, eso sí, sólo sonriío porque a lo lejos descubro a la mujer que me ama. Ahí viene, Ƒla ves? Ella se acerca, se sienta a mi lado, me dice que todo estará bien, tranquilo, tranquilo, nada importa, todo estará bien.
Miramos las olas durante un rato.
Luego nos levantamos de la arena y regresamos a la casa.
La Jornada Semanal, 6 de abril de 1997
El único y acaso suficiente folclor que existe en Baja
California es la comida china. Aun cuando parezca increíble,
tan real es la paradoja como sintomático el pecado de la
lejanía. Y es que siendo un territorio de difícil
acceso, sin reminiscencias autóctonas ni nada por el estilo, la
península ha sido siempre un paraíso de inmigrantes,
incluso para nuestro paisanaje. Sin embargo, antes que ninguna otra
raza son los chinos los primeros en instaurar una tradición.
Bautizada por el antropólogo Fernando Jordán como "El otro México", por tener, en efecto, la vida de una isla a la deriva, la península exhibe su aislamiento al asemejar un brazo libre o dislocado del ya de por sí chueco mapa de México. No obstante, y pese a su vasta variedad de recursos naturales, tanto agrícolas como marítimos, buenas fuentes aseguran que todavía a principios de este siglo apenas si rebasa la cifra de 150,000 habitantes. Más que desperdicio, la Baja representa un serio problema para el gobierno mexicano y es en esa época cuando, a sus anchas, el presidente Porfirio Díaz arrienda gran parte de la zona fronteriza a la Colorado River Land Company, empresa algodonera decidida a entrar a saco en un territorio que, casi abandonado a su suerte y carente de toda rígidez legislativa, hace propicia la típica marullería yanqui: la mano de obra nacional queda vetada, pues los dueños de la empresa consideran que por sus características culturales y laborales no hay mejores jornaleros que los chinos para el óptimo desarrollo de su negocio.
Un argumento de los norteamericanos en contra de la acusación de discriminar a los trabajadores nacionales, se basa en que la península está totalmente desconectada del país y no hay muchos pobladores aptos para trabajar en su empresa. Sólo algunos de los nativos son ocupados y, respecto a la posibilidad de captar inmigrantes del sur mexicano, el arribo a la Baja es a cuentagotas. Hay, desde luego, trazos que insinúan intentos de brechas, pero el desierto es inmisericorde y extenso y pocos son los caminantes y choferes heroicos que consiguen cruzarlo: muchos se quedan a la mitad, insolados y muertos de sed. Tal éxodo es legendario; se intensifica durante los primeros años de la Revolución mexicana, cuando por hambre y desesperación muchos intentan emigrar hacia el país de las grandes oportunidades. La Baja vive, empero, muy al margen de aquellos sucesos sangrientos y la radiancia empresarial de la Colorado River Land Company se agiganta en menos de dos décadas, al aprovechar, además del algodón, todo lo que ahí se puede producir. En 1937, la creación cardenista del ejido, así como el auge de la pequeña propiedad, dan al traste con el abarcador emporio, haciéndolo huero y dejándolo en asperges, pero los chinos se quedan a radicar en la Baja e instalan, en principio, comedores para su consumo propio y luego establecimientos comerciales de comida: que si cantonesa, que si pekinesa o mandarina, y sus impredecibles ramificaciones. En la actualidad suman ya casi 500 restaurantes de este tipo, la mayoría concentrados en las ciudades fronterizas; la demanda sigue siendo progresiva, por lo que todavía falta saber cuántos más se habrán de acumular de aquí hasta el fin del milenio.
Cierto es que algunos grupos indígenas provenientes del norte, como los aguerridos kiliwas y los pai-pai, y más al sur los tranquilísimos kucapás, los guaycuras y los cochimíes ųmuchos de ellos hoy prácticamente inexistentesų se establecen en la pensínsula, algunos desde épocas inmemoriales; no obstante su arraigo, no aportan siquiera algún indicio de tradición regional. Tampoco se fomenta su continuidad, si es que la hay, ni en música ni en artesanías, menos en danza ni en atuendo, y mucho menos en arte culinario. Por ende, es un hecho que la cultura bajacaliforniana siempre se habrá de inventar sobre la marcha, y nada mejor en tierra de tránsito que las buenas viandas. Si por las papilas gustativas empieza y a la vez se recrea un folclor por demás sofisticado, vale la pena mencionar que ni el sabor agarroso de los guisados de aquella Tía Juana (raíz, asegún, sin para qué, del vocablo "Tijuana") que daba de comer en su fonda rústica, ubicada cerca de la "línea", a los emigrantes, ni la receta del Coronel Sanders, ni el imperio hamburguesero con todo su tropel de torombolos forever, ni el arribo tardío, venido del México profundo, de tacos y tortas y moles y etcétera, han podido frenar la avalancha cada vez más impetuosa de la comida china. Ni siquiera es preocupante la avanzadilla de la comida japonesa, como lo declara con regocijo el chale Lalo Sheng en su español de niño travieso, mientras bebe orondo su té de jazmín.
De la Tía Juana sólo queda el arbitrio de la leyenda, pero por desgracia no se encuentra en ningún archivo ninguna receta de sus exitosos guisados; y si es verídico que de su nombre deviene el vocablo "Tijuana", no estaría mal que en esa ciudad se erigiera un monumento a la "a" de Tía, Ƒpor qué no? En cuanto a la trepidante acometida hamburguesera, tanto en la Baja como en el resto del país, no han de faltar los torombolos incorregibles que le rindan honores cuando menos tres veces por semana; al coronel Sanders y su chulosa receta, ni siquiera merece que se le traiga a colación, no es competencia; y en lo concerniente a los nada despreciables recreos culinarios de la tan variada cocina nuestra, basta con enterarse de que aún significan un reto para el turismo gringo, ergo: una intentona de hazaña, siempre y cuando se pase la prueba, sin lágrima alguna, de nuestros chiles, digamos, el de árbol y el serrano, siendo, eso sí, para nosotros un alarde valentón orgullosamente mexicano y nada más. Pero tales piscolabis no dejan de ser curiosidades secundarias, disimulos o deslindes útiles para darle, acaso, algún ensanche a la diversidad. Y es que, en rigor, el verdadero orgullo de los nativos ųcomo yoų de la Baja norte es y seguirá siendo la comida china, símbolo ya nada raro de identidad, que en mayor o menor grado pertenece a toda la cultura fronteriza, desde Tijuana hasta Matamoros.
Quienes, hoy en día, aspiren a ser sotoministros de rango de una cocina tan meticulosa como la oriental, saben, en cierne, que deberán dedicarse en cuerpo y alma al perfeccionamiento de los procesos gastronómicos, así como a la depurada selección de los ingredientes, sobre todo en un entorno donde la cuantía de restaurantes sorprende a propios y extraños, y la competencia se vuelve cada vez más reñida. De hecho, al menos en la península ya se vislumbra como una profesión con gran oferta de trabajo, por lo que, a fuerza de hilazones, no es excesivo imaginar la existencia, en el próximo siglo, de una facultad universitaria repleta de alumnos, abocada en exclusiva al estudio de la comida china, con especialidades y posgrados al por mayor.
Así, esquivando, pese a que los sueños se desprenden de un síntoma imperioso, para asociarse al sesgo con situaciones previas, sin duda muchos peninsulares están enterados de que aún a la fecha el setenta por ciento de los ingredientes de la comida china provienen de Taipei, Hong Kong o Shangai y, vía Filipinas, entran por el puerto de Ensenada. El sueño, entonces, por reductible o genérico, reconstruye una y otra vez la imagen del navío desplazándose por el océano: días y noches, mar y cielo, y confín, paciencia y encomio, a saber Ƒpor cuántos años más?; porque ųy he aquí la ligaų el clima de la península no es propicio, por ejemplo, para el cultivo del arroz; la soya es importada y no se diga el germen de trigo y el palo de bambú. Tal limitante es colosal y resulta onerosa, de ahí que surja la perpetua interrogante: Ƒqué procedimientos habrá para que Baja California produzca todos los ingredientes del arte culinario chino y no se prolongue la necesidad de seguir importando cuanta minucia?
Por lo pronto ya se cultivan brócolis y hongos en campos aledaños a Tijuana, Tecate y Mexicali. Son nebulosos aún los proyectos para cultivar en grandes proporciones zanahoria, pimiento, germen de trigo y un arroz más o menos parecido al chino. De modo por demás onírico, se atisba en innúmeras siembras y se especula en que por medios naturales el clima habrá de sufrir alguna mínima modificación; poco a poco, entonces, se asemejará al que por más tiempo prevalece en gran parte de la región occidental de China. En la provisión de ingredientes le llevan ventaja las hamburguesas y los tacos. Se avisora una guerra gastronómica. Podrá ocurrir que los tacos de bistec triunfen sobre los rollos primavera y el pollo a la mu-ku-kai-pin, o que los chiles en nogada cobren venganza sobre el arroz a la yang chow y el cerdo agridulce, o que los inmigrantes tamales oaxaqueños se lleven de calle al chop suey, así como las hamburguesas big mac y los hot dogs estilo Disneylandia, trituren a los camarones a la chiu yin. Pero tarde, mal y šnunca!, ninguna pugna debe prosperar. Es previsible, tal como la historia a veces lo demuestra, que las fuerzas se vinculen mediante una puntual mescolanza. Los híbridos siempre son extremos, aunque también pueden ser meramente ficticios: Ƒqué tal una hamburguesa que, además de carne, mostaza y catsup, lleve un poco de arroz a la yang chow, o que a un taco de esos al pastor se le atasque la mitad de un brócoli y dos que tres tallarines de chow mein?
Es indudable que el siglo venidero nos reserva, en agraz, enormes e impensadas sorpresas; sin embargo, la victoria china en la Baja todavía prevalecerá, tal vez, al menos durante unos quince años, para que nosotros, orondos, por cuanto soñadores, como el chale Lalo Shen, sólo por marearnos en un consabido regodeo feliz, al igual que él, podamos decir: "Pol el momento tola la competencia nos la lisa."