Luis González Souza
Nuestra agenda migratoria

Ajedrez o no, lo cierto es que EU juega con fiereza y no sólo en materia de migración. En cambio el gobierno de México ni siquiera parece interesado en jugar. Y cuando se decide a hacerlo, escoge juegos perdidos de antemano, como el juego de los socios primermundistas, acicateado por la borrachera propagandística del TLC.

Veíamos en la ocasión anterior que el gobierno estadunidense cuenta con una estrategia para manipular a su favor el fenómeno migratorio. Faltó decir que, a nuestro juicio, es una estrategia errónea. De inmediato perjudica seriamente a México y a sus trabajadores migratorios. Y tarde o temprano acarreará daños al propio EU, como el aumento de su adicción a una competitividad basada en la sobrexplotación de inmigrantes; la alimentación de ingredientes tan autodestructivos como el racismo; el desprestigio del Paraíso Mundial, ahora convertido en un moderno y agigantado Muro de Berlín; y, en fin, el sobrecalentamiento de una vecindad con México, y América Latina toda, de suyo explosiva.

Desnudar y aprovechar los flancos débiles de dicha estrategia es, entonces, la primer acción requerida por una estrategia alternativa a cargo de México. De ello, lo primero a desactivar es la in- sistencia del vecino en hacer de la migración un problema tanto más manipulable y provechoso, cuanto más inflamado. Por el contrario, es preciso demostrar que la migración puede y debe ser vista como un vehículo de incalculables beneficios para todos los países en cuestión. En concreto, urge difundir por todos los medios el hecho clave: ilegales o no, los trabajadores mexicanos entrañan mucho más beneficios que costos para EU. ¿Qué hace al respecto el gobierno mexicano, aparte de interminables estudios con resultados poco o nada conocidos?

Otro cimiento falaz a desmontar de inmediato en la estrategia estadunidense es el referido a la consideración de su política migratoria como un asunto de estricta --y exclusiva-- soberanía. Guste o no, la migración creció hasta incorporarse al conjunto de fenómenos globales. Y estos sólo pueden encararse de manera creativa a través de políticas democráticamente consensadas. He allí la autocensura de origen que urge superar: el gobierno mexicano debe ejercer su derecho a participar en todos aquellos asuntos que, como la migración, lo afectan de manera clara y grave. Si no existe aún ese derecho, habrá que promoverlo.

En todo caso, EU está obligado a respetar normas internacionales, como la Declaración Universal de los Derechos Humanos. No debería esgrimir razones de soberanía para violar derechos de los trabajadores migratorios. Y vaya que su nueva ley migratoria viola esos derechos. Pero para eso está la Corte Internacional de Justicia. ¿Qué espera el gobierno mexicano para solicitarle al menos una opinión consultiva? Alguien dice que ello ``no es viable''. ¿Ya se nos olvidó que, por ejemplo, la Corte ha dictaminado en favor de países mucho más pequeños, como Nicaragua, cuando EU decidió minar sus puertos y ayudar así a la contra antisandinista?

Lo anterior requeriría una serie de acciones para recobrar la autoridad (moral, política) del gobierno mexicano. Desde acciones que hagan eficaz su llamado a la unidad nacional en defensa de la soberanía, hasta la cancelación inmediata de su papel de policía antinmigrante al servicio de EU, pasando por la creación de las condiciones necesarias para dar un trato humano a los inmigrantes de México y, desde luego, a todos los connacionales.

Con esto llegamos a las acciones estratégicas, y responsabilidades, en el orden de lo estructural. Por autocen-sura o incapacidad, ciertamente el gobierno mexicano es el primer responsable de que la migración se haya convertido en un problema con EU. Aquí su tarea central es desplegar una estrategia de modernización al menos capaz de dar patria a todos los mexicanos. Allí mismo aparece la responsabilidad de EU en tanto promotor de una ``modernización'' más bien desnacionalizadora.

Y donde hay una clara corresponsabilidad es en la incapacidad para cerrar la brecha de desigualdades entre ambas naciones, lo que está en la base del fenómeno migratorio (y de los problemas bilaterales en su conjunto). Hasta ahora, mas no por siempre, a EU le ha favorecido esa brecha. De modo que, una vez más, la iniciativa ha de tomarse en México. Y lo primerísimo que se requiere, son acciones (no discursos) de soberanía.