La Jornada 7 de abril de 1997

Engañar a migrantes, lucrativo negocio en EU

David Aponte, enviado, Los Angeles, Cal., 6 de abril Ť Por 27 dólares y 35 minutos de su vida, los indocumentados mexicanos compran el sueño americano: una credencial de ``extranjero residente'' presuntamente expedida por el Servicio de Inmigración y Naturalización (SIN) y una tarjeta de seguridad social del Departamento de Salud de Estados Unidos.

La red de falsificación de documentos opera los siete días de la semana en el centro de la ciudad angelina y ante los ojos de todo el mundo, incluidos los de la policía.

``Micas, micas'', ofrecen los enganchadores en la esquina de la Séptima y Alvarado.


Documentos falsos comprados en el centro de la ciudad.
Foto: Elsa Medina

Los vendedores de documentos falsificados figuran un cuadro con sus dedos índice y pulgar, la señal de que ellos pueden conseguir papeles, de cualquier tipo, desde una mica de residencia hasta un pasaporte, a los miles de mexicanos indocumentados que viven aquí.

En el parque McArthur, ubicado a unos metros del consulado general de México en esta ciudad, está el conecte, la venta cotidiana de papeles chuecos. Los enganchadores esperan pacientemente el paso de los extranjeros y susurran: ``¿quieres papeles paisa, micas, green cards, social security?''

Desde una de las bancas del jardín observan el paso de los migrantes, quienes en forma desesperada buscan los papeles para evadir la nueva ley antinmigrante, obtener un empleo y un patrón que ``se haga de la vista gorda'' o que ofrezca menos de cinco dólares la hora (cuatro o tres verdes la hora), ante la evidencia de los documentos falsificados.

Con una simple llamada telefónica, los empleadores pueden verificar la autenticidad de los números de las tarjetas presuntamente expedidas por el SIN.

Las patrullas negras y blancas de la policía de Los Angeles pasan lentamente por el lugar. Los oficiales miran a los hombres de gorra, mezclilla y camisas a cuadros. No pasa nada. El mercado de documentos, de estupefacientes y la prostitución marchan sin ningún contratiempo.

--Con 35 dólares te consigo la mica y el social security, ofrece un joven de unos 16 años, apodado La Rana.

La competencia es dura. Otros se acercan y dan a conocer su mercancía. En el parque, decenas de homeless descansan en las bancas o colocan sus pertenencias en carros del supermercado. Los indocumentados, los recién llegados, caminan por la Alvarado en busca del sueño: sus papeles, aunque no sean auténticos.

--Me dijeron que por 20 dólares podía comprar la mica y la tarjeta del seguro social --responde uno de los potenciales clientes.

--Pero tienes que pagar las fotos. Son siete dólares por cada una, revira La Rana. Dos clientes aceptan la oferta. Los competidores se alejan del vencedor y de los potenciales compradores de una documentación que ni siquiera han visto. Todo es con señas y claves.

--Vengan conmigo, ordena el vendedor. Las tres personas caminan por la Séptima. Los dos compradores no saben hacia dónde los llevan.

Con la nueva ley, el Acta de 1996, el negocio camina. Los documentos fluyen y los patrones no niegan el trabajo, siempre y cuando sea por menos del salario mínimo (cinco dólares la hora).

--Vamos por las fotos, aclara La Rana para evitar el nerviosismo de sus clientes. Al paso, sus competidores comentan que ya es la tercera o cuarta vez que ``agarra algo''. Apenas son las 8:40 de la mañana. El negocio se abre temprano en el downtown.

Los posibles compradores caminan por la Séptima y dan vuelta a la derecha en un callejón. Al fondo, un hombre rapado comenta que las ``micas son buenísimas'', que ``salieron muy bien''; pero no las muestra. Un asiático invita a pasar a lo que parece una casa de fotografía. En las paredes cuelgan cuadros de vaqueritas semidesnudas.

--Seven dolars, exige el coreano, chino o vietnamita. El hombre prepara la polaroid y agrega: ``si-da-un-hir'', mientras señala una silla alta. El asiático acomoda la cabeza del cliente. La coloca en posición de tres cuartos. ``Okey, okey'', expresa y tira el flashazo.

La Rana sigue en lo suyo. Pide a los compradores que escriban su nombre o el que quieran, ``es igual'', en un pequeño pedazo de papel. Las dos fotos salen en unos cuantos minutos. El primer paso está dado. El vendedor de papeles ordena: ``vayan al parque y esperen o regresen en una media hora y después me pagan''.

El muchacho desaparece, con las cuatro fotos, entre las calles de la zona de negocios de comida mexicana y salvadoreña, entre tiendas de víveres, de oficinas para el envío de cajas o divisas al exterior, entre despachos que prometen arreglar la estancia legal de los migrantes indocumentados.

La venta de documentos, cualquier clase de estupefacientes y la prostitución siguen en la zona. Por la Alvarado y la Séptima salen decenas de personas que hacen el cuadro imaginario con sus dedos: ``micas, micas''.

Los compradoes de papeles esperan en el parque. En unos minutos tendrán sus documentos y podrán trabajar, tal y como les ofrecieron los enganchadores.

A los 35 minutos de la aceptación del trato, del pago de 20 dólares por las credenciales y el social security, La Rana aparece de nueva cuenta en el parque. El muchacho juega con un pequeño papel blanco entre sus manos.

--Ya estuvo.

Estira la mano y entrega el papel. Los compradores ponen 20 dólares cada uno. Todo de manera discreta, pero ante los ojos de todas las personas que caminan por la zona, una de las más peligrosas de la ciudad de Los Angeles.

Uno de los clientes guarda el papel en la bolsa derecha de su chamarra. Los dos se alejan del McArthur Park sin mirar el contenido de la entrega.

El papel contiene dos fotos, dos credenciales presuntamente expedidas por el Departamento de Justicia-Servicio de Inmigración y Naturalización con la calidad de resident alien. En la mica aparece la foto, la fecha de nacimiento, la huella digital, la firma y el número del extranjero. El sobre lleva también dos tarjetas del seguridad social con sus respectivos números y la leyenda ``este número ha sido establecido para''.

En menos de 40 minutos y por 27 dólares, se han convertido en residentes legales en este país. Un migrante con credencial falsa de estancia legal en California comenta: ``Aquí también existe la corrupción''.