Elena Poniatowska
Heberto Castillo/II y última
Nos sentamos en una tumba y Heberto Castillo se puso a hacer dibujos en la tierra con una rama seca:
``Lucho desde hace años, en el 68 vi algunas gentes que no habían reflexionado lo suficiente, y cuando llegaron a la cárcel se deshicieron. Es el precio que se paga por la inconciencia. En la lucha política revolucionaria el que va por un objetivo personal suele desanimarse pronto. Creo que en la lucha revolucionaria quienes tienen posibilidades de hacerla avanzar sustancialmente son aquellos que van a dar y no a recibir. Durante la Revolución Mexicana quienes lograron los mayores avances fueron aquellos que tenían cosas que aportar. Por eso yo disfruto plena, extraordinariamente mi trabajo político, aunque a veces, como ahora en la Cámara, sufro terriblemente porque veo el deterioro de la dignidad humana. Me duele mucho que una persona se destruya en su dignidad. ¿Por qué me duele? porque creo en el ser humano como algo perfectible. Lo que más me ha dolido en la Cámara es la indignidad que me rodea.
Durante el sepelio de Heberto Castillo. Foto: Frida Hartz
``Por principio, yo confío en todo aquel ser humano que trato; Demetrio Vallejo desconfiaba por naturaleza de la gente y, en este sentido, era mi antítesis: yo por naturaleza confío en la gente. `Usted es muy ingenuo', me decía. Cuando venían las discusiones y los análisis y se presentaban pruebas de la mala fe o de la deslealtad de un compañero, tenía yo que rendirme ante la evidencia. Es más, a mí me han reclamado: `¿Pero no te acuerdas que fulano hizo esto?' Sí me acuerdo, pero es como si me dijeran que hubo un eclipse de sol. Ahora el sol, está en el cenit, ¿qué problema hay?
``En esta lucha política, para mí lo más difícil de soportar es el ataque del amigo, del compañero de lucha, de la gente que está en el mismo bando, en la misma trinchera y es respetable, no un descalificado. Ese es el que más duele, el más difícil de asimilar.''
Le pregunté si consideraba a Vallejo un gran revolucionario, y me miró irónico tras sus anteojos:
``Los seres humanos no somos la misma cosa todos los días. Para afirmar `este es un revolucionario y no hay manera de que deje de serlo' solamente muerto lo puedo decir, porque todo revolucionario tiene opción para traicionar un día. Cuando muere, como acaba de morir Demetrio, puedo afirmarle `Estoy seguro que Demetrio Vallejo fue un revolucionario'; pero si usted me lo hubiera preguntado hace ocho días, le hubiera respondido `Bueno, creo que puede serlo, porque todavía no se muere y sólo muertos dejamos de tener la oportunidad de arrepentirnos'.
``Yo le digo a los muchachos: `No confíen en sus dirigentes a pie juntillas; vigílenlos todos los días y exíjanles rectitud, exíjanles limpieza'. Mientras más tiene la gente que dar, más hay que exigirle, porque la gente preparada, inteligente es la que más obligación tiene. Yo le exijo de manera muy distinta a una persona de alto nivel intelectual y posibilidades de sobrevivencia, que a un obrero o a un campesino. Es más perdonable que un hombre sin recursos falle -porque puede justificarse- a que falle el que lo tiene todo. A quien roba por hambre, yo no lo considero ladrón, y a quien mata por hambre yo no lo considero asesino, casi los considero revolucionarios.''
Autocrítico, polémico, Heberto Castillo siempre se sintió un rebelde en la sociedad. Combatió en varios frentes a la vez con la misma entrega, la misma pasión, con la fuerza de su razón y de su palabra escrita. Para él, la defensa de la ecología fue tan intensa como la del petróleo cuando se enfrentó, denunció y rebatió con conocimiento de causa a los directores de Pemex, a Jorge Díaz Serrano, a Francisco Rojas, a la corrupción. En 1992 participó con una intensa y agotadora campaña en su estado, Veracruz, en la contienda electoral por la gubernatura. Candidato del PRD, declaró: ``No soy una piedra ecológica que se interpone en el camino de Patricio Chirinos; soy una piedra en su conciencia''. Seguramente, Heberto no sólo fue una piedra en la conciencia del gobernador, sino en la de muchos políticos que traicionaron sus ideales de juventud. El ingeniero era uno de los pocos que había sabido conservar los suyos y que a través del tiempo seguía siendo un opositor: ``Soy un senador de la oposición y un crítico de las políticas de Ernesto Zedillo. Ser crítico es mi función y mi responsabilidad. Nunca he estado del lado del gobierno''.
Cuauhtémoc Cárdenas, alumno de Heberto Castillo en la UNAM, lo hizo conocer a su padre. Para el joven Cárdenas, Heberto fue un maestro severo y exigente. La política lo apasionaba, pero no vivía de ella, vivía de sus patentes en la construcción de puentes y de techumbres sobre grandes espacios; era un ingeniero de primera, uno de los pocos inventores con reconocimiento internacional. Era natural que maestro y alumno se encontraran.
``Pues yo ¿por qué lucho? En lo sustancial por que la especie humana no desaparezca. Sé que es una respuesta muy general, porque en la especie humana hay empresarios, hay patrones, hay obreros, hay marginados, sí, pero todos son miembros de la especie humana y yo lo que busco es que la especie humana trascienda en el espacio y en el tiempo. Creo, científicamente, que si la especie humana no es capaz de organizarse en este planeta, en el que ahora vivimos, para que el mayor número de miembros tenga la oportunidad de educarse, aportar en las letras, en la ciencia, en la música, en la política, estamos olvidando que ha habido especies desaparecidas en la Tierra y que podemos desaparecer. Esta concepción de defender ante todo a la especie implica que la Tierra es para todos, que debemos disfrutarla todos, que la propiedad debe ser social y que también el ejercicio del poder político debe ser social. Hasta ahora sólo unos cuantos poderosos determinan dónde ponen misiles y bombas (la entonces Unión Soviética, Estados Unidos, Francia, Inglaterra), y la inmensa mayoría de la población del planeta está sujeta a su capricho.''
Insistía yo en Vallejo, en la desconfianza que sentía frente a los demás, en su escepticismo, y Heberto Castillo, un tanto descorazonado, volvía al tema del eterno descontento del ferrocarrilero, para quien la sopa siempre estaba fría, los frijoles quemados.
``Demetrio Vallejo sabía odiar, yo no sé si es una virtud o un defecto, dicen que se parecen mucho los sentimientos, pero yo si sé amar, yo si sé querer a mi profesión, a mis amigos, a mis compañeros. Tan sé querer, tan sé amar que, como les digo a algunos compañeros que luego se molestan porque crítico a la Unión Soviética y a Cuba, es que yo amo a esos pueblos. A pesar de que yo critique al gobierno cubano y me odien como me pueden odiar, yo amo a ese pueblo y lucharé por él y nadie lo va a impedir, no pueden. Ese tipo de amor no es como el amor en las parejas, que requiere reciprocidad. Yo amo la especie, yo no sé si la especie me ama, pero no me importa; sé que si me muero a la especie ni le va ni le viene, pero sé que si me muero estoy en la especie, vivo o muerto soy parte de esta especie, no me pueden apartar, nadie puede negar que yo viví, y después de muerto no me interesa mucho discutir si es posible negar que viví o no viví, porque yo viví y, como dice algún profundo filósofo, `lo bailado quién me lo quita''.
Heberto Castillo, sonriente -una sonrisa triste y tierna-, se puso de pie en toda su rectitud y, ya para despedirse, asentó:
``Estoy en contra de los privilegios, nadie tiene derecho a privilegios, a no ser un niño, un ser indefenso, pero los dirigentes son los que menos derechos a privilegios tienen.''