La Jornada 7 de abril de 1997

Javier Flores
El dilema de la sexualidad en México

Al finalizar el siglo XX el sexo está en el centro de la vida del país. Además de formar parte esencial de las preocupaciones y el debate públicos, la sexualidad es hoy quizá el parámetro más importante para evaluar el sentido de la transformación de la sociedad mexicana, la manera en la que habrá de transitar hacia el próximo siglo. No es casual que esto sea así. Se trata de una sociedad que está viva, inmersa en una crisis --no unicamente económica o política, sino además en distintas creencias y valores-- y al mismo tiempo dentro de un proceso de cambio. La sexualidad es una de las partes más preciadas y al mismo tiempo más vulnerables de lo humano, motor de transformaciones, blanco predilecto del control y uno de los aspectos de la naturaleza humana más cercana a un concepto fundamental: la libertad.

Y es precisamente este concepto el que se encuentra en el centro de la vida del país, formando parte de un dilema: El control sobre lo humano o la libertad de lo humano. Cada una de las partes de este binomio toma distintos rostros: como actos de gobierno, posturas de partidos políticos, expresiones eclesiásticas o razonamientos de movimientos sociales como el de las mujeres y otras expresiones provenientes de los medios académicos e intelectuales. Involucra áreas como la educativa, la salud pública, los medios de comunicación, las creencias religiosas, las campañas políticas y, por supuesto, la disputa mezquina por el poder.

Uno de estos rostros se expresa a través de controles a la vestimenta con connotaciones claramente sexuales, campañas religiosas sobre educación sexual que terminan en estrepitosos fracasos, la edición de libros y panfletos que pretenden ganar la conciencia de maestros y alumnos en diversos estados de la República, líderes de partidos ultraconservadores enemigos de medidas preventivas contra las epidemias y, como un complemento cómplice, otros, temerosos de dar a conocer su pensamiento con tal de no perder votos. En el fondo, en esta parte del dilema, el denominador común es el deseo de imponer controles sobre la sexualidad, es decir, la tendencia a imponer a otros una forma de ejercer esa parte de su propia naturaleza, impulsando restricciones, vigilando, entrometiendose en la vida sexual de los demás ¿por qué? Es un problema complejo, pero lo que resulta claro al examinar la evolución histórica de los mecanismos de control sobre la sexualidad, es que al controlar esta parte de lo humano se tiene bajo control a la totalidad de lo humano. Esto es lo que realmente se persigue.

Las razones que se esgrimen en favor de esta postura revelan que al menos en una parte, el nivel del debate es francamente mediocre. Se sostiene, por ejemplo, que este control es lo que realmente la población cree y lo que quiere. Si se cierra un bar en donde se practica el table dance, es porque los vecinos lo piden, si se clausura una exposición de arte erótico, es porque los vecinos así lo desean. Entonces se trata de disfrazar una tendencia hacia el control como un acto democrático, escudándose en una parte minúscula de la sociedad que se concentra en agrupaciones de colonos o padres de familia, que se dedican a hacer política policiaca de control sobre los actos de los demás. ¿O acaso hay que clausurar todos los museos porque al presidente del comité de colonos se le ocurre? O ¿hay que eliminar los condones como medida de protección contra las enfermedades de transmisión sexual porque un dirigente de un partido piensa que dañan el medio ambiente? Lo que se pretende es entrometerse en la vida sexual de los demás, controlarla, dictar las pautas de lo que se debe ver, hacer, pensar, desear, sentir, creer. Disponer de un ejército dócil de seres anormales y castrados.

Pero someter a la naturaleza humana no es tarea sencilla. Mucho menos lo es atentar contra sus sentimientos de libertad. Esto no es, como se dice, una creencia que es patrimonio de algunos intelectuales en contra de lo que piensan los líderes de colonos o de padres de familia. Es un sentimiento que nos pertenece a todos, aún a los hipócritas cuyos discursos contradicen lo que hacen en la oscuridad, debajo de las sábanas. El conocimiento sobre la propia sexualidad, la libertad de elegir y de ver y de hacer, de pensar, desear, sentir, creer. El deseo de formar parte de una sociedad de seres libres. Esta es la otra cara del dilema.

México como una sociedad controlada o una sociedad libre, esto es lo que se encuentra hoy en el centro del debate, cuya solución no se define, por cierto, a través de resultados electorales.