José Steinsleger
Afasia y español
Fueron los griegos los primeros en entender, hace 2 mil 740 años, que el lenguaje es un instrumento de la expresión humana. Acaso por esto, relacionaron la capacidad de la persona para decir lo que siente y piensa con la invención de la democracia y de la poesía. Y aquellos pueblos vecinos o
ajenos a la Hélade que hablaban mal su lengua fueron ridiculizados con la expresión ``bar-bar'', raíz etimológica del vocablo ``bárbaro''.
Más que los ojos, la palabra es el espejo del alma. Somos como hablamos. De ahí la conveniencia de que la democracia bien entendida empiece por casa: qué, cómo y para qué hablamos. El reaccionario Pedro Damiano (988-1072), obispo de Rávena, tenía tan claro las potencias emancipadoras del lenguaje que decía que el diablo, inventor de la filosofía, había sido el primer profesor de gramática. Sin embargo, el diablo parece jugar ahora para el bando contrario: los profesores universitarios que en los exámenes han dejado de tomar en cuenta los errores y los horrores de la ortografía y la sintaxis. Total ¿qué importa? ¿Acaso los humanoides de Bill Gates no trabajan empecinadamente para reducir al mínimo los lenguajes de la cultura universal?
Que el español sea una de las lenguas más importantes del mundo es un dato de la estadística. La realidad es la idea rectora de la disparatada ``modernización educativa'', centrada en la economía y la informática. Modernización que, conducida según las pautas y exigencias de la tecnocracia, parece dispuesta a prescindir de la comunicación, requisito fundamental de la democracia. Si los pueblos de América Latina, de lenguajes y usos diversos del español, siguen en su actual situación intelectiva, a la desnutrición y el analfabetismo sobrevendrá un padecimiento mayor: la afasia, incapacidad para articular y comprender las palabras. Y entonces la democracia será pura palabrería, ``profanas y vanas palabras que nos conducirán más y más a la impiedad'' (Timoteo. 2:16).
El ímpetu modernizador de la educación debería ser sinónimo de comunicación antes que de información. Quien sólo se informa a duras penas entiende. Quien a más de entender se comunica forma el criterio. El uso y dominio de la tecnología informativa sólo garantiza la destreza del mono. La información elabora datos. La comunicación es capaz de aprovechar o desechar datos. La información es antidemocrática: impone y actúa. La comunicación es democrática: dispone e interactúa. La una expectora los hechos; la otra los ordena.
Rubén Darío, mestizo de sangre chorotega que a fines del siglo pasado enseñó a hablar a los españoles, temía que algún día los latinoamericanos terminásemos hablando inglés. Ojalá. Porque la tendencia en curso ni siquiera apunta a que la negligencia y el desdén para con nuestra lengua sea sustituida por la de Shakespeare, Faulkner o Anthony Hopkins. No. Al paso que vamos nuestros nietos hablarán con los mil 500 vocablos del pidgin english, ese rudimentario idioma comercial que se habla en las islas de Melanesia y que todos entienden sin esfuerzo. Basta con escuchar a los genios de la ``globalización'' latinoamericana, que después de ``consensuar'' sus deliberaciones las ``facsean'' y ``forwardean'' en máquinas debidamente ``accesadas'' en tanto millones de latinoamericanos se divierten a diario con el ``spanglés'', ese puré miamesco que tartamudean los asistentes a El show de Cristina.