La Jornada 8 de abril de 1997

FESTEJAR NUESTRO IDIOMA

El español es una de las lenguas con mayor número de hablantes en el mundo: unos 400 millones -cerca de ocho de cada cien seres humanos-, una cuarta parte de los cuales vive en México. En el ya inminente siglo XXI, nuestro idioma será, en consecuencia, un punto de encuentro cultural, histórico, literario, político, económico y social para una importante porción de la humanidad. Esta sola perspectiva da cuenta de la trascendencia del Primer Congreso de la Lengua Española que se inauguró ayer en Zacatecas con la participación de Octavio Paz, Gabriel García Márquez y Camilo José Cela --los tres premios Nobel vivos de nuestra lengua-- y con la presencia del presidente Ernesto Zedillo y de los reyes de España, Juan Carlos y Sofía.

Cada uno a su manera, Paz, García Márquez y Cela, festejaron nuestra pertenencia a un idioma vivo, vigoroso, diverso y eficaz, cualidades que lo proyectan como una de las cuatro lenguas del futuro, además del inglés, el árabe y el chino.

Nuestro idioma es, además, un territorio de reunión, mestizaje y entrecruzamiento de otras múltiples lenguas, igualmente apreciables y valiosas: el catalán, el vasco, el gallego, el portugués y el bable que se hablan, entre otras, en la Península Ibérica; el náhuatl, los dialectos del maya, el quechua y el aymará, el guaraní, el otomí y los muchos otros idiomas originarios de América; el árabe de los saharauis y el ladino de los sefardíes.

Todo idioma es factor de cohesión social y de identidad histórica, arma y herramienta, ámbito para vivir y convivir, instrumento de poder y atributo y condición de humanidad. Adicionalmente, el nuestro demarca un enorme espacio geográfico y espiritual en donde imperan la pluralidad, la inclusión, la equidad y la libertad.

Es reconfortante recordar que en estos tiempos, cuando la globalización económica va de la mano con una generalizada fiebre privatizadora, los hispanohablantes tenemos en nuestra propia definición un factor de globalidad que no es privatizable: el español es propiedad inalienable de todos y cada uno de sus hablantes sin distingo de raza, religión, nacionalidad o continente, posición social y nivel educativo y cultural.

Hoy, el convencimiento de que el habla y la lengua son fenómenos cambiantes, indomesticables y abiertos, expuestos a los contagios y la interacción con otros idiomas y a la transformación que les imprime el uso cotidiano, ha llevado, en buena hora, a superar de manera definitiva las improcedentes y discriminatorias búsquedas de la versión ``correcta'' del español entre sus muchas variantes nacionales y regionales, así como las antiguas pretensiones de normar, controlar y legislar su uso. Sin embargo, o por eso mismo, los países y los individuos hispanohablantes tenemos el deber de impulsar medidas --oficiales y sociales, individuales y colectivas-- orientadas a promover, expandir, defender, preservar y poner al día nuestro horizonte idiomático y a reafirmar --al margen de actitudes hostiles o peyorativas hacia otros idiomas-- el orgullo de pertenecer al hermoso, plural, expresivo y libérrimo universo de la lengua española.