Más allá de sus méritos como ingeniero civil, Heberto Castillo fue una figura mayor de la izquierda mexicana. Sus proyectos y posiciones fueron, en distintos momentos, referencia obligada y punto de debate de quienes participan o participaron en esta corriente política. Su importancia rebasó, empero, el papel que desempeñó dentro de ella para impactar, en puntos tan significativos como el del movimiento estudiantil de 1968, la cuestión petrolera o el conflicto chiapaneco, la vida política nacional.
El ingeniero Castillo fue por vocación y militancia un hombre de Estado. No un hombre del Estado, del que fue un opositor permanente, incorruptible y consecuente, sino un hombre de mando, que tenía a la nación y al tablero del Ejecutivo como referente de su quehacer. Sus grandes proyectos políticos, desde su salida de prisión en 1971, estuvieron asociados a la construcción de partidos y frentes que hacían de la cuestión del poder, la organización de los trabajadores, la defensa de la soberanía y los recursos naturales el eje central de sus acciones. Para una parte de la clase política priísta Heberto fue --a pesar de sus diferencias-- un interlocutor natural.
Parte sustancial de sus tesis sobre la construcción de un gran partido de masas democrático y popular están hoy plasmadas en el PRD. Este instituto político es más parecido al partido abierto, por el que Heberto trabajó --con una estructura de comités de base, nacionalista, alejado de la nomenclatura marxista y de la simbología izquierdista ortodoxa-- que al partido de cuadros, organizado en torno al centralismo democrático, marxista leninista, clasista, impulsado por una franja de la izquierda mexicana (los comunistas incluidos). Irónicamente, su triunfo programático y organizativo no se tradujo de manera mecánica en un triunfo político al interior de su partido.
Si es cierto que el PRD de hoy es el heredero del viejo MLN del que Heberto fue su coordinador (y la candidatura de Enrique González Pedrero no haría sino cerrar este ciclo), no lo es menos que como proyecto político recoge tam-bién otras vertientes de la izquierda. La diferencia entre el ingeniero Castillo y otros viejos fundadores del MLN es que, mientras varios de ellos exploraron los caminos del PRI para llevar adelante su proyecto antes de pasarse a las filas de la oposición abierta, Heberto se mantuvo siempre fuera del partido oficial y construyó puentes con esas otras expresiones. Se distingue de ellos, además, porque de las tres matrices políticas que orientaron su acción (el cardenismo, la revolución cubana y el movimiento estudiantil-popular) sólo él participó activamente en el 68 mexicano.
Hombre de combates y tormentas, cuestionó permanentemente la antidemocracia de un régimen que, con frecuencia, lo hostigó y cercó políticamente. En 1981, por ejemplo, se le negó el registro condicionado a su partido. Pero también fueron célebres sus debates con otras franjas de la izquierda. A pesar de que en las filas del naciente PMT se incorporó una parte de la insurgencia ferrocarrilera, se empeñó en construir un partido político al margen de los movimientos de masas más significativos de la época, el FNAP incluido. Aunque organizó un partido electoral, no participó en las elecciones sino hasta 1985, cuando finalmente obtuvo su registro condicionado con una votación del 1.59 por ciento. Con mayor o menor ruido se alejó de personajes como Demetrio Vallejo, Gustavo Gordillo, Eduardo Valle, Francisco J. Paoli. Con pasión discutió con Jorge Castañeda, Roger Bartra y Enrique Semo.
Al final de su vida dedicó parte sustancial de su esfuerzo a las tareas de la Cocopa. Autoridad indiscutible por su trayectoria y acceso al presidente Zedillo, fue responsable de muchas iniciativas de ésta. Renunció a la comisión legislativa en un par de ocasiones como mecanismo de presión y de protesta ante las acciones gubernamentales que saboteaban el proceso de pacificación. Desempeñó un papel clave en la elaboración de la iniciativa de ley sobre derechos y cultura indígenas vetada por el gobierno. Se enfrentó al secretario de Gobernación y le reclamó el incumplimiento de sus compromisos. Cuando el presidente Zedillo atacó a los ``falsos redentores'' que impulsaban la ley indígena, Heberto preguntó en la prensa si el mandatario se refería a Arturo Warman o a Francisco Labastida. Contra viento y marea procuró sacar adelante los acuerdos de San Andrés. A diferencia de los funcionarios gubernamentales él sí supo sostener la palabra que empeñó ante los indios rebeldes de Chiapas.